Capítulo # 7
En la mansión Palmer Montiel.
Un baño sería suficiente para Gabriela, al llegar a su casa se encontró con Fiorella, quien se encontraba en la sala hablando por teléfono con su acento italiano, como no sabía muy bien lo que decía, se imaginó que estaría llamando a la familia para que viajara a Venezuela y ver a su marido, subió las escaleras con cuidado a la vez con prisa. Quería darse un baño rápido y volver a la clínica de nuevo, no quería dejar tanto tiempo solo a Josué cuando él despertara, lo primero que viera fuera la cara de ella y de nadie más, en diez minutos se encontraba lista, se colocó un vestido cómodo y unos zapatos plataforma, se maquilló suavemente.
—¿Ya te vas prima? —preguntó Fiorella.
—Sí —contestó mirándola—. No quiero dejar a Josué tanto tiempo solo, sé que Daniel estará a su lado. No es lo mismo si no estoy yo a su lado.
—Espérame —pidió tomando su bolso—. Quiero ir contigo —dijo abriendo la cartera y sacando unas llaves—, te llevaré en mi coche.
—Te lo agradezco, la verdad ya quiero irme —confesó impaciente.
—Qué esperamos —habló caminando hacia ella.
Gabriela y Fiorella salieron de la casa, al dirigirse al auto Gabriela notó que era un auto último modelo, parecido al de su esposo, con la única diferencia que su esposo era negro y el de ella era rosado, un color un poco llamativo para la ciudad, sin duda Fiorella llamaría la atención de muchos venezolanos primero por su auto y segundo por su belleza. Es alta de cabellera amarilla con rojizo, se veía perfectamente que era su color natural, sus ojos azules zafiros, raros y hermosos, delante de ella parecía una mujer insignificante, ya que sus rasgos son muy comunes, piel morena clara y sus ojos negros, sin contar que su cabello era de color marrón claro. No podía negar que tiene un buen físico, no era tan delgada y tampoco gorda, siempre estaba en su peso normal, menos ahora que estaba esperando un bebé.
—Sube —pidió Fiorella, mirando con preocupación a la esposa de su primo, le había dicho que subiera, pero pareciera que ella estuviera en otro mundo—. ¿Estás bien?
—Sí —respondió rápidamente, se sintió avergonzada, jamás le había pasado algo igual—. Lo siento, tengo la cabeza en otra parte.
—No, tranquila puedo entenderte en cierto punto —dijo amable—, no debe de ser nada fácil, estar en esta situación.
—No, la realidad que nunca me imagine estar en esta situación —se expresó angustiada y conteniendo las lágrimas—. Ni en mis peores pesadillas.
—Toma esto con mucha calma —dijo dándole apoyo—. Verás que mi primo hermoso, estará muy bien pronto, ya lo verás.
—Sí, ¿podemos irnos?
—Claro.
Solo bastaron pocos minutos para estar en la clínica, Gabriela le suplicó a Daniel que la dejara estar al lado de su marido, él aceptó con la condición de que sí, reaccionaba, avisara lo más pronto posible, por supuesto ella aceptó inmediatamente.
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En la habitación de Josué.
Gabriela entró con cuidado a la habitación, camino despacio para acercarse más a él, al verlo tan pálido e indefenso, sus mejillas se llenaron de nuevo de lágrimas.
—Por favor despierta —pidió desesperada, agarrándole la mano—. Abre tus ojos, no me abandones y menos ahora —dijo, bajando su cabeza para soltar su llanto, necesitaba desahogarse… Si algo le pasaba, jamás se lo perdonaría, no había podido decirle que lo amaba con todas sus fuerzas.
—Ga… by…—susurró Josué con voz débil.
Gabriela, levantando la cabeza, se encontró con los ojos verdes de su esposo, con lágrimas en sus ojos le regalo una gran sonrisa llena de alegría, se inclinó y le dio un beso en los labios, al hacerlo se separó un poco.
—Me has tenido, asustada —dijo sonriendo de felicidad—. No sabes cuánto he llorado por ti, malvado.
—Lo… sie.
Ella le colocó el dedo en sus labios, no quería que hablara, tenía que si decía una palabra se agitaría.
—Tienes que ser buen niño —comentó contenta—. Llamaré a Daniel, para que te revise —dijo cariñosamente y alejándose un poco, al abrir la puerta se consiguió con su amigo—. ¡Ya despertó!
—¡De verdad! —exclamó, entrando a la habitación, no tardo la reacción de su amigo, Daniel pudo ver cómo le sonría, era leve, pero estaba sonriendo, se acercó a él y lo revisó con mucho cuidado.
—Y, ¿cómo está? —preguntó impaciente y alegre a la vez Gabriela—. Está mejor, ¿verdad?
—Gabriela, cálmate —dijo con voz serena—. Está mejor, su corazón está respondiendo muy bien. Igual tenemos que estar pendiente de su recuperación.
—¿Cuánto tiempo, crees que deba estar el aquí? —preguntó su amiga.
—Dos o tres días —contestó con tranquilidad—, eso depende como su corazón evolucione.
—¿Desde cuándo… estoy aquí? —preguntó Josué desorientado, solo recuerda que estaba en la oficina con su amigo, todo lo demás era borroso.
—Desde la mañana —respondió Daniel—. Tuviste muchísima suerte que estuve a tu lado, como puedes imaginar. Tu esposa sabe todo —confesó, notando la palidez de su amigo—. Cálmate lo ha tomado muy bien.
—Amor, cuando estés recuperado. Hablaremos largo, muy largo —dijo ella con una sonrisa forzada—. Así que descansa, no me apartaré de tu lado.
—Il mio amore —dijo antes de cerrar los ojos.
—Ti amo —susurró Gabriela.
—Los dejaré solos —anunció Daniel retirándose.
—Estoy tan feliz —expresó Gabriela agarrándole la mano con tanto cariño.
—Gaby —susurró él.
—Aquí estoy —respondió con voz suave, acariciándole la mejilla con ternura.
—No te alejes de mí, por favor —le pidió en súplica.
—Claro que no —habló conmovida—. Jamás lo haré.
—Te quiero.
—Yo también, te quiero mucho.
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Diez minutos después.
En la habitación de Josué.
—Yo lo veo muchísimo mejor —anexó Dana, mirando a su amigo que estaba completamente despierto y sonriendo—. Más bien, deberíamos darlo de alta.