Ersaí se queda viendo el rostro de Mónica a ver que dice, pero esta mira por unos segundos su barba, y luego le expresa:
— Qué bonito nombre tienes... ¡Ersaí!
Sorprendido por que esperaba que Mónica lo reconociera por el nombre, Ersaí dice:
— ¿No te es familiar ese nombre? ¿Ni mi rostro te es familiar a alguien del pasado?
En seguida, Mónica mira aun más de cerca a Ersaí, y le responde:
— No, no te pareces a nadie que haya conocido en el pasado.
En un momento, Ersaí piensa en dejar eso así y no decir más nada, porque sintió en instantes una tremenda desilusión, pero rápidamente se acuerda que ella no tiene por qué acordarse de él, y le dice:
— Voy a revelarte quien soy.
— Te confieso que me has hecho sentir preocupada y tensa.
— No te preocupes, aquí estas con una persona conocida.
Mónica mira bien a Ersaí, buscándole algún parecido con Frank. Cuando Ersaí le expresa:
— Yo soy Ersaí, el hijo de la familia Cardona del barrio Pance, quien te limpio tus calzados porque se habían embarrado de pintura cuando pintabas una parte de la fundación junto a tu madre Maleja... tu vivías al frente de mi casa.
Estupefacta, Mónica recuerda a Ersaí en ese tiempo, y le pregunta con gran asombro:
— ¿Eres tú? ¿Eres el muchacho del frente que me molestaba?
— Soy yo, Ersaí; el que siempre te buscaba, pero en esa vez me dejaste claro que te gustaban los hombres musculosos.
Mónica no puede creer que el que esta viendo sea Ersaí, y le pregunta:
— ¿Pero qué te sucedió?
— Eso también lo sabes, mis padres me echaron de la casa.
— Ah, ya me acorde, el robo de la fundación.
— Si.
— ¿Por qué hiciste eso?
— Lo hice porque quería darte un detalle muy grande, y para llamar tu atención.
Mónica se acuerda de los muchos desplantes y ofensas que le hacía a Ersaí, y se siente mal al escuchar eso, y le dice a Ersaí:
— Perdóname por maltratarte, perdóname, fui muy dura contigo.
— Eso ya pasó, tranquila.
— De verdad, hice mal, mira lo que hiciste por mí.
— No te culpes, yo me dejé llevar de la tentación del enemigo, el cual se me presentó directamente como un amigo que estaba en España, y me tentó para robar ese dinero... dinero que era para las personas más necesitadas, y yo caí en eso, y las consecuencias fueron duras, fui echado, maltratado y desterrado de mi casa, y he pasado gran parte de mi vida en la calle; quince años para ser precisos.
— Muchos años.
— Si, muchos años comiendo desperdicios, llevando aguaceros en la calle, durmiendo en la intemperie en la oscuridad de cada noche. Pensando siempre en el gran error que había cometido.
— ¿Y fue en ese tiempo que buscaste de Dios?
— No, yo le huía a la palabra de Dios, porque era ateo... eso fue unos días atrás que te dije que había aceptado a nuestro Señor Jesucristo como mi salvador.
— Ah, sí, ya me acuerdo.
— Fue en este mismo lugar donde estamos sentados que de verdad le pedí perdón a Dios por lo que hice, y Dios me perdonó... sentí fuego caer sobre mí, eso fue impresionante y maravilloso.
Impresionada por lo que está relatando Ersaí, Mónica alcanza a mirar a algunos comerciantes que la miran porque esta sentada cerca de Ersaí, pero no les presta atención, y dice:
— Lo importante es que Dios te perdonó.
— Si, y espero que mi familia me perdone también.
— Ellos te perdonarán, porque todos cometemos errores... porque yo también te pido perdón, al desear que te fuera mal.
— ¿Cómo?
— Si... cuando ya todos en el barrio sabían de lo que habías hecho en la fundación, yo en la noche le dije a mi madre muchas cosas, pero recuerdo ahora, que le dije que ojalá te fuera mal, perdóname por eso.
— Perdonada... Yo me imagino que todos en el barrio me dijeron algo así, y no los culpo, yo hice algo muy malo, pero gracias a Dios me arrepentí de eso.
— Qué bueno que buscaste de Dios.
— Si, sin él no somos nada.
— Así es, de nada vale tener riquezas, y no tener a Dios.
Muy sonriente, Ersaí mira a Mónica, y esta le pregunta al verlo así:
— ¿Por qué te sonríes?
— Es que no sabes como yo estoy de contento.
— ¿Por qué?
— Porque eres una mujer de Dios...
— Ah.
— Estoy feliz de verte también en los caminos de Dios, de verte evangelizando.
— Gracias Ersaí, se ve que de verdad te alegra.
En ese instante, un comerciante se acerca a Mónica, y le pregunta:
— ¿Este señor la está molestando?
— Claro que no. Él es mi amigo.
Ersaí siente gusto al escuchar eso, y mira que es el señor que le dio un envase de sopa, y no dice nada. Cuando este le dice a Mónica:
— Ah, bueno, pensé que pasaba algo...
El señor se devuelve a su local. Cuando Ersaí le expresa a Monica:
— Bueno, es gratificante saber que ahora me consideras amigo, porque antes no me podías ver.
Mónica se sonríe un poco, y le responde:
— Es verdad, eso no se puede negar, yo no te podía ver, y tienes razón en eso...
— ¿Y eso cambio ahora?
— Claro que sí... aunque, me has engañado al principio al no decirme quien eres desde el comienzo.
Ersaí se sonríe, y le expresa a Mónica:
— Pues cuando te vi, quedé muy impresionado y sorprendido, que no sabia que hacer, que pensé; mejor no decir nada.
— ¿Pudiste nunca haberme dicho nada? Si no me dices que eres Ersaí...
— Pero esa no era mi intension.
— ¿Y cuál es tu intención al decirme?
— Porque siempre he estado enamorado de ti e iba a esperar el momento preciso para decirte quien soy, y hoy fue ese momento.
De inmediato, Mónica siente algo en su pecho y rápidamente se levanta del lado de Ersaí, diciéndole:
— Nos vemos después.
— Lo siento. ¿Te asustaste?
— Después hablamos, chao.
— ¡Chao!
Mónica se va alejando. Cuando Ersaí le grita:
— ¡¿PARA EL PROXIMO VIERNES?!
— ¡SI!