Un Milagro de Navidad para Emma

Capítulo 3 – La injusticia

La sala de juntas de Northland Corporation brillaba bajo las lámparas de cristal que colgaban del techo. Cada martes, el equipo financiero se reunía allí para la revisión de los números semanales, pero esa semana la tensión era mayor: se trataba de la primera revisión preliminar del cierre de fin de año.

Emma había trabajado hasta tarde la noche anterior, repasando cifras, verificando balances y asegurándose de que cada número cuadrara con exactitud. Con su habitual perfeccionismo, había preparado un informe claro y ordenado, con gráficos que facilitaban la comprensión de los puntos más complejos. Sabía que Connor los revisaría con su ojo crítico y, aunque nunca esperaba un elogio, siempre se esforzaba por que nada pudiera ser cuestionado.

La reunión transcurrió sin tropiezos. Daniel Lancaster, el CEO y dueño, seguía la exposición con interés, y Connor, como siempre, se mantenía serio, analizando cada página. Cuando al fin dieron por terminada la junta, los ejecutivos comenzaron a retirarse, relajando los hombros.

Emma estaba recogiendo sus papeles cuando James Lancaster, uno de los hermanos menores del CEO, se acercó a ella con una sonrisa traviesa. James, siempre jovial y espontáneo, encontraba en Emma una compañía distinta: ella sabía escucharlo y, de vez en cuando, le respondía con ocurrencias que lo hacían reír a carcajadas.

—Emma, ¿alguna vez te has planteado dar clases de paciencia? —bromeó él—. Juro que contigo uno hasta disfruta leer balances.

Ella rió, sorprendida.
—Creo que serías mi único alumno, James.

La conversación ligera arrancó sonrisas a ambos, y por un instante Emma olvidó que aún estaba bajo la atenta mirada de Connor Grey.

Connor observaba la escena desde la cabecera de la mesa. Su expresión se endureció de manera imperceptible, aunque nadie más pareció notarlo. Cuando James se despidió con un gesto, Connor esperó a que todos estuvieran listos para salir y, justo antes de que Emma cruzara la puerta, su voz grave resonó en la sala.

—Winter.

Emma se detuvo en seco. Giró hacia él con una mezcla de sorpresa y nerviosismo.

—Sí, señor.

Connor la miró con frialdad, sin rastro de cordialidad.
—Me parece poco profesional quedarse conversando en medio de la sala cuando acabamos de terminar una reunión de cierre. Aquí no estamos para entretener a nadie.

Un silencio incómodo se apoderó de la sala. Daniel Lancaster, aún presente, frunció apenas el ceño, sorprendido por el tono severo. Emma, con el rostro enrojecido, bajó la vista.

—Entendido, señor Grey —respondió con calma, aunque por dentro hervía de indignación.

No replicó. No iba a darle el gusto. Recogió sus papeles y salió, con pasos medidos, pero cuando llegó a su escritorio, la máscara se rompió.

Se dejó caer en la silla, apretando los labios con fuerza. Nunca, en dos años, Connor le había dicho una sola palabra de reconocimiento. Nunca había mencionado lo impecable de sus informes, la claridad con que organizaba cada detalle. Y ahora, por una nimiedad, la había humillado delante del CEO.

El enojo la consumía.
¿Eso soy para él? ¿Alguien a quien puede reprender frente a todos, pero jamás valorar?

Con manos temblorosas comenzó a escribir una carta de renuncia. La borró. Escribió otra, más extensa, la borró de nuevo. Redactó cinco, seis versiones, hasta que, en un arrebato de determinación, firmó la última y la envió por correo a Recursos Humanos.

Apenas una hora después, Margaret Holmes, la jefa de RH, apareció en su puesto. Con su habitual rigidez, le informó que la renuncia estaba aceptada y que no era necesario discutirlo más.

Emma parpadeó, incrédula. Había esperado, al menos, que alguien la llamara para preguntarle por qué se iba. Pero nadie lo hizo. Ni una palabra. Ni una pregunta.

Con el corazón encogido, comenzó a guardar sus pertenencias. Se marchó esa tarde con una dignidad silenciosa, mientras en su interior una parte de ella se rompía.

Esa misma noche, en la oficina privada de Daniel, el CEO cruzaba los brazos, observando a Connor con gesto severo.

—Fuiste muy duro con Emma —dijo con calma, pero con firmeza.

Connor levantó la vista de sus papeles.
—Simplemente puse límites. No es profesional charlar en plena sala de juntas.

—Connor… —Daniel suspiró, cansado—. No es la primera vez que la tratas así. Siempre exiges más, nunca reconoces nada. ¿Sabes lo que va a pasar un día de estos? —Se inclinó hacia adelante—. Ella se va a cansar y renunciará. Y ese día, hermano, lo lamentarás.

Connor no respondió. Giró apenas la cabeza, como si la advertencia no tuviera peso. Para él, Emma era eficiente, sí, pero reemplazable. O al menos, eso quería creer.

Una semana después, Connor comenzó a sentir el peso de la ausencia de Emma.

Los informes que llegaban al departamento eran un caos. Los balances estaban incompletos, los gráficos mal planteados, las cifras desordenadas. Cada documento le resultaba un suplicio de revisar.

No había claridad. No había lógica. No había método.

Y, por primera vez, Connor Grey sintío lo que significaba que Emma Winter ya no estuviera allí, aunque aún no lo supiera.



#2137 en Novela romántica
#751 en Chick lit
#689 en Otros
#106 en Relatos cortos

En el texto hay: romace, oficina jefe, amor navideño

Editado: 21.08.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.