Un Milagro de Navidad para Emma

Capítulo 4 – El vacío de Emma

Los días siguientes se convirtieron en una pesadilla para Connor Grey.
El cierre de año era siempre la etapa más exigente en Northland Corporation, y Emma había sido, hasta entonces, su sostén silencioso: la persona que convertía el caos de cientos de cifras en un orden lógico, claro y eficiente.

Ahora, cada vez que le entregaban un informe, se encontraba con páginas plagadas de errores. Tablas incompletas, cálculos mal planteados, reportes imposibles de leer. Tenía que revisar línea por línea, corrigiendo lo que antes llegaba perfecto a sus manos.

La frustración se acumulaba. Connor nunca había sido un hombre paciente, pero esa el informe lo tenía al borde del colapso.

El viernes, con las sienes palpitándole de cansancio, decidió ir personalmente al área contable. Quería hablar con Emma, pedirle que dejara de entregar informes de esa forma desastrosa.

Cuando llegó, se encontró con una joven nerviosa ocupando el escritorio que había pertenecido a ella.

—¿Dónde está Winter? —preguntó, con la voz grave y autoritaria que todos temían.

La muchacha tragó saliva.
—Señor Grey… la señorita Winter renunció hace una semana. Yo estoy cubriendo su puesto.

Connor se quedó en silencio. La noticia lo golpeó como un jarro de agua helada.
—¿Renunció? —repitió, incrédulo.

—Sí, señor. —La nueva empleada bajó la vista, incómoda—. Recursos Humanos nos dijo que… no volvería.

Connor no respondió. Dio media vuelta y regresó a su oficina, con un nudo en el estómago. Ahora todo tenía sentido. El caos, la desorganización, la incompetencia general. Emma ya no estaba. Y lo peor era que lo había hecho en silencio, sin siquiera darle la oportunidad de… de qué, exactamente, no lo sabía.

Esa noche, se quedó hasta tarde, hundido en pilas de informes torcidos. Se pasó las manos por el cabello, desesperado, preguntándose cómo era posible que nadie más supiera organizar la información como ella.

Al día siguiente, Daniel Lancaster lo encontró en su despacho, con los ojos inyectados de cansancio y la corbata floja.

—¿Qué demonios te pasa, hermano? —preguntó el CEO, entrando con su habitual aire relajado.

Connor levantó la mirada, desencajado.
—No puedo creerlo, Daniel. Todo es un desastre. Los informes… los balances… ¡Son un infierno!

Daniel arqueó una ceja, divertido.
—¿Y apenas te das cuenta?

Connor apretó la mandíbula.
—No es eso. —Respiró hondo, como si admitirlo le costara demasiado—. Emma… Winter… me está haciendo más falta de lo que creía posible.

Daniel apoyó una mano en el respaldo de la silla de su amigo y soltó una carcajada breve.
—Te lo dije, hermano. Un día de estos iba a renunciar y entonces verías lo que perdías.

Connor no se unió a la risa. Sus ojos oscuros reflejaban una mezcla de rabia, cansancio y algo más profundo que aún no quería nombrar.
—No pensé que todos fueran tan incompetentes. Nadie puede hacer lo que ella hacía. Nadie.

Daniel lo observó con una sonrisa entre divertida y comprensiva.
—Quizás no era que los demás fueran incompetentes, Connor. Quizás era que ella era excepcional.

Connor se recostó en la silla, en silencio. Por primera vez, aceptaba que Emma Winter no era simplemente una empleada eficiente. Era… indispensable.

Y la había dejado ir.



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En el texto hay: romace, oficina jefe, amor navideño

Editado: 21.08.2025

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