—Dame unos minutos —pidió Emma, cerrando la puerta con decisión antes de que Connor pudiera objetar.
Connor permaneció de pie en el pasillo, con los brazos cruzados, repasando mentalmente todo lo que había sucedido en apenas unos minutos. Había ido a reclamarle… y ahora estaba a punto de pasar la Navidad con ella en la oficina.
Cuando Emma volvió a abrir la puerta, a Connor literalmente le faltó el aire.
Ella vestía unas botas negras que le llegaban hasta la rodilla, medias oscuras que delineaban sus piernas, una falda corta de lana y un abrigo ceñido. Una bufanda de un tono esmeralda resaltaba el color de sus ojos y las pecas en su rostro, que estaban a la vista sin maquillaje pesado, apenas un poco de rímel y un brillo suave en los labios.
Connor parpadeó, tragando saliva, intentando aparentar indiferencia.
—¿Lista? —preguntó, con un leve carraspeo.
—Siempre lo estuve —replicó ella, con una media sonrisa que lo desarmó aún más.
La oficina estaba silenciosa, con las luces bajas y un aire casi melancólico:casí era Nochebuena, y mientras el resto del mundo compraba regalos de ultimo minuto y se preparavba para la celebración, ellos se sumergían en montones de informes desordenados.
—Esto es un desastre —murmuró Emma después de la tercera carpeta que revisaba, apoyando la frente en la palma de su mano.
—Por eso estás aquí —contestó Connor, pero sin ese tono autoritario habitual. Sonaba casi… agradecido.
Trabajaron durante horas. Al principio en silencio, pero poco a poco las tensiones se fueron aflojando. Entre comentarios sarcásticos de Emma y las sonrisas contenidas de Connor, la jornada se volvió sorprendentemente amena.
Cuando el hambre se hizo imposible de ignorar, pidieron comida china para los dos. Se sentaron a comer entre pilas de papeles y pantallas encendidas, riendo de lo absurdo que era pasar la Navidad rodeados de reportes financieros.
Connor la observó un instante mientras ella comía distraída, con un mechón de cabello suelto cayendo sobre su mejilla. Nunca la había visto así: natural, segura, ligera. Y el descubrimiento lo golpeó más fuerte de lo que esperaba.
Ya caída la tarde, cuando los relojes marcaban casi las diez de la noche, recogieron lo último y apagaron las luces. Connor la llevó en silencio hasta su departamento, las calles decoradas con luces navideñas pasando frente al auto como un recuerdo borroso.
Al llegar, ella desabrochó el cinturón y lo miró de reojo.
—Gracias por traerme.
Connor asintió.
—Mañana paso por ti. A primera hora.
Emma dudó un segundo, como si quisiera negarse, pero al final asintió con una pequeña sonrisa.
—De acuerdo.
Él se quedó observándola un instante más antes de que cerrara la puerta y desapareciera en el edificio. El eco de su risa y la imagen de esas pecas enmarcadas por la bufanda verde lo acompañaron todo el camino de regreso.