Un Milagro de Navidad para Emma

Capítulo 8 Aceptando lo evidente

El ruido de la ciudad parecía apagarse cuando Connor entró a su departamento. Cerró la puerta tras de sí y se apoyó un segundo contra la madera, como si necesitara recuperar el aliento. No era común en él sentirse alterado por nada ni por nadie. Estaba acostumbrado a controlar su entorno, a prever cada movimiento en la sala de juntas, a negociar con la frialdad de un ajedrecista. Pero aquella noche había sido distinta.

La imagen de Emma, con las botas que le llegaban a las rodillas y la bufanda que resaltaba el verde de sus ojos, seguía persiguiéndolo. No era solo un recuerdo pasajero, era un golpe directo al pecho. ¿Cómo diablos había pasado de ser aquella pasante silenciosa a convertirse en la mujer que lo dejaba sin aire con solo una sonrisa?

Se deshizo de la chaqueta, la dejó caer sobre el sofá y se dirigió a la cocina. Sirvió un whisky, buscando el calor que no había sentido desde que la dejó en la entrada de su edificio. Dio un sorbo largo, intentando sacudirse la sensación de vacío que lo había acompañado en el trayecto de regreso. Pero el sabor amargo no opacaba la verdad que hervía en su mente: Emma Winter lo desarmaba, y eso lo irritaba tanto como lo fascinaba.

Se dejó caer en el sillón, echando la cabeza hacia atrás. Recordó la primera vez que la vio. No fue en el pasillo de la empresa ni en una reunión como cualquiera pensaría. No, él la había notado mucho antes. La forma en que tomaba notas en silencio, cómo alzaba la vista solo para corregir un dato con una precisión quirúrgica. Había una fiereza escondida detrás de esa fachada discreta que nadie más parecía percibir. Pero él sí.

—Pequeña fierecilla… —murmuró con una media sonrisa, repitiendo las palabras que le había dicho horas antes.

El simple hecho de recordarlo lo encendía por dentro. Le gustaba ese fuego en ella. Le gustaba demasiado. Y, por primera vez en años, se permitió admitirlo: no estaba seguro de cómo manejarlo. Connor Grey, el hombre que nunca titubeaba en una decisión, estaba atrapado en un torbellino de emociones que lo desbordaban.

Apoyó el vaso en la mesa y se frotó el rostro con las manos. Al día siguiente la vería de nuevo. Trabajarían juntos, se desafiarían con cifras, con ideas, y probablemente discutirían como lo habían hecho aquella tarde. Y él… lo estaba esperando con una ansiedad que no podía disimular ni siquiera ante sí mismo.

—Mañana —susurró con determinación—. Mañana será distinto.

Pero en el fondo sabía que cada día que pasara junto a Emma Winter sería una batalla perdida para su autocontrol.

____________

Emma cerró la puerta de su apartamento y apoyó la espalda contra ella. Soltó un suspiro tembloroso, como si hasta ese momento hubiera estado conteniendo la respiración. Se llevó una mano al pecho, intentando calmar el latido desenfrenado de su corazón.

Connor Grey. El nombre por sí solo bastaba para revolverle el estómago. Durante años había sido el centro de sus pensamientos, la figura distante e inalcanzable que combinaba arrogancia con una inteligencia deslumbrante. Y ahora estaba ahí, frente a ella, pidiéndole que trabajara a su lado en Navidad, mirándola como si fuera la única mujer en el mundo.

Dejó el abrigo sobre una silla y se miró en el espejo del pasillo. Las pecas en su rostro estaban encendidas todavía, como si él las hubiera pintado con su mirada. Apretó los labios y negó con la cabeza. No podía permitirse sentir esto. No con él. No con su jefe. No con el hombre que, durante dos años, parecía ignorar su existencia.

Se quitó las botas lentamente, intentando ordenar sus pensamientos. La rabia aún hervía dentro de ella. Había renunciado con la convicción de no volver a verlo nunca más, de liberarse de la tensión constante de trabajar bajo su mando, de la frustración de querer algo que no podía tener. Y sin embargo, en una sola noche, él había trastocado todos sus planes.

—No deberías importarme —se reprochó en voz baja.

Pero lo cierto era que importaba. Importaba demasiado. Emma recordaba cada reunión, cada cruce de miradas fugaz, cada vez que él había corregido un informe suyo y la forma en que, pese a todo, terminaba aceptando que sus cifras eran exactas. Había admiración de su parte, sí, pero también algo más. Algo que había tratado de enterrar durante dos años y que ahora amenazaba con salir a la superficie.

Se dejó caer en la cama, abrazando la almohada como si pudiera ocultar su propio rostro. Cerró los ojos, pero lo único que vio fue la sonrisa ladeada de Connor, el brillo cansado de sus ojos, y ese tono casi suplicante en su voz cuando le pidió que lo ayudara.

—¿Qué voy a hacer contigo? —murmuró, sintiéndose vulnerable.

Una parte de ella quería negarse a volver. Quería protegerse de lo inevitable. Pero la otra, la que latía con fuerza en su pecho, sabía que aceptaría. Porque estar junto a él era peligroso, sí… pero también era lo único que realmente deseaba.

Y mientras el sueño la vencía, Emma lo aceptó en silencio: mañana, mañana será más duro.



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En el texto hay: romace, oficina jefe, amor navideño

Editado: 21.08.2025

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