Emma apareció puntual esa mañana, y aunque el calendario marcaba Navidad, ella había elegido un atuendo que irradiaba frescura y estilo: un vestido en tono burdeos, sencillo pero elegante, con un lazo en la cintura, medias negras y unas botas cortas. Su cabello suelto caía sobre los hombros y un toque de brillo en los labios completaba la imagen.
Connor la esperó en la entrada del edificio, sorprendido de verla tan arreglada.
—No sabía que había código de vestimenta para trabajar en Navidad —comentó, con una sonrisa apenas insinuada.
—Trabajar en Navidad no quiere decir que no se pueda estar presentable —respondió ella, arqueando una ceja con picardía.
La jornada avanzó entre papeles, comentarios y risas inesperadas. La tensión de días anteriores parecía deshacerse en cada intercambio de miradas.
En un momento de pausa, Emma lo observó con curiosidad.
—¿Y tú? ¿Por qué trabajas en Navidad en vez de estar con tu familia?
Connor dejó la pluma sobre el escritorio, pensativo.
—En los Grey… el fin de año es más representativo. Navidad nunca fue tan importante. Prefiero trabajar hoy y pasarlo con ellos en Año Nuevo.
—Interesante filosofía —murmuró Emma, bajando la vista a los papeles—. Para mí… es más sencillo. Mi familia no está cerca, y a veces… es mejor así.
El silencio se volvió cómodo, cargado de comprensión mutua.
Cuando el reloj marcó las ocho de la noche, ambos seguían revisando informes con hambre evidente. Justo entonces, el teléfono de Connor vibró. Era Juliette, su hermana menor.
—¿Aló?
Del otro lado, la voz de Juliette sonó con tono cómplice:
—Hermano, sé que estás con Emma trabajando en Navidad. Vayan al salón de la terraza, tienen una cena lista.
Connor arqueó una ceja, mirando a Emma con cierta diversión.
—¿Una cena?
—Sí, y no me lo discutas. La arregle todo en cuanto supe que iban a quedarse ahí. Vayan antes de que se enfríe. Y, Connor… no seas tonto.
Juliette colgó, dejándolo entre incrédulo y enternecido.
El salón de la terraza estaba iluminado con luces cálidas, una mesa para dos decorada con velas y un pequeño árbol. La sorpresa en los ojos de Emma lo decía todo.
—Esto… es adorable —susurró ella.
Cenaron entre risas y confidencias, en un ambiente que poco tenía que ver con las tensiones laborales. Al terminar, Emma sacó un pequeño paquete envuelto en papel dorado.
—Yo… había pensado en esto, aunque no creí que llegaría a dártelo. Feliz Navidad, Connor.
Él sonrió, sorprendido, y sacó de su portafolio una caja envuelta con cinta plateada.
—Curioso, yo también tenía algo para ti.
Se miraron un segundo y estallaron en risas, descubriendo que ambos habían llevado un regalo en secreto.
—Por eso podemos organizar estos informes tan rápido —dijo Emma entre carcajadas—.Parece que nuestra forma de pensar y trabajar son la misma.
Connor la miró, y por primera vez en mucho tiempo, el peso de la rutina desapareció. No eran jefe y empleada, ni hombre y mujer en guerra. Eran simplemente dos personas con más cosas en común de lo que esperban, en medio del caos, habían encontrado algo inesperado en esa Navidad compartida.
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Editado: 03.09.2025