Un Milagro de Navidad para Emma

Capítulo Final – “Ya no hay vuelta atrás”

La oficina estaba en penumbras, iluminada solo por las luces lejanas de la ciudad. El silencio después de aquel primer beso bajo el muérdago aún vibraba entre ellos, como una cuerda tensada a punto de romperse. Emma respiraba agitada, apoyada contra la puerta, mientras Connor la observaba con los ojos oscurecidos por un deseo feroz.

Él levantó una mano y le apartó un mechón de cabello que se había escapado de su coleta.
—Te vi desde el primer día… —confesó con voz grave, casi un susurro.

Emma parpadeó, sorprendida.
—¿Qué?

Connor esbozó una media sonrisa, cargada de nostalgia y hambre contenida.
—Entraste a esa sala de juntas con una carpeta bajo el brazo, la falda gris hasta la rodilla, esa blusa blanca sencilla y los tacones que jurabas discretos… —la recorrió con la mirada, como si volviera a revivirlo—. Y supe que me ibas a meter en problemas.

El corazón de Emma dio un vuelco.
—Connor…

Él continuó, acercándose más, atrapándola con su presencia.
—No era solo tu sonrisa, Emma. Fue tu tenacidad, tu sagacidad con las cifras, esa forma en que rebatías a hombres que llevaban veinte años en el negocio sin titubear. Yo fingía no mirarte en las juntas, pero créeme, admiraba cada maldito movimiento tuyo.

Emma sintió que la garganta se le cerraba de emoción. Bajó la mirada apenas un instante, antes de confesar:
—Y yo… yo pensaba que eras insoportable, arrogante, imposible de tratar. —Levantó los ojos brillantes hacia él—. Pero fue esa misma obstinación, esa forma en la que nunca cedes, lo que me flechó sin que me diera cuenta.

Connor soltó una carcajada grave, incrédula, antes de inclinarse más.
—Siquiera renunciaste… —murmuró con un tono oscuro, posesivo—. Porque ahora nada nos detiene. Las relaciones entre empleados están prohibidas… pero ya no eres mi empleada, Emma Winter.

Su mano se deslizó hasta la nuca de ella, firme, posesiva.
—Ahora nada impide que seas mía.

Y la besó.

No fue un beso como el del muérdago, lleno de sorpresa. Este fue hambriento, devastador, como un hombre que había esperado demasiado y por fin reclamaba lo que siempre había querido. Emma gimió contra sus labios, aferrándose a su camisa como si temiera que pudiera apartarse, entregándose por completo al torbellino de sensaciones que él despertaba.

Connor la levantó apenas del suelo, obligándola a rodearlo con sus brazos, sin dejar de devorarle la boca. Cada roce, cada jadeo, era la confirmación de lo inevitable: no había marcha atrás.

Cuando al fin se separaron, con la respiración entrecortada y los labios enrojecidos, Connor apoyó su frente contra la de ella.
—Eres mía, Emma. Desde el primer día.

Ella sonrió, temblorosa pero decidida.
—Soy tuya Connor.

El reloj en la pared marcaba la medianoche. Afuera, las luces de Navidad brillaban en la ciudad. Dentro, Connor y Emma sellaban una historia que había empezado con una renuncia y terminaba con una entrega sin condiciones.



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En el texto hay: romace, oficina jefe, amor navideño

Editado: 03.09.2025

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