Había una vez dos hermanas que vivían tranquilamente en la ciudad, y un día cansadas de la rutina encontraron la solución para salir de ese monótono estancamiento…
— ¡Gabriela! ¡Mira encontré un anuncio en donde ofrecen pasar unas semanas en un bosque que queda cerca de la costa!... ¡se ve muy bonito! —exclamaba una chica de 19 años sentada en la sala de un departamento.
— ¿Enserio?... ¡guao! ¡Se ve genial!… ¿Cuánto tendríamos de pagar? —preguntó la ojiazul de 20 años.
— ¡Nada! ¡aquí dice que es un proyecto para aumentar el turismo en la zona! —Le relataba la chica llamada María— pero tendríamos que hacer las maletas de inmediato pues aquí dice que el avión sale mañana a las 10 am…
— ¡¿Entonces qué haces ahí sentada?! ¡apresúrate niña! —decía Gabriela alegre apurando a su hermana.
Luego de tener todo preparado, las dos partieron juntas dispuestas a cambiar el estrés de la ciudad por la tranquilidad del bosque.
Al llegar al lugar y ver lo bonito que era, emocionadas se establecieron y mientras desempacaban Gabriela habló.
—Qué te parece si preparo algo de comer y nos vamos al bosque para… —Cuando de repente se vio interrumpida al escuchar que llamaban a la puerta de la cabaña.
Al abrir vieron a un hombre bastante guapo de cabellos rojizos con una sonrisa cordial.
—Hola, buenas tardes, disculpen las molestias, vivo aquí al lado y quería revisar que no estuvieran teniendo problemas —explicó.
—N.… no se… pre… preocupe es… estamos bien —tartamudeaba María tratando de dar una respuesta entendible.
El hombre sonrió al escucharla y tranquilamente dijo.
—Me alegro, entonces espero que no haya problema en que me acompañen a almorzar, me gustaría que fuera una especie de bienvenida para ustedes —invitó amablemente.
—Supongo que está bien, después de todo no conocemos a nadie por aquí, y nos podrías hablar un poco del lugar —acepto Gabriela divertida por el comportamiento de su hermana, tocándole levemente el brazo a esta para que saliera de su trance.
Dos horas después se encontraban las dos chicas comiendo amenamente con el vecino que descubrieron se llamaba Tomás. Mientras hablaban de trivialidades, Tomás se puso serio de un momento a otro y les hizo una peculiar advertencia
—Hagan lo que hagan, no salgan de su cabaña luego de las diez de la noche, es peligroso estar a esas horas afuera.
Las hermanas se lo tomaron como una especie de broma, pero al ver la seriedad con la que hablaba, se quedaron contrariadas.
María fue la primera en hablar.
—Pero… ¿por qué? —cuestionó.
—Este lugar se ha visto envuelto en diferentes… situaciones, que provocaron que las personas dejaran de venir, por miedo a que algo sucediera. Se los advierto por el simple hecho de que es mi deber, y les digo que precisamente a esas horas es que se han registrado mayor cantidad de sucesos extraños —explicó vagamente el vecino.
—Sigo sin entender nada —dijo Gabriela— ¿Qué tiene eso que ver con…?
—Solo hagan caso —interrumpió bruscamente Tomás— Lo que si les puedo afirmar es que se dice que hace unos años una niña salió por la noche y hoy en día todavía no se sabe nada de ella… o por lo menos de su cuerpo.
Ellas se sorprendieron mucho, pero sin atreverse a seguir preguntando se quedaron con la duda, prefiriendo dejar el tema hasta ahí; luego de haber terminado de comer en un tenso silencio, se despidieron, le dieron las gracias al joven y regresaron a la cabaña, sintiendo la pesada mirada del vecino clavada en sus espaldas...
Dos días después, luego de un divertido día, las hermanas salieron a ver las estrellas al llegar la noche, recostándose en el pasto…
No habían vuelto a ver al chico desde aquel almuerzo… intentaron preguntar en el pueblo sobre lo que él había dicho, pero nadie les pudo responder, por lo que sin tomarle cuidado se olvidaron del asunto dispuestas a disfrutar de sus vacaciones.
Hablaron durante un rato hasta que escucharon ruidos extraños, pero no le dieron importancia, pensando que sería alguno de los animales que suelen vivir de la noche.
Cuando ya la luna estaba en la alto del cielo una de las hermanas sintió que estaba comenzando a hacer frío.
—Ahorita vengo, voy por unas mantas a la cabaña —dijo Gabriela levantándose.