Descubrimos que el bosque se llama Oustumin con la sugerencia de la anciana y la preocupación en las palabras del panadero, decidimos investigar el bosque. Al atardecer, nos dirigimos hacia él, dejando atrás las murallas de la ciudad. Mientras el sol descendía en el horizonte, sus últimos rayos pintaban las copas de los árboles con un brillo anaranjado que pronto se desvaneció, dando paso a una oscuridad profunda.
El bosque era espeso, sus árboles altos y retorcidos parecían formar figuras en la penumbra. A medida que nos adentrábamos, el aire se volvía más frío y denso, como si el mismo lugar estuviera vivo, observándonos. Los alaridos que nos habían descrito comenzaron a escucharse: gritos lejanos, desgarradores, como si algo o alguien estuviera sufriendo un tormento inimaginable.
—No es un sonido natural —dijo Ariana, con la espada desenvainada y los ojos alerta.
—Definitivamente hay magia involucrada —añadí, sintiendo cómo mi propia energía reaccionaba a la vibración del ambiente.
Lucas, que caminaba ligeramente rezagado, observaba cada sombra con recelo. Cedríc, como siempre, lideraba el grupo, su presencia firme brindándonos confianza incluso en medio de lo desconocido.
—Deberíamos buscar el origen de esos gritos —propuso Cedríc, señalando hacia el este, donde los sonidos parecían intensificarse.
Mientras caminábamos por el bosque, la oscuridad parecía volverse más densa con cada paso. Las ramas crujían bajo nuestros pies, y los alaridos que habíamos oído antes ahora resonaban con mayor claridad, desgarradores y llenos de angustia. El grupo avanzaba con cautela, pero algo en el ambiente me inquietaba profundamente.
—Kerent, quédate cerca —dijo Cedríc, girando su cabeza hacia mí.
Asentí, pero un extraño zumbido comenzó a llenar mis oídos. Era como si el bosque susurrara, llamándome. Sin darme cuenta, mis pasos se desviaron hacia un lado, como si algo invisible me estuviera guiando lejos de los demás.
—¿Kerent? —llamó Ariana, su voz distante, como si estuviera en otra realidad.
Me giré, pero no los vi. La niebla que ahora cubría el bosque se había hecho más espesa, envolviéndome en un manto de soledad.
—¿Cedríc? ¿Ariana? —grité, pero mi voz apenas resonó en la oscuridad.
De repente, el zumbido se detuvo, y el bosque quedó en un silencio sepulcral. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Algo no estaba bien. La sensación de ser observada era abrumadora.
—¿Quién está ahí? —pregunté, levantando las manos, canalizando mi magia con una calma férrea.
Las sombras comenzaron a moverse. Al principio pensé que era mi mente jugando trucos, pero pronto adquirieron forma. De entre los árboles emergieron figuras humanoides, sus cuerpos de pura oscuridad, con ojos rojos brillando con una intensidad sobrenatural. No eran ilusiones, eran demonios.
—Bienvenida, pequeña hechicera —dijo una voz profunda y gutural, proveniente de la sombra más cercana—. Hemos estado esperando.
—¿Esperándome? —pregunté, sin apartar la vista, mientras sentía cómo mi magia comenzaba a vibrar en mis manos.
—Tu poder es especial, distinto al de los demás. —Otra sombra avanzó, más grande y amenazante que las otras—. Nos pertenece.
—¡No! —grité, desatando un rayo de energía pura que atravesó al demonio más cercano. En lugar de caer, el demonio se desvaneció, reapareciendo al instante a unos pasos de distancia como si mi ataque fuera inútil.
Las sombras empezaron a rodearme, susurros llenos de malicia llenando el aire.
—No puedes escapar de nosotros, Kerent. Aquí, en la oscuridad, somos más fuertes.
El frío de la oscuridad intentó penetrar mi mente, pero no lo permitió. Podía sentir el pulso de la magia que recorría mi cuerpo, conectándome con algo más grande. Mi corazón latía fuerte, pero era la fuerza del vínculo con mis compañeros lo que me daba la determinación para seguir adelante.
Con un grito bajo, canalicé toda mi energía en un solo movimiento. Las sombras que me rodeaban fueron arrancadas de su lugar por una explosión de luz cegadora. El suelo tembló bajo mis pies, mientras mi poder se desbordaba, haciendo que el aire mismo se ionizara.
—¡Cedríc! ¡Ariana! —grité, mi voz firme, mientras la luz pulsaba con fuerza en mis manos.
La risa de los demonios se hizo eco a mi alrededor, pero no me detuve. Cerré los ojos, recordando las palabras de Cedríc: "Tu poder está ligado a lo que amas, Kerent, pero también está más allá de eso. Es el vínculo que tenemos, la luz en la oscuridad".
Una oleada de poder fluyó a través de mí, más allá de lo que había imaginado, arrastrando la oscuridad a su paso. La luz a mi alrededor se intensificó, cegando momentáneamente a las sombras. Aproveché ese breve segundo para correr, mis pasos guiados por la magia que conectaba mi ser con mis compañeros.
Los demonios me siguieron, su velocidad sobrenatural un desafío, pero algo dentro de mí despertaba. En el aire, sentí cómo mi magia comenzaba a cambiar, absorbiendo cada sombra que tocaba. Las sombras no eran más que materia en mis manos, maleables, controlables.
Finalmente, vi un destello de luz a lo lejos: Cedríc y los demás venían hacia mí. Pero yo no estaba solo.