A la mañana siguiente retomamos nuestras actividades y nos incorporamos a las clases. Algunos compañeros, curiosos por nuestra ausencia, se acercaron a preguntar por qué habíamos faltado. Les respondí con calma:
—Tuve que visitar a mi familia con urgencia.
Satisfechos con mi respuesta, no hicieron más preguntas, y pronto cada quien se dirigió a sus respectivas clases.
La primera asignatura del día para mí era Historia de los Imperios. Al llegar al aula, busqué mi asiento habitual, en la fila de en medio, y me acomodé con tranquilidad. Apenas me senté, sentí una mirada fija que parecía perforarme la espalda.
Intrigada, me giré hacia atrás y, para mi sorpresa, encontré a un chico pelirrojo mirándome con atención. Sus ojos, intensos y misteriosos, parecían buscar algo en los míos. Por un instante, nuestras miradas se cruzaron, y el tiempo pareció detenerse.
El aula de Historia de los Imperios era un amplio salón con paredes adornadas por mapas antiguos y retratos de líderes legendarios. En el frente, una gran pizarra mágica mostraba imágenes animadas de batallas históricas, que se movían como si tuvieran vida propia. El profesor, un hombre de cabello gris y túnica azul oscura, estaba parado junto a su escritorio, hojeando un grueso tomo lleno de anotaciones.
Las ventanas dejaban entrar la luz de la mañana, iluminando los escritorios organizados en filas perfectas. Cada estudiante tenía un cuaderno encantado que registraba automáticamente las lecciones, pero todos sabían que la participación activa era indispensable para evitar las preguntas inesperadas del profesor.
El murmullo de los estudiantes llenaba el salón mientras esperaban a que la clase comenzara. Algunos revisaban sus notas, otros cuchicheaban sobre las tareas y los rumores más recientes. De pronto, el profesor golpeó suavemente la mesa con su bastón de madera, y el silencio se extendió por la sala.
—Buenos días, clase. Hoy continuaremos con la historia de la Era de los Tres Reinos. Abran sus cuadernos y presten atención, porque discutiremos la estrategia detrás de la Batalla del Valle Sombrío, un evento que cambió el curso de la historia mágica.
Con un gesto de su mano, la pizarra mágica comenzó a proyectar la imagen de un valle rodeado de montañas oscuras. Pequeñas figuras animadas representaban a los ejércitos en movimiento, mientras el profesor explicaba las tácticas empleadas por los generales.
Yo intentaba concentrarme, pero no podía ignorar la persistente sensación de ser observada. Una mirada intensa seguía clavada en mí desde atrás, haciéndome difícil apartar la curiosidad que el pelirrojo había despertado en mí minutos antes. Sin embargo, sacudí la cabeza y traté de enfocarme en la clase.
—Kerent —la voz del profesor interrumpió mis pensamientos—, ¿podrías decirnos cuál fue la clave de la victoria del Reino de Azaria en esta batalla?
Todos los ojos se volvieron hacia mí. Tragué saliva, tratando de recordar lo que había escuchado segundos antes. ¿Había mencionado algo sobre una emboscada?
Traté de mantener la calma mientras todos me miraban, incluido el chico pelirrojo desde su lugar al fondo del salón. Sentí mi corazón latir con fuerza, pero respiré hondo y me obligué a pensar.
—La clave fue… —dije lentamente, tratando de ordenar mis ideas— una emboscada estratégica en el paso estrecho del valle. Usaron la geografía a su favor para bloquear las fuerzas enemigas y cortar su línea de suministro.
El profesor me observó por un momento, luego asintió con aprobación.
—Correcto, Kerent. Aunque Azaria tenía menos tropas, su conocimiento del terreno y su habilidad para explotar las debilidades del enemigo les permitió ganar una batalla que parecía perdida. Excelente.
Sentí un alivio inmenso al escuchar esas palabras, y los murmullos de los demás estudiantes cesaron rápidamente cuando el profesor retomó su explicación.
—Recuerden, futuros líderes y estrategas, el poder no siempre está en la cantidad de fuerzas que controlen, sino en cómo las utilicen.
Mientras el profesor continuaba, intenté enfocarme nuevamente, pero no podía evitar preguntarme por qué el chico pelirrojo seguía mirándome. Cada vez que giraba ligeramente la cabeza, lo encontraba observándome con esa misma intensidad, como si intentara descifrar un misterio.
Al terminar la clase, mientras recogía mis cosas, sentí una presencia detrás de mí. Me giré, y allí estaba él, más cerca de lo que esperaba. Su cabello rojo brillaba bajo la luz que entraba por las ventanas, y sus ojos verdes tenían una chispa de curiosidad.
—Tienes una buena memoria para la estrategia —dijo con una voz tranquila, pero cargada de un aire intrigante—. No muchos pueden responder tan rápido en una clase de Serlyun.
Me quedé sin palabras por un instante, sorprendida de que me hablara. Luego, recuperé la compostura.
—Supongo que escuché justo a tiempo —respondí, intentando sonar casual.
El chico sonrió ligeramente, como si encontrara divertida mi respuesta.
—Soy Alaric. Es un gusto conocerte, Kerent.
¿Cómo sabía mi nombre? Antes de que pudiera preguntarle, recogió su cuaderno y se alejó entre la multitud de estudiantes que salían del aula, dejándome con más preguntas que respuestas.