La ceremonia de bienvenida para los terceros años marcaba el inicio de nuestro último ciclo en la academia. Sentada junto a Cedríc, observaba con atención la gran sala, iluminada con candelabros flotantes que llenaban el ambiente de una calidez engañosa. Era imposible ignorar el peso de las expectativas; este año lo cambiaría todo. La graduación y la revelación nos aguardaban al final del camino.
Adrián, con su postura siempre impecable, subió al estrado. Su voz resonó con fuerza, ofreciendo palabras de aliento que, aunque sinceras, apenas podían calmar las ansias de los presentes. Para mí, verlo nuevamente después de tanto tiempo removió recuerdos de días más simples. Luego fue el turno del director, el señor Direnty, cuya presencia imponía respeto. Su discurso fue largo y solemne, pero mi mente vagaba, incapaz de retener una sola palabra.
Cuando finalmente terminó la ceremonia, me encontré caminando hacia los jardines con Cedríc, Lisa, Ariana y Lucas. El aire fresco de la noche era un bálsamo para mis pensamientos agitados. Nos acomodamos en el césped, dejando que nuestros tereny revolotearan libremente bajo la luz de la luna. Cedríc, como era habitual, recostó su cabeza en mis muslos mientras yo jugaba con su cabello, sintiendo una conexión inexplicable en ese momento de tranquilidad.
—Estoy tan emocionada por la revelación —dijo Lisa, rompiendo el silencio con su energía contagiosa.
—Yo también, pero no puedo evitar sentir que el tiempo se nos escapa —respondió Ariana, abrazando sus rodillas con una expresión pensativa.
Lucas, siempre tan seguro de sí mismo, se inclinó hacia Ariana con una sonrisa.
—No entiendo por qué están tan nerviosas. Yo sé quién es mi alma gemela, y estoy más que listo.
El rubor en el rostro de Ariana confirmó sus palabras, y no pude evitar sonreír ante el amor evidente entre ellos. Fue entonces cuando todas las miradas se dirigieron a mí.
—¿Y tú, Kerent? —preguntó Ariana con suavidad.
Sentí el peso de la pregunta, pero respondí con sinceridad:
—Es… complicado. Siento emoción, sí, pero también una incertidumbre que me desespera. Es como caminar en la oscuridad, sin saber qué me espera al final.
—Es natural sentirte así —dijo Lucas, colocando una mano sobre mi hombro en señal de apoyo.
La conversación fluyó durante horas, llenándonos de risas y reflexiones. Pero eventualmente, la noche comenzó a envolverse en silencio, y Lucas sugirió que regresáramos.
—Será mejor que volvamos. Mañana será un día largo —dijo, poniéndose de pie.
Todos asentimos, y desperté a Cedríc con suavidad.
—¿Qué hora es? —preguntó con los ojos entrecerrados.
—Tarde —respondió Lucas, soltando una carcajada.
Nos despedimos de Ariana y Lucas, pero antes de irse, Cedríc me sorprendió al tomarme en sus brazos.
—Ten cuidado al regresar. No quiero que nada te pase.
Su voz tenía un dejo de preocupación que me dejó helada, pero asentí, incapaz de responder. Lisa y yo comenzamos a caminar juntas, mientras nuestros tereny revoloteaban sobre nosotras como pequeños faroles en la oscuridad.
Dejé a Lisa frente a su habitación, y ella me despidió con un abrazo y un beso en la mejilla. Sin embargo, cuando estaba a punto de entrar a mi dormitorio, algo me detuvo.
—¡Auxilio! ¡Tengo mucho miedo! —una voz infantil resonó en la distancia, rompiendo el silencio.
El sonido provenía del bosque. Mi corazón latió con fuerza, pero mi cuerpo se movió por instinto, siguiendo el llamado. Al llegar, me encontré con una escena desgarradora: un ciervo bebé estaba acorralado por un león, cuyos ojos brillaban con hambre.
—¡ALTO! —grité con toda la autoridad que pude reunir.
Mi voz resonó como un trueno, y el león se detuvo al instante, cayendo al suelo junto al ciervo, ambos inclinándose como si reconocieran mi poder.
—Señorita hada, perdóneme si he hecho algo que la haya molestado —dijo el león con un temblor en su voz.
El ciervo, aun temblando de miedo, no podía pronunciar palabra. Mi enojo creció al ver la injusticia.
—¿Atacar a un bebé? ¡Eso es inaceptable! Hay animales adultos que puedes cazar. ¡Esto no volverá a suceder! —le regañé, mi voz llena de indignación.
—S-sí, hada. Lo siento mucho —respondió el león, inclinando aún más la cabeza.
Con un movimiento de mi mano, conjuré un trozo de carne para el león.
—Toma esto y márchate.
El león aceptó la carne, hizo una profunda reverencia y desapareció entre los árboles. Luego, me acerqué al ciervo con cautela.
—¿Estás bien?
—Sí… Estoy un poco herido, pero gracias a usted estoy vivo —dijo con una voz temblorosa pero agradecida.
Sin tocarlo, lancé un hechizo curativo. Sus heridas desaparecieron al instante, y el brillo en sus ojos volvió.
—¡Wow! Muchas gracias, señora hada.
—De nada. ¿Cómo te llamas? —le pregunté.
—Ently —respondió, todavía maravillado.