Un momento más

Capítulo 20: Tratare

El aire es denso, sofocante, cargado de emociones que amenazan con desbordarse. Cada respiración me duele, como si los fragmentos de lo que he perdido se clavaran en mis pulmones. Estoy de vuelta… pero no me siento completa. Algo dentro de mí está roto, y no sé si algún día podré repararlo.

Unos brazos me envuelven de repente, fuertes, desesperados. Cedríc. Su abrazo me aprieta con tanta intensidad que casi duele, pero no me importa. Me aferro a él como si mi vida dependiera de ello, como si soltarlo significara perderme de nuevo en la oscuridad.

—No vuelvas a hacerme esto… —su voz se quiebra contra mi cabello, temblorosa, cargada de un miedo que aún no se disipa—. Pensé… pensé que te había perdido para siempre.

Su confesión me atraviesa como una daga. Quiero responderle, quiero decirle que jamás planeé abandonarlos, que nunca quise desaparecer… pero las palabras no salen. Solo puedo apretar los ojos, luchando contra las lágrimas que amenazan con caer.

Cuando Cedríc se aparta lo suficiente para mirarme, su rostro es una mezcla de alivio, rabia contenida y algo más profundo… algo roto. Y en sus ojos—esos ojos que siempre me han sostenido—veo el rastro de las noches sin dormir, del dolor que le he causado.

Entonces, siento un peso familiar en mi cuello. Mis dedos tiemblan al rozar el frío metal del collar. Aelthar.

La gema celeste brilla con una luz tenue, casi frágil, como si fuera lo único que queda de él. Lo sostengo entre mis manos, y su energía late débilmente contra mi piel, un eco distante de su existencia.

—Aelthar… —susurro su nombre, y el viento parece estremecerse a mi alrededor, como si el mundo mismo reconociera su pérdida.

Su última promesa resuena en mi mente como un eco imborrable:

"Ámate a ti misma. Recuerda que tienes la bendición de Dios."

Un sollozo silencioso me sacude el pecho. Él ya no está. Se ha ido… y nada en este mundo podrá traerlo de vuelta.

—Nos diste un maldito susto —la voz de Lucas rompe el silencio, tensa, más áspera de lo habitual. Cuando alzo la vista, los veo allí. Mis amigos. Todos con el peso de la preocupación marcado en sus rostros.

—No puedes… —Lisa intenta hablar, pero su voz se quiebra—. No puedes desaparecer así… no otra vez.

Las lágrimas brillan en sus ojos, pero las contiene con una fuerza admirable.

Cedríc no me suelta del todo. Su mano permanece firme en mi hombro, como si aún temiera que pudiera desvanecerme de nuevo.

—¿Estás bien? —murmura, aunque sé que la respuesta no le bastará. Nada podría bastarle después de esto.

Asiento lentamente, pero por dentro me siento vacía. Porque la verdad es que no sé si alguna vez volveré a estar bien.

A lo lejos, una figura majestuosa rompe el horizonte. Mi corazón se contrae cuando lo veo. Mi hermoso tereny.

En cuestión de segundos, Ciel está en mis brazos. Su cuerpo cálido tiembla contra el mío, y sus ojos dorados, normalmente llenos de orgullo, ahora reflejan un dolor que me destroza.

—Kerent… te extrañé demasiado… —su voz es un murmullo quebrado, casi un ruego.

Yo no puedo responder. No puedo prometer que no volveré a irme.

Así que lo único que hago es abrazarlo con toda la fuerza que me queda, como si aferrarme a él pudiera evitar que todo lo demás se desmorone.

Me llevaron a una pequeña tienda de campaña, donde la realidad me golpeó con una fuerza abrumadora. Me contaron todo.

Habían pasado cinco días desde que desaparecí. Cinco días en los que el mundo se sumió en incertidumbre y dolor. Cinco días en los que Ciel y Cedríc no se detuvieron ni un solo instante, buscándome con una desesperación que rozaba la locura. Mientras tanto, Alexia y Adrián se regodeaban con mi ausencia, como si mi desaparición fuera su mayor triunfo.

Pero algo cambió.

Unas horas antes de que regresara, los demonios simplemente… desaparecieron. Y de la tierra estéril, esa que antes estaba maldita, brotaron árboles majestuosos y flores de todos los colores. Vida. Esperanza.

La guerra terminó.

Los demonios ya no existen.

El mundo finalmente puede sanar.

Y yo…

Yo debo aprender a sanar también.

Ahora, esa tierra que alguna vez fue un símbolo de muerte y desesperación, ha sido bendecida por el poder de mi Dios. Lo sé, lo siento en cada partícula de mi ser.

Pasé horas dentro de la tienda, perdida en mis pensamientos, tratando de asimilarlo todo. El peso de lo que sucedió, de lo que perdí… y de lo que dejé atrás.

Entonces, lo sentí.

Una energía poderosa, cálida, imposible de ignorar, comenzó a llamarme. No era algo físico, era algo más profundo, más antiguo… algo que me rozaba el alma. Sin pensarlo, me levanté y salí de la tienda, siguiendo ese sentimiento que ardía en mi pecho.

Caminé durante varios minutos por esta tierra ahora bendita, guiada solo por esa fuerza invisible. Justo cuando estuve a punto de rendirme, de dar media vuelta, una voz resonó en el aire, clara y única, una voz que jamás podría olvidar.



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En el texto hay: fantasia, academia de magia

Editado: 14.04.2025

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