Desde que tengo memoria, nunca he deseado algo con tanta desesperación como lo deseo ahora. Mi alma entera se consume en la esperanza de una sola verdad: que Kerent sea mi alma gemela en la Revelación. Si otro nombre estuviera destinado a mí, si alguien más osara reclamarme, preferiría la muerte antes que permitir que otra persona tocara lo que es mío, antes de que sus labios, su piel, su amor fueran entregados a alguien más.
Kerent no es como los demás. Es una estrella en un cielo lejano, tan perfecta y tan distante que casi no puedo creer que su existencia forme parte del mismo mundo que el mío. Ella es la fuente de toda la luz que ilumina mi oscuridad. Su cabello, blanco como la nieve más pura, es como un reflejo de la luna en una noche sin estrellas, y cuando el viento acaricia sus hebras, siento que el tiempo se detiene, suspirando ante su belleza.
Sus ojos… violetas, como dos orbes llenos de secretos y misterios que ni siquiera el universo entero podría desvelar. Son ventanas a un alma tan profunda, tan antigua, que me perdería en ellos para siempre y aún no podría entender todo lo que guardan. Y su sonrisa… es un hechizo suave que me envuelve, que me atrapa en su dulzura infinita. Cada vez que sonríe, sus ojos brillan primero, iluminando su rostro de una manera que me deja sin aliento, como si fuera un sol que se levanta solo para mí.
Con Kerent, soy quien realmente soy. No necesito pretender, no necesito máscaras. Y cada pequeño gesto suyo, cada mirada perdida en sus libros, cada vez que se muerde el labio sin darse cuenta porque una historia la ha atrapado, me consume de una manera que no puedo describir. Cómo desearía ser la causa de esa expresión, ser yo el que la cautivara de esa forma, con mis palabras, con mi amor.
Pero sé la verdad, y esa verdad me destroza. Su corazón pertenece a otro. A Adrián. Y lo veo en la forma en que lo mira, como yo la miro a ella. Su alma lo busca con una intensidad que duele, que me atraviesa como una espada. La veo anhelarlo, y mi propio ser se desgarraría con cada mirada que ella le dedica, con cada suspiro que lleva su nombre.
Adrián fue un tonto. Tenía el amor de Kerent en sus manos, y lo dejó ir. Cuando ella le ofreció los chocolates, cuando con toda su dulzura y ternura extendió su corazón hacia él en ese gesto tan puro, él lo rechazó sin saber que en cada trozo de chocolate llevaba consigo una parte de su alma. ¿Cómo pudo ser tan ciego? Yo habría dado todo, hasta mi vida, por un solo pedazo de ese amor, por sentir el sabor de lo que ella preparó con sus propias manos.
Por Kerent, daría todo. Mi imperio, mi poder, mi alma, mi vida. Si ella me lo pidiera, teñiría el mundo de sangre sin titubear. Pero nada de eso importa si no está a mi lado. Si ella no me mira como yo la miro, si su alma no responde a la mía en la Revelación, entonces… ¿para qué seguir existiendo?
La luz morada me guía como un faro en la oscuridad, llevándome al salón de graduación. Los sirvientes me han dicho que no podré verla, y esa noticia me consume, me desespera. Sigo la luz con la esperanza de que, de alguna manera, pueda encontrarla. Me conduce hasta lo más profundo del salón, donde el director comienza a hablar, sus palabras son un eco melancólico que no logro escuchar. A los pocos minutos, nos entrega el diploma, pero yo no puedo concentrarme en nada más que en el vacío que siento sin ella.
Todo se desvanece, como un sueño lejano, porque la única realidad que importa es que ella no está a mi lado. Y mientras el mundo sigue su curso, yo quedo atrapado en el deseo, en la esperanza de que algún día, en la Revelación, mi alma pueda finalmente encontrarse con la suya.
De repente, un aroma inconfundible comienza a envolverme, suave y envolvente, como una brisa cálida que me atrapa. Es un aroma que me transporta a Kerent, ese dulce perfume que siempre la rodea, pero no es un dulce abrumador, sino uno sutil, delicado, como la flor más rara en el campo. Un aroma que me llama, me envuelve, me consume… y que ahora parece hipnotizarme por completo.
Cada respiración me trae su esencia, y el simple hecho de pensar en ella hace que mi corazón lata más rápido. Sin poder resistirlo, me levanto de mi asiento, mi cuerpo se mueve como si tuviera vida propia, atraído por algo más fuerte que yo mismo. La busco, la anhelo, la deseo con cada fibra de mi ser. Recorro cada rincón del lugar, hasta que finalmente, cuando la encuentro, el mundo parece detenerse por un momento.
Ella está allí, frente a mí, con su cabello blanco cayendo en suaves ondas que parecen danzar con el viento, su mirada profunda fija en la mía, como si estuviera leyendo cada uno de mis pensamientos. Todo en ella es perfecto, pero su presencia, su esencia, es lo que realmente me atrapa. ¿Me aceptará? Esa duda persiste en mi mente, aunque sé que su corazón ya pertenece a otro… a Adrián. Pero algo en su mirada, en su gesto, me dice que aún queda una chispa de posibilidad.
Mis pies se mueven hacia ella, un paso tras otro, hasta que el espacio entre nosotros se reduce. Estoy tan cerca que casi puedo sentir el calor de su piel, y de repente, sin pensarlo más, las palabras salen de mis labios, un susurro urgente y posesivo: "Mía". Las palabras fluyen de mi corazón, reclamándola, entregándome a ella por completo. Mis manos la toman suavemente, y sin pensarlo, la beso.
El primer contacto de nuestros labios es como una chispa que prende fuego a todo lo que siento. Es suave al principio, como si ambos estuviéramos probando el terreno, pero pronto, la necesidad se vuelve urgente, desesperada. Mis labios se mueven con más pasión, explorando los suyos, sintiendo la dulzura que solo ella puede ofrecer. Su sabor… es un éxtasis que recorre mi cuerpo, envolviéndome en una sensación de satisfacción y deseo. La beso más profundo, más lento, como si cada segundo que pasara sin ella fuera una eternidad.
Editado: 14.04.2025