Un momento más

Capítulo 25: El final

—Mamá… Irec no quiere salir a jugar… —dijo una vocecita que interrumpió el silencio de la sala.

Era Liana, mi pequeña de cabellos negros como la noche sin luna y ojos azulados, profundos y traviesos, idénticos a los de su padre. Su ceño fruncido delataba su molestia infantil.

Le sonreí con dulzura desde el sofá donde me encontraba sentada, bordando los últimos hilos dorados de un tapiz que representaba nuestro escudo familiar.

—Liana, juega con Ciel. Tu hermano quiere leer —le respondí con ternura.

Ella frunció aún más el ceño y se cruzó de brazos.

—¡Pero mamá…! —protestó, sus ojos brillando con esa inocente mezcla de tristeza y frustración.

Suspiré, aún sonriendo. Esa niña tenía el mismo temperamento impaciente que solía tener yo a su edad.

—Ciel —llamé.

En segundos, el aire se tornó más cálido y un suave viento llenó la estancia. De entre las columnas, emergió una majestuosa criatura: Ciel, mi tereny, mi leal dragón de escamas azul plateado y mirada inteligente.

—¿Jugarías con Liana, por favor? —le pedí mientras me incorporaba.

—Con gusto, Kerent —respondió con una reverencia gentil. Su voz grave, pero afectuosa, siempre me calmaba el corazón.

Liana sonrió al instante y corrió hacia él, trepando sobre su lomo con una agilidad que sólo los niños poseen.

—¡Vamos, Ciel! ¡Quiero volar hasta las nubes!

Los observé alejarse por el jardín, entre risas y pequeños gritos de emoción. Era una escena que atesoraría por siempre.

—Mamá —escuché detrás de mí.

Me giré. Irec, mi primogénito, estaba sentado en una enorme alfombra, con las piernas cruzadas y un libro entre sus manos. Su cabello blanco caía sobre su frente y sus ojos violetas —idénticos a los míos— brillaban de emoción.

—¿Qué sucede, Irec? —le pregunté acercándome a él.

—Este libro es magnífico, se llama Un momento más. ¿Te imaginas un mundo donde aparecen demonios y magos muy poderosos se unen para salvarlo? —me dijo con la voz llena de entusiasmo, como si hubiera descubierto un universo entero entre esas páginas.

Me arrodillé a su lado y lo abracé con fuerza.

—Me lo logro imaginar… pero recuerda: si algo así llegara a pasar, todos los magos del mundo se unirían para combatir ese problema —le dije, acariciándole el cabello.

—Cuando sea más grande… voy a ser un gran mago, mamá. El mejor —dijo, con los ojos brillando de determinación.

Sonreí. Mi pequeño soñador. En su mirada veía reflejada mi pasión por el conocimiento, por los libros, por lo imposible.

Mis hijos… dos seres tan distintos y perfectos a su manera. Irec, tan parecido a mí en apariencia y alma; Liana, un torbellino lleno de la fuerza y carisma de su padre.

—Emperatriz —interrumpió una voz desde la puerta.

Antero, uno de los sirvientes más antiguos del palacio, hizo una reverencia profunda.

—¿Qué sucede, Antero? —le pregunté mientras me ponía de pie.

—El emperador está por llegar.

Mi corazón se aceleró al instante.

—Gracias. Bajaré de inmediato.

El sirviente se retiró en silencio. Me volví hacia Irec, que ya había cerrado su libro.

—Vamos, cariño. Vamos a recibir a papá.

Bajamos juntos por las escaleras de mármol blanco, adornadas con enredaderas de flores doradas que colgaban de los balcones. Abajo, Liana ya nos esperaba, saltando de emoción

En cuanto el carruaje real se detuvo frente al portón, ambos niños salieron corriendo como un par de cometas desatados.

—¡Papá! ¡Papá!

La puerta del carruaje se abrió lentamente, y de él descendió Cedríc. El mismo hombre que había robado mi corazón tantos años atrás. Alto, con esa elegancia natural, la sonrisa cálida y segura que me hacía sentir en casa sin importar dónde estuviéramos.

Tomó a los niños en brazos, uno en cada lado, y caminó hacia mí. Al llegar, los bajó al suelo y sin decir una palabra, me tomó entre sus brazos, sus labios fundiéndose con los míos en un beso suave, pero lleno de amor.

—¿Cómo está mi hermosa Kery? —me preguntó al separarse, sus ojos llenos de cariño.

—Muy bien. Te extrañé demasiado, Cedríc. Este viaje fue eterno —le dije apoyando mi frente en su pecho.

—Yo fui sólo porque tú me lo pediste. No quería irme —murmuró, envolviéndome entre sus brazos como si no quisiera soltarme jamás.

—La próxima vez manda a un representante. No quiero volver a dormir sin ti.

—Tenlo por seguro —me respondió, besando mi frente.

Juntos, los cuatro nos adentramos al palacio mientras el sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo de un anaranjado cálido que parecía bendecir nuestro reencuentro.

Esa noche, después de cenar, reunimos a los niños en su cuarto. Cedríc se sentó junto a mí y comenzamos a contarles una historia. Como en los viejos tiempos, él actuaba las voces y yo narraba.



#192 en Fantasía
#32 en Magia

En el texto hay: fantasia, academia de magia

Editado: 14.04.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.