Pov. Kayden
La habitación está en silencio. Solo la respiración suave de Delaney llena el espacio, pausada, entrecortada cada tanto por un pequeño hipo involuntario que le queda pegado al cuerpo como una sombra de todo lo que lloró antes de quedarse dormida.
Estamos acostados en mi cama. Ella a mi costado, acurrucada como si el mundo aún pudiera morderla en cualquier momento.
Y yo estoy aquí.
Mirándola.
Sintiéndome demasiado humano y completamente rendido.
Su rostro está vuelto hacia mí. Tiene la nariz un poco roja, igual que la piel justo debajo de los ojos. Y aunque duerme, aún lleva entre los labios esa fragilidad que solo aparece cuando uno se ha vaciado completamente. Como si el alma también necesitara descansar después de derramarse tanto.
No puedo evitarlo.
Paso la mano con cuidado por su espalda, solo la yema de los dedos rozándola por encima del suéter que lleva puesto. Traza una línea tibia que va desde su omóplato hasta su cintura, como si con cada caricia pudiera sellar las grietas invisibles que le dejó este día.
Mi otra mano se posa sobre su cadera. Siento el ritmo lento de su respiración debajo de la tela, los temblores suaves que vienen con cada hipo. No la despiertan. Solo le sacuden el cuerpo como si el dolor se negara a desaparecer del todo.
Y eso me parte en dos.
Delaney es fuerte. Mucho más de lo que la gente cree. Pero lo que más me duele no es verla romperse.
Es saber cuánto tiempo ha pasado luchando sola.
Nunca me lo dijo, pero lo supe apenas me miró cuando se detuvo en seco en mitad del campus. No hizo falta una palabra para que entendiera quién era esa mujer. No fue solo el pánico en sus ojos. Fue el modo en que su cuerpo se replegó. El modo en que se pegó a mí como si necesitara una trinchera.
Yo fui su trinchera.
Y pienso serlo cada vez que lo necesite.
Vuelvo a acariciarla. Esta vez paso los dedos por su brazo, despacio, luego los llevo a su mejilla. La piel está caliente. Roja. Humedecida por las lágrimas que cayeron hace apenas un rato.
Me acerco un poco más.
Mi frente casi toca la suya.
Me doy cuenta de que no necesito nada más en el mundo que esto: este instante en que la tengo aquí, confiando en mí lo suficiente como para dormirse a mi lado rota, frágil... real.
Podría contar los segundos entre cada respiración suya.
Podría quedarme despierto toda la noche solo para asegurarme de que no vuelva a llorar.
Porque verla así, encogida, con los ojos cerrados y las manos apretadas contra mi camiseta como si temiera que la deje ir... me hace jurar en silencio que jamás lo haré.
Nunca.
Deslizo mi mano hacia su nuca. Mis dedos se enredan en su cabello suave, y bajo hasta acariciar su cuello, su hombro, como si cada gesto mío tuviera el deber sagrado de recordarle que ya no está sola.
Que ya no tiene que defenderse de nadie.
Que si el mundo vuelve a romperla, yo estaré ahí para juntar cada pedazo.
Un nuevo hipo la sacude. Apenas un susurro de sonido que se escapa por su nariz.
Cierro los ojos un segundo y beso su frente.
—Estoy aquí —murmuro, sabiendo que no puede oírme, pero queriendo decirlo igual—. No voy a irme.
Mis palabras se quedan flotando entre nosotros.
Y tal vez ella no las escuche, pero su cuerpo reacciona como si pudiera sentir la promesa. Se acurruca un poco más cerca. Mete su rostro contra mi pecho. Y su respiración se estabiliza.
Como si el latido de mi corazón bastara para calmarla.
La abrazo más fuerte.
Cierro los ojos.
Y dejo que el silencio nos envuelva, mientras mi mano sigue dibujando líneas invisibles en su espalda, como si de verdad pudiera protegerla con solo tocarla así.
Delaney.
Mi Delaney.
No sé en qué momento exacto fue que me enamoré de ella. Solo sé que no hay vuelta atrás. Que si ella me pide que me quede en el suelo, lo haré. Que si necesita que la cuide en la oscuridad, apagaré las luces del mundo.
Porque nunca nadie me ha hecho sentir así.
Tan humano.
Tan necesario.
Tan desesperadamente dispuesto a hacer lo que sea por verla sonreír otra vez.
Y si eso significa abrazarla mientras llora hasta dormirse, entonces aquí estaré.
Si eso significa besar cada cicatriz que alguien más le dejó, lo haré con devoción.
Si eso significa ser la única persona a la que le permita verla débil...
Entonces me siento el hombre más afortunado del mundo.
Porque solo con ella, yo también entiendo lo que es rendirse.
Y sentir que eso está bien.
Editado: 17.09.2025