Un movimiento en falso

Epílogo

Tengo hambre. De esas que hacen ruido, literal. Mi estómago ruge como si no hubiera probado bocado en días. Camino hacia la cafetería entre el murmullo habitual del campus, con mi mochila colgando de un hombro y mi celular en la mano, mirando el menú digital del día. Nada demasiado emocionante, pero honestamente, a esta hora hasta una ensalada mal armada suena como un festín.

Cuando entro al comedor, hay más gente de la que esperaba. Me pongo en la fila, y justo cuando estoy a punto de avanzar, un chico que va delante de mí —alto, con sonrisa fácil y camiseta de un equipo de lacrosse— se gira y me mira con una expresión que me pone en alerta.

—¿Quieres pasar tú? —dice, con voz amable, aunque su tono tiene una chispa que no me gusta.

—Oh, no, está bien. Estoy detrás de ti —respondo, intentando ser cordial.

—Insisto. Una chica bonita no debería esperar —agrega, con una sonrisa que pretende ser encantadora.

Me río, más por nervios que por otra cosa, y tomo el lugar sin discutir. No necesito problemas. Pero lo que no esperaba es que se quede justo detrás de mí, demasiado cerca. Lo suficiente como para que pueda sentir su presencia invasiva. Su voz me alcanza de nuevo, esta vez más baja, más personal.

—¿Estás en el equipo de patinaje, cierto? Te he visto en el hielo... Tienes estilo. Mucho estilo.

—Gracias —respondo cortante, mientras intento concentrarme en el pan que quiero elegir y no en el hecho de que él se está acercando cada vez más.

Entonces sucede: su mano se eleva y, sin que le dé permiso, juega con un mechón de mi cabello. Lo enrolla en su dedo con un gesto que podría parecer coqueto si no me diera tanto rechazo.

—Y tu cabello... también es bonito. Como tú.

Me tenso. Doy un paso al costado, alejándome un poco, dispuesta a decir algo, cuando una mano firme se posa en mi cintura, reclamando el espacio que le pertenece sin necesidad de una palabra.

Kayden.

Ni siquiera lo escuché llegar, pero lo reconozco al instante. Su olor, el calor de su cuerpo contra mi espalda, la seguridad inmediata que me rodea como una armadura invisible. Me congelo por un segundo, sorprendida.

—¿Te estás divirtiendo, nena? —su voz es suave, demasiado suave. El tipo de suavidad que esconde fuego debajo.

Mis ojos se encuentran con los suyos cuando gira mi rostro hacia él, con dos dedos bajo mi barbilla. El chico detrás de mí da un paso atrás instintivo, como si sintiera el cambio en la atmósfera. Kayden no lo mira ni por un segundo. Toda su atención está en mí.

Y entonces me besa.

No es un beso dulce, ni tímido. No es un beso de saludo.

Es una declaración.

Su boca se apodera de la mía con una determinación que me hace soltar un jadeo involuntario contra sus labios. Sus dedos aprietan mi cintura con firmeza, atrayéndome aún más hacia él, como si quisiera fundirme a su cuerpo. Siento su respiración en mi mejilla, su aliento cálido, su intensidad. Es un beso que tiene peso, presencia. Uno que le dice al mundo —y especialmente al idiota que estaba tocándome el cabello— que soy suya.

Cuando se separa, lo hace lentamente, dejando una pequeña mordida juguetona en mi labio inferior que me hace temblar las rodillas.

—No me gusta que otros tipos se acerquen tanto a mi chica —dice, ahora sí mirando al otro chico con una media sonrisa peligrosa—. Especialmente cuando la tocan sin permiso.

El chico balbucea algo que no logro descifrar, y sin más, se marcha con la cabeza gacha. No puede competir con Kayden. Nadie puede, si me preguntas.

—¿Siempre tienes que hacer eso? —pregunto entre risas, aún sintiendo el corazón golpeándome contra las costillas.

—¿Proteger lo que es mío? —responde, inclinándose a mi oído—. Siempre.

Me muerdo el labio, no porque quiera provocarlo, sino porque su mirada me hace sentir como si el comedor entero hubiera desaparecido y solo quedáramos él y yo. Kayden tiene esa capacidad: transformar un espacio público en un lugar íntimo solo con su presencia.

—No sabía que ya era oficialmente "de tu propiedad" —bromeo, aunque con el rubor delatándome.

Él sonríe, pero no responde enseguida. Me mira. Me mira como si no existiera otra cosa en el mundo. Y luego, con esa voz grave que me revuelve por dentro, dice:

—No necesitas que te lo diga, Delaney. Lo sabes. Lo sientes.

Y sí. Lo sé.

Lo siento desde la forma en que me mira, en cómo me cuida sin pedir permiso, en cómo se aparece justo cuando lo necesito, incluso si no se lo he dicho.

—Gracias... —susurro, tomando su mano.

—Siempre —responde, entrelazando nuestros dedos.

El hambre ya no importa tanto. La comida puede esperar. Lo que no puede esperar es el latido fuerte y constante de mi corazón, recordándome que estoy exactamente donde quiero estar.

Con él.

***

El murmullo de la cafetería me envuelve como un río constante de risas, voces cruzadas y el zumbido suave de la máquina de café. Es martes, pero podría jurar que el aire huele a viernes, o quizás soy yo queriendo que el fin de semana llegue más rápido. Me acomodo en la mesa redonda donde ya están Kayden, Nolan, Maddox, Levi y Rider —que, como siempre últimamente, tiene a Sydney sentada a su lado, con sus dedos entrelazados.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.