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Esta historia comienza mucho antes de que nuestro protagonista naciera, en un mundo normal donde un asesino, era un asesino y no estaba catalogado por color. En la antigua ciudad de Carbas que no era ni la mitad de lo que sería en un futuro lejano.
Will caminaba hacia el ascensor después de haber terminado una larga jornada de trabajo como guardia de seguridad. Tras llegar a la planta baja se disponía a salir a las frías calles de Carbas para caminar hacia al viejo departamento donde había pasado varios años de su vida como inquilino.
—Buen día –Dijo Will dirigiéndose al portero.
Este sonrío dado que eran cerca de las 10:00 p.m. Pero, Will siempre hacía esa broma que al portero no le hacía ni la más mínima gracia pero debía sonreír por compromiso.
—Buen día –Contestó él.
Entró al edificio y subió por el ascensor para llegar al último piso.
Abrió la puerta y entró para observar su habitación tan impecable y perfectamente ordenada como siempre. Se recostó en la cama para observar el techo blanco, mirarlo traía ideas a su mente.
« ¿Por qué no renunciar al trabajo? Nunca me ha gustado estar en esta maldita ciudad pero no gano lo suficiente como para salir de este infierno.»
«¿Por qué no asaltar un puto banco?»
«¿Debería volver a México y convertirme en narcotraficante?
O tal vez unirme a la mafia de la ciudad.»
Un grito lo sacó de su ensimismamiento.
«Seguramente son los vecinos de abajo.» Pensó Will.
Desde que él se mudó a ese departamento normalmente los vecinos del piso de abajo tenían discusiones y a veces rompían cosas, en más de una ocasión la policía había interferido en medio del problema marital.
El grito se repitió.
Will observó hacia abajo por la ventana y pudo ver a una mujer forcejeando con lo que parecía ser un asaltante.
Tomó un cuchillo y bajó rápida pero cuidadosamente por la escalera de incendios para que el ladrón no lo pudiese ver. Se aproximó hacia aquel sujeto por la parte de atrás y mientras intentaba violar a la joven, él coloca meticulosamente su cuchillo contra el cuello del violador y le susurró al oído.
— ¿Te gustaría morir en este callejón? Maldito bastardo.
Will tomó la navaja que tenía empuñada aquel sujeto e hizo que se alejara de la joven poco a poco.
Ella quería correr pero sus piernas no la obedecían, quería gritar y su garganta se cerró, lágrimas corrieron por sus mejillas mientras observaba a una persona que ella consideraba un héroe por tener el valor de ayudarla cuando nadie más lo hubiese hecho.
—Tranquilo, sólo nos estábamos divirtiendo –Contestó el chico al cuál Will mantenía sujeto por la parte posterior.
Trató de distraer a Will con sus palabras y después le golpeó una costilla con el codo. Grave error, Will había estado un tiempo en la milicia y había sido torturado incontables veces, por lo cual aquello no le hizo absolutamente nada.
—Abre la boca –Ordenó Will y después sonrió- Eso normalmente se lo digo a las mujeres. Eres un bastardo afortunado.
—No estés jugando conmigo –Contestó.
El chico iba a decir algo más pero Will metió el cuchillo que había tomado de su cocina y lo empujó dentro de la garganta de aquel sujeto para que finalmente muriese ahogado por su propia sangre.
—Gracias –Dijo la chica en estado de estupefacción.
Will no respondió al agradecimiento.
— ¿Vives en este ahí? –Ella señaló el edificio de al lado.
Él guardó silencio, tomó el cuchillo, lo limpio con una pequeña toalla de bolsillo y lo guardó. Salió del callejón para caminar por la calle, ella lo siguió hasta salir del callejón para finalmente continuar su camino hacia su casa.
La chica pensó en quién sería aquella persona que la salvó, ¿Cuál fue la razón para hacerlo? Carbas era una ciudad muy peligrosa y era más fácil encontrar una aguja en un pajar que una persona buena en Carbas. Ella vivía en esa horrible ciudad desde que contaba con 3 años de edad y eran muy pocos los momentos felices que había pasado allí, su edad actual era de 20 años, su padre había fallecido dos años atrás y su madre a tan sólo un año de diferencia.
Su padre era un inspector de policía que fue asesinado por unos adolescentes armados que se encontraban bajo los efectos de las drogas e irrumpieron en la comandancia. Él, tres policías más y los respectivos niños de tan sólo 15, 16 y 17 años de edad murieron en el acto.
Por otra parte la muerte de su madre fue un año después, un francotirador trastornado la escogió entre una multitud de personas, a ella y otras 6 víctimas. Tras pasar un mes el francotirador fue capturado y condenado a cadena perpetua por múltiples asesinatos.