Un mundo paralelo

La muerte es como el invierno - Denise Aylen

«La muerte es como el invierno» es un relato spin-off de uno de los personajes de la saga «El Mecanismo Perfecto». Esta historia cuenta uno de los orígenes de la vampiresa Beatrice Luttenberger y su obsesión por la raza vampírica. Existieron dos familias apellidadas Luttenberger, una perteneciente a la clase alta y otra a la clase baja, y, curiosamente, en ambas había una primogénita del mismo nombre y estas desaparecieron a la edad de siete años. Al principio, se sospechó que las niñas podían ser parientes, pero uno de los investigadores descarta la teoría tras estudiar a los Luttenberger: No existía una conexión.

La vampiresa nació como una leyenda para asustar a los padres y a los niños, puesto que la consideraban como «la primera niña vampiro» al escuchar las declaraciones de los pueblerinos confesando haberse cruzado con una silueta femenina y pequeña tanto en las calles como en las ventanas de sus hogares, recordando la desaparición de una de las niñas.

 

 

La muerte es como el invierno.

Autor: Denise Aylen

 

─¿Qué es el rojo? ─preguntó una pequeña de cabellos rojos como el fuego, admirando el otoño con sus ojos marrones, las calles llena de hojas secas de Meatlan y a sus pueblerinos.

Su progenitora estaba sentada en una silla de cuatro patas de madera, apoyando su espalda contra el respaldo, terminando de tejer el regalo de anciano padre. Al escuchar a su primogénita, respondió:

─Es el color de la sustancia que tenemos los humanos para vivir. Su sabor es un metálico para el ser humano, pero un manjar para ellos.

¿Quiénes son ellos? ─nuevamente preguntó.

A la madre nunca le agradó tener que recordar a los asesinos de su segundo retoño, quien parió a los tres días de vida, durmiendo como un ángel bajado del cielo en la cuna que halló manchada de sangre. Tuvo que ocultarle la verdad a su niña para no preocuparla y lastimarla mucho: «Demian nos espera en el Edén. Cuando sea el momento, iremos allí», era la excusa. ¿Qué era peor? ¿Ocultarle la verdad a su hija de siete años o contarle la realidad de Paramort, que su amado hermano fue la cena de un vampiro, que la culpa era de su madre y de su padre al no protegerlo?

«¿Cómo explicarle sin que la cicatriz se abra y el dolor me delate?», pensó la adulta con melancolía. Despegó su mirar del tejido para levantar su cabeza hacia su niña.

─Criaturas que vagan a la luz de la luna ─dijo─. Así como nosotros somos hijos de Dios, Lucifer tiene a los suyos. Seres que abandonaron a Dios del mismo modo que el Diablo; piensan en sí mismos, egoístas, buscan corromper a los seguidores del Todopoderoso, hacerles daño.

─¿Estamos a salvo a la luz del sol? ─inquirió ingenua, con su voz melosa.

Afirmar eso sería como las promesas y palabras de los nobles a la clase baja. Había factores por los que decir «el sol es quien nos protege» era una mala ejecución de movimientos de labios para transmitir un erróneo conjuro con el que pudiera hechizar a una inocente niña para que creyera semejante declaración de su progenitora.

«Ni siquiera los cálidos rayos nos mantienen a salvo. Ocurrió cerca del atardecer. Mi niño fue asesinado a la luz del día. No debí dejar la ventana abierta.»

─Dios nos cuida, Beatrice ─mintió. Ya no estaba segura de su Creador, de que en verdad le importara sus hijos─. No hay por qué temer.

 

El cielo era azul oscuro en las épocas del crudo invierno, acompañado por la blanca y pura nieve que cubría el césped verdoso. Beatrice agarró un poco con sus pequeñas manos protegidas por unos guantes gruesos que su madre había hecho para ella, y pudo sentir apenas el frío del mismo y ver más de cerca la textura que le recordaba a esos colmillos afilados que sobresalían de las bocas de aquellas criaturas que había visto y leído en los libros.

─Qué frío ─musitó, hipnotizada por la nieve─. La muerte es fría, ¿verdad? ─preguntó para sí misma─. Ellos están muertos. Sus dientes tienen el color del invierno, al igual que su piel. ¿Cómo sería… ─calló un momento, alzando la mirada hacia el cielo─ ser un vampiro? Metafóricamente, mi hermanito se encuentra en el Edén. En la realidad, esas criaturas lo mataron. Mamá no sabe mentir. ─Creó una bola con la nieve y la lanzó lo más lejos que pudo, estrellándolo contra un árbol─. ¿Dónde viven? ─Continuó su camino.

Beatrice había abandonado la casa cuando sus padres entraron a su dormitorio, atando sus sábanas y descender con cuidado por la ventana, sin llamar la atención del pueblo en su escapatoria. Llevaba consigo pan y agua en un pequeño jarrón, envueltos en una tela. Protegía su débil cuerpo con un grueso manto encapuchado y calzó botas de cuero. Antes de que pusiera en marcha esta parte de su plan, ella pasó sus tiempos libres en la biblioteca del pueblo ─años más tarde sería abrasada por las llamas─, leyendo sobre los vampiros, relatos de cazadores que plasmaron sus conocimientos en las letras y las leyendas. La condesa Mircalla Karnstein fue su primer amor, por decirlo de alguna manera, la belleza de esa mujer la atrapó y su historia fue más que suficiente como para querer encontrarse con ella.




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