La joven guerrera entretuvo pintando el resto del día. Solamente se detuvo en la capital para comprar los ingredientes que necesitaba para hacer una salsa que su madre le había enseñado hacía poco. Una receta elaborada que llevaba tiempo y requería pelar y trocear un montón de cosas, pero eso era lo que necesitaba en aquel momento. Los trabajos manuales que requerían cierta concentración, como cocinar o pintar, la relajaban y la ayudaban a ordenar sus ideas. Normalmente. Aquel día parecía ser una excepción.
Cuando escuchó tres golpes firmes en la puerta de la entrada, el arrepentimiento por haber cocinado sopa y carne asada como para alimentar a todo un escuadrón dannan desapareció por un instante. Todavía no se le daba bien calcular las cantidades cuando tenía que cocinar para ella sola.
Antes de abrir la puerta ya sabía quién estaría al otro lado, pero no por ello su corazón latió con menos intensidad. Más bien, fue todo lo contrario. Y cuando lo tuvo delante, Lea sintió que la mezcla de emociones que la habían embargado mientras abandonaba el palacio volvían a asaltarla, pero esta vez más ordenadas. Más legibles.
─Que considerado por tu parte haber llamado a la puerta ─dijo cuando la figura del Hijo Predilecto apareció ante ella.
Kendrick esbozó una sonrisa que hizo brillar tenuemente sus ojos negros. Lea tuvo la sensación de que se veía más cansado que por la mañana.
─ ¿Esperabas que me colase como un ladrón? ─dijo cuando la puerta del apartamento se cerró tras él.
─No, esa es mi especialidad. Tú eres más formal. ¿Has cenado? ─preguntó tras un breve silencio en el que Lea se fijó mejor en él.
Llevaba la misma ropa que antes, pero menos arreglada. El cuello abierto de su camisa asomaba por encima de la chaqueta negra bordaba de azul. Su cabello rubio platino estaba ligeramente despeinado, y Lea tuvo el presentimiento de que no se debía a la leve brisa que había ido cogiendo fuerza según avanzaba la tarde.
Kendrick negó con la cabeza, sus fosas nasales abriéndose y cerrándose discretamente, percibiendo el olor que llegaba de la cocina.
─Pues espero que te guste la sopa de remolacha ─respondió Lea dirigiéndose a esa estancia─. Seguro que en palacio no se sirven platos como este ─comentó con sorna mirándolo por encima del hombro.
─No tengo mucha hambre.
Lea se detuvo. Se apoyó contra el marco de la puerta con las manos tras la espalda y lo miró detenidamente. Kendrick dejó que lo hiciera, con los hombros levemente caídos y las manos abiertas a los lados de su cuerpo. Ella habría jurado que las manchas oscuras que tenía bajo sus ojos no estaban por la mañana.
─ ¿Ha ocurrido algo después de que yo me fuera?
─Brycen me ha preguntado con quién estaba cuando nos descubrió ─contestó Kendrick─. No le he dicho que eras tú, obviamente ─añadió cuando Lea puso los ojos en blanco.
Ella aguardó a que continuase, pero Kendrick no lo hizo. Sus ojos se perdieron en un punto a la altura de uno de sus hombros. En la melena atada en una trenza negra que caía hasta casi a la altura de su cintura y que contrastaba contra el sencillo jersey blanco que llevaba.
Cuando Lea se dio cuenta de que Kendrick no continuaría, preguntó:
─No es eso lo único que ha pasado, ¿verdad?
El Hijo Predilecto negó con la cabeza.
─No sé por dónde empezar, Aileana ─susurró de manera casi imperceptible.
─Prueba por el principio.
─He vuelto a intentar convencer a Brycen y a los miembros del Consejo para que permitan que las mujeres formen parte del ejército ─dijo tras una pausa en la que se pasó la mano por el pelo, despeinándolo más─, aunque solamente sea a las dannan, porque ya estáis entrenadas.
Lea volvió a quedarse callada. Cuando no obtuvo respuesta, le hizo una seña a Kendrick para que lo siguiera al interior de la cocina. Le indicó que se sentase y mientras servía un poco de sopa en dos cuencos, dijo de espaldas a él:
─No has conseguido convencerlos.
─No.
Lea no respondió. Solo se limitó a agarrar la cuchara de latón con más fuerza, hasta que se le pusieron los dedos blancos.
─Ni siquiera soy el auténtico gobernante de mi Casa, Aileana ─escuchó decir detrás de ella─. Soy la cabeza visible, por decirlo de alguna forma, pero detrás hay mucho más de lo que se ve.
Lea lo sabía. Hacía tiempo que se había dado cuenta de que las cosas funcionaban de una manera muy distinta a como ella pensaba; los Hijos Predilectos eran figuras de poder autoritarias y nada ocurría en sus Casas sin su consentimiento definitivo, pero detrás de ellos había un entramado de aristócratas, generales y consejeros que dictaban qué era aceptable y qué no. Una red más resistente que la tela de una araña.
─No he conseguido convencerlos ─prosiguió Kendrick─, así que he establecido una ley sin su apoyo. No es habitual, pero puede hacerse.
Lea se giró bruscamente con los dos cuencos en la mano. El contenido de uno de ellos desbordó un poco y unas gotas púrpuras cayeron sobre el suelo.
─Has dicho…
─Cuando no consigo lo que quiero de buenas maneras, siempre puedo recurrir a mi poder y a mi estatus ─la cortó Kendrick con suavidad─. Son formas menos elegantes, pero a veces son necesarias.