Lea se dio la vuelta en la enorme cama cuando comprendió que los susurros lejanos de tela no iban acompañados de un cuerpo cálido que volvía a acomodarse al lado del suyo.
─Dijiste que podía durar lo que quisiéramos ─protestó con voz somnolienta cuando vio a Kendrick casi completamente vestido.
─Brycen me ha hecho llegar un mensaje ─contestó terminando de abotonarse la camisa─. Thane está comenzando a rearmar su ejército con ayuda de las demás Casas del sur.
Lea hizo una mueca con la boca. El Hijo Predilecto del Viento y la Tormenta bien podría haberlos dejado disfrutar de su recién estrenado matrimonio durante al menos una semana, pensó ella mientras se arrebujaba en las sábanas todavía templadas y con el olor de Kendrick. Solo habían pasado dos días desde que ambos habían pronunciado sus votos delante del palacio de la Sombra y la Niebla y los invitados, nobles y guerreros, así como dioses curiosos. Si no hubiera matado a Ronald, puede que su noche de bodas a solas hubiera durado más tiempo.
Apartó esos pensamientos que le producían una punzada en el pecho cuando su mirada se topó con la de Kendrick. Sabía lo que estaba pensando, por supuesto, pero en sus ojos no había reproche.
─Interpreto que vas a estar ocupado todo el día, entonces ─dijo cambiando de postura para poder verlo más cómodamente.
La cadena con el anillo desapareció por completo cuando Kendrick se abrochó el último botón de la camisa. Se puso la chaqueta negra y bordada de azul antes de sentarse en la cama a su lado.
─Puedes venir a comer conmigo en el despacho ─dijo apartando la melena negra y enredada del rostro de su esposa─. Creo recordar que teníamos asuntos pendientes con el escritorio ─una risa traviesa agitó su garganta ante la expresión de Lea─. Descansa, todavía es temprano.
Fue a besarla en la frente, pero ella se alzó sobre los codos y le rodeó la nuca con una mano guiando su boca ala de ella. Kendrick le acarició el vientre y los pechos a través de la fina tela de las sábanas, Lea tiró de él con el peso de su cuerpo para que volviera a cubrir el suyo. Pero él le mordió el labio con suavidad y se deshizo de su agarre. Lea refunfuñó cuando dejó de sentir el peso de Kendrick a su lado y le dio la espalda, un gesto infantil y de falso enfado. La risa de su marido reverberó en la habitación aun después de que cerrase la puerta.
Lea remoloneó en la cama hasta que el sol estuvo muy alto en el cielo, bañando la habitación de una manera casi cegadora. Los aposentos de Kendrick se encontraban en una de las zonas más sombrías del palacio, pero aquella primavera prometía ser más luminosa y cálida de lo habitual. Sentía el cuerpo deliciosamente cansado y ligeramente dolorido. No era de extrañar después de haberse pasado dos días enteros sin apenas dormir, perdida entre las caricias y los besos de Kendrick.
Sus anteriores encuentros siempre le habían resultado cortos, pero hasta su noche de bodas Lea no había sido consciente cuanto necesitaba aquella intimidad con él. No tenía ni idea de todo lo que le quedaba por explorar con él en la cama, sobre todo ahora que podía verse a sí misma haciendo el amor con Kendrick en los espejos de la habitación.
─Quiero que veas lo que yo veo cuando estoy contigo ─le había susurrado al oído antes de deslizarse dentro de ella, mientras Lea se encontraba arrodillada y con los brazos apoyados sobre el colchón, encarando el enorme espejo de la pared─, para que entiendas porqué me pareces tan hermosa, Aileana. Así, tan deshecha por el placer que yo te doy ─movió las caderas con fuerza contra ella para enfatizar sus palabras─. Y porque así puedo verte la cara y tú puedes ver la mía cuando estamos en una posición como esta.
Le había apartado la melena del rostro con una mano, cerrando el puño en torno a las hebras de cabello y había tirando suavemente para obligarla a levantarla cabeza y mirarlo. Mirarlos. A los dos. Lea no había tardado en deshacerse debajo de Kendrick solo con esa visión.
Lo que sí que le llevó más tiempo fu escoger cuál de sus nuevos vestidos iba a llevar en su primer día como consorte de la Casa.
Lea nunca había tenido dudas sobre lo hermosa que era; se miraba al espejo todas las mañanas mientras se vestía y se peinaba, y los hombres siempre le habían dedicado más de una mirada apreciativa cuando pasaba por su lado. Frunció el ceño mientras pasaba los dedos por las telas sedosas, con un panecillo de frutos rojos en la otra mano, recordando los comentarios de la modista de la ciudad que le había hecho aquellas ropas nuevas. Por el poder que emanaba de ella, Lea había sabido que hacía mucho tiempo que había pasado la Turas Mara, aunque su apariencia fuera la de una mujer poco mayor que Lea, y también que pertenecía a alguna familia noble de la Casa. Todo en aquel lugar, desde el palacio hasta los habitantes de la villa, desprendían un olor que le recordaba a la niebla húmeda de la mañana.
La mujer no se había azorado a la hora de comentarle que era afortunada de tener un rostro bello, con unos ojos y un cabello que causasen un contraste tan marcado, por su cuerpo no era… especialmente agraciado. Esa era la expresión que había usado mientras comprobaba la medida de su cintura.
Ella ya había advertido que su cuerpo no era como el de las demás fae de la villa. Su estatura era menor, más incluso que la de su madre, y su cuerpo era ancho en la zona de las caderas y el pecho. Los músculos se le dibujaban con suavidad bajo la piel, en los brazos, en las piernas y en la parte superior de su espalda, pero era normal. La habían criado como una guerrera, había desarrollado la fuerza necesaria para sujetar armas pesadas y desenvolverse con ellas, lo extraño sería que no tuviera músculos definidos. La modista le había confeccionado un montón de vestidos con las mangas largas y holgadas para que no marcases las evidencias de su vida en los campos de entrenamiento de su tierra. Solo se ceñían ligeramente en su cintura más estrecha y en sus pechos generosos, haciendo destacar aquellos atributos que la mujer había considerado más apropiados.