Doce días después, Lea se encontraba sentada delante del enorme espejo que había en el baño de sus aposentos en el palacio. Había decidido arreglarse allí, a solas, a pesar de que no le habría venido nada mal que alguien le ayudase con el intrincado recogido que se había hecho. Kendrick la esperaba al otro lado de la puerta cerrada. Sabía que en ese momento lo que necesitaba era un poco de tiempo a solas. Necesitaba demostrarse a sí misma que podía comenzar aquello ella sola.
Terminó de perfilarse los ojos y se levantó. Dio un par de pasos hacia atrás para poder mirarse por entero en la superficie plateada y soltó un profundo suspiro. El vestido que llevaba había llegado al mediodía, con Lea al borde un ataque de nervios. Necesitaba aquel vestido; sin él, toda la función que tenía montada en su cabeza se iría al traste. Eso era lo que iba a tener lugar aquella noche de primavera en el salón del trono de la Casa de la Sombra y la Niebla. A los aristócratas les encantaban, y ella iba a darles lo que querían.
El vestido estaba hecho de un tejido sedoso al tacto, fluido, casi como si se tratara de un metal fundido. Caía por su cuerpo, ajustándose en los lugares donde ella deseaba que lo hiciera, de un color negro que parecía atrapar la luz. Miró el escote con gesto dubitativo, evitando morderse los labios pintados del mismo color que el tejido que cubría su piel. Nunca había llevado nada tan… abierto. Lo más parecido había sido el camisón de su noche de bodas, y comparado con lo que llevaba puesto, era recatado. El escote se abría hasta la mitad de su estómago, dejando al descubierto el perfil de sus pechos. La falda llegaba hasta el suelo, pero tenía una abertura que llegaba hasta la mitad de su muslo derecho y que dejaba a la vista sus piernas torneadas y blancas, así como los incómodos zapatos de tacón que llevaba, pero que estaba dispuesta a aguantar durante toda la velada, mucho después de que el sol despuntase en el horizonte. La elección de los tirantes finos que dejaban al descubierto sus brazos fuertes de guerrera puede que fueran lo que hubiera hecho fruncir el ceño con más intensidad a la modista encargada de su vestuario. O puede que la espalda… No, la espalda la había hecho parpadear con confusión. Esa era la parte que más le gustaba a Lea.
La serpiente que se extendía desde la base de la espalda del vestido, que terminaba justo por encima de sus caderas, estaba hecha de platino, un metal precioso parecido a la plata pero con un débil tono dorado pálido. Se curvaba sobre su piel, fría y resplandeciente, hasta llegar al hueco de sus omoplatos, donde su cabeza reposaba. Las gemas negras de sus ojos centellaban con cada movimiento de Lea con un brillo oscuro, travieso. No era el único ofidio que llevaba con ella.
Varios de sus dedos tenían también aquellos animales hechos de platino como adornos. Un brazalete en su brazo derecho, y sus pendientes, que rozaban sus hombros, besando su piel dependiendo de sus movimientos.
Estaba… extraña. Se veía tremendamente desconocida así vestida, pero no estaba segura de que le disgustase la imagen que le devolvía el espejo. Se escaneó de arriba abajo varias veces. Tendría que acostumbrase. Iba a usar esa máscara durante mucho tiempo, por lo menos dentro de aquel lugar de penumbra y bruma.
Tragó saliva una última vez y salió del baño. Kendrick aguardaba con la espalda apoyada en el poste de la cama más cercano, terminando de colocarse una de las mangas de la chaqueta negra. Su corona de gemas negras y azules centelló cuando levantó la cabeza y se quedó mirando a Lea, completamente inmóvil. Sus ojos negros la escanearon entera, muy despacio, con una expresión indescifrable.
Lea se removió en el sitio.
─ ¿Me he pasado? ─preguntó impaciente, pasándose las manos por la tela fluida del vestido.
─Si tu intención es que no lleguemos a traspasar esa puerta ─contestó Kendrick con voz ronca, haciendo un gesto vago hacia la salida de la habitación─, lo estás haciendo muy bien. Estás increíble ─añadió acercándose a ella.
─Estoy nerviosa.
─Lo vas a hacer bien ─replicó poniéndole una mano bajo la barbilla para evitar que apartase la mirada.
Lea cerró los ojos y se dejó mecer por la caricia de sus dedos en la mandíbula. Pequeñas hebras de sombra brotaron de ellos, acompañando el movimiento.
─Estoy asustada ─reconoció con apenas un hilo de voz.
─Lo sé. Es normal tenerles miedo, Aileana. Yo también se lo tuve durante mucho tiempo. Aun a día de hoy ─dijo Kendrick bajando la voz─, con los poderes de la Sombra y la Niebla dentro de mí. Puede hacerse daño de muchas maneras, no solo con magia, ya lo sabes ─añadió empleando un tono más frío─. Y ellos son expertos en ejercer ese tipo de poder.
Lea dejó escapar un suspiro pausado. Su cuerpo buscó el de Kendrick, que siguió acariciándola con los labios apoyados en su frente.
El cielo azul oscuro se reflejaba en los espejos a su alrededor, salpicado por pequeñas estrellas blancas y una luna creciente, como una sonrisa cómplice. Debían de ir bajando al salón del trono. Todo el mundo estaría esperándolos ansiosos, sobre todo a ella. La consorte que se escabullía del palacio con la cabeza agachada, evitando la mirada de los cortesanos. Esquiva como una sombra.
─Te amo.
Lea levantó la mirada muy despacio, parpadeando. Kendrick la miraba ahora con una expresión extraña, porque no estaba acostumbrada a verla. Desconocida, igual que las palabras que habían salido de su boca. Pero no por ello menos verdaderas o ignoradas.