Un novio para Esther

1. Abuela

4 años después...

 

El cliente de esta mañana es un completo imbécil. Se la ha pasado alrededor de quince minutos merodeando el local, desordenando los contenedores de los discos y manoseando la mercadería. A cada llamado de atención me ha respondido que “es muy complicado para decidirse” y que lo único que le gustaría “es que le ofrezca un consejo”.

—Vaya, tanto lío para elegir un disco de Pink Floyd… —le digo mostrándole mi cara más apática y grotesca—.

—Sobre todo si la persona que se encarga de clasificar los coloca en la sección de “éxitos rumberos”.

—Idiota…

Leonardo sonríe, y esos huequitos en las mejillas hacen que se vea adorable. Debo reconocer que el muchacho es el ejemplar perfecto del prototipo de hombre guapo, adinerado y dominante que puede derretir a cualquier mujer sin cerebro. Pero como yo soy la chica más inteligente del mundo, sé que debo ignorarlo.

—Meditaste sobre la propuesta que te hice ayer…

—¿Qué propuesta? —me hago la desentendida—.

—¿Eres así de difícil?

—Afirmativo.

Él me había invitado a cenar. Honestamente no sé qué ha visto en mí, pero al parecer le gusto. Tantas chicas en la ciudad de su calaña, cuántas de ellas igual de millonarias y excéntricas que él, para venir a fijarse en una desaliñada como yo. Algunas amigas me habían advertido que el tipo era el típico caso de donjuán y seductor, de aquellos a los que les gusta andar engañando a señoritas ingenuas y sencillas para luego llevarlas a la cama y desecharlas como a trapo viejo. Quizás su porte de caballero y carácter comprensivo lo hacían único, pero comúnmente los hombres pueden permitirse cualquier humillación con tal de tener un par de piernas abiertas al frente donde meter a su descerebrado amigo.

—¿Cenarás conmigo? Es tú última oportunidad.

—Por favor, ya no insistas. Solo paga el disco y vete.

—Puedes quedarte con el cambio —dice extendiendo un billete de veinte dólares sobre la repisa de la caja—. Si cambias de opinión tienes mi número.

—Gracias. ¡Qué disfrute su compra!

Lo observo detenidamente mientras desaparece por la puerta y suspiro. Hay una parte de mi corazón que intenta dar pelea a lo racional, pero esta última goza de un entrenamiento tan estricto, que parece imposible de vencer.

—El hijo menor de los Vásquez es bastante atractivo —mi abuela interrumpe mi concentración, haciendo que me sobresalte—.

—No te confíes. Es solo un lobo vestido de oveja.

—Me parece que estás exagerando un poco, cariño. Al menos se merecía una oportunidad, por intentarlo.

—A veces no te entiendo Maga. Deberías cuidar de mí antes que arrojarme al abismo.

—Es solo un chico. Además, ya no tienes ocho años… Puedes cuidarte sola.

Ambas nos echamos a reír y le obsequio un beso en la mejilla. Después de la muerte de mis padres biológicos y de haber escapado de las garras de un maldito depravado que se hacía pasar por mi padrastro, Maga era mi angelito de la guarda. La dirección que apuntó mi madre antes de fallecer me condujo directamente a esta ciudad, a ella. Todavía recuerdo la expresión de perplejidad cuando encontró a una desconocida parada en su puerta, con solo una maleta y una fotografía antigua sosteniéndola entre lágrimas de angustia.

—No te pareces en nada a Natalia, ¿sabes?

Maga me muestra una fotografía de mi madre cuando era adolescente. Tiene el cabello rubio hasta los hombros y muestra su lado más sexy posando con aquel vestido de color turquesa. Ella solía decir que era la tentación de los chicos y que algunos la llamaban Lady Di, por su belleza y carisma. Conoció a mi padre al final de la secundaria y se casaron cuando ella cumplió veintitrés, porque estuvo embarazada de mí.

—Me causó muchos problemas durante su adolescencia —continúa con nostalgia—.

—¿Era rebelde?

—Orgullosa, más bien. Se consideraba a sí misma una “diva”, lo que la llevó a gozar de mala fama.

—¿Mala fama?

—Básicamente le gustaba jugar con los hombres. Muchas veces se aprovechaba de ellos para sacarles dinero, a cambio de fotografías obscenas o sexo.

Aquella revelación me dejó sin aliento.

—Mi madre era una…

—No, claro que no —responde con desdén—. Únicamente una sinvergüenza. Solicitaba el dinero por adelantado y luego desaparecía. Así de fácil.

—¿Por eso decidiste abandonarla?

La versión de mi madre ponía de manifiesto que Maga era una mala persona, porque decidió abandonarla cegada por la envidia. Ella no podía soportar a una celebridad en casa y la acusaba de difamadora, abusadora y meretriz; de tal manera que la obligó a dejar el nido con solo dieciocho años, para pasar a vivir en un departamento asqueroso.

—En realidad fue ella quien decidió marcharse.

—Pero, ¿y mi padre? ¿No lo conoció en la secundaria?

—En eso tenía razón. Natalia y Raúl se conocieron en el instituto. Por aquel entonces su familia vivía en la casa de al lado. Se enamoró de Natalia desde el primer día que la conoció.




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