Un novio para Esther

6. Caminata

a noche es agradable y fresca, propicia para la caminata que tenemos ahora con Leonardo. Él ha escogido las playas del Río Paraíso para este encuentro y la verdad es que no se equivocó. Tenemos un cielo despejado donde brillan las estrellas como luciérnagas, mientras el caudal del río nos ofrece la melodía perfecta de sus aguas caminantes. Hemos llegado aquí en taxi porque él ha optado por ahorrar combustible y porque yo le pedí que no seamos tan extravagantes para esta noche muy especial.

—¿A cuántas chicas has traído aquí? —pregunto para ponerlo a prueba—.

—He perdido la cuenta, sabes. Pero tampoco han sido muchas, así que no te preocupes.

—Idiota…

—En realidad me gusta este lugar porque mi padre solía traernos aquí en vacaciones para jugar fútbol y comer sándwiches. En ese entonces era solamente un niño.

—¿Tienes hermanos?

—Una hermana, pero está casada. Trabaja como vicepresidenta ejecutiva del Banco. Apenas tiene tiempo para sus hijos, peor para con nosotros. Ha sido así desde que tengo uso de razón.

—Sé lo que se siente, sobre todo siendo hija única.

—¿Tus padres nunca te dieron un hermano?

—Mi padre falleció cuando era muy pequeña. No tuve la oportunidad de conocerlo en persona. Solo por las fotografías que conservaba mi madre recuerdo su rostro.

—¡Lo siento mucho! No era mi intención remover tales recuerdos desagradables.

—Ya lo he superado, no tienes de qué preocuparte.

—¿Y tú madre? Nunca la he visto por la tienda.

—También falleció. Cuando tenía dieciséis.

—Creo que mejor cambiamos de tema.

—Sí, mejor.

Nos detenemos un momento para sentarnos en unos troncos de madera. Leonardo extrae de su bolso de mano una botella de champán y un par de copas entonces. Los coloca en el pasto verde y procede a destapar la bebida.

—Esto no podía posponerse —añade divertido—.

—Si tú lo dices.

Nos servimos una copa cada uno y brindamos por semejante espectáculo que nos ofrece el paisaje. Las ramas de los árboles se mueven con el soplo del viento, mientras sus sombras forman una coreografía perfecta. La enorme luna llena aparece en el zenit desplegando todo su fulgor, mientras que el canto de los grillos nos deleita con su música melodiosa.

—Los rumores en redes sociales dicen que alguna vez quisiste ser científico. ¿Eso es cierto? —pregunto algo curiosa—.

—Estudié químico-biólogo en la secundaria. Ese siempre fue mi sueño. Convertirme en un científico de buena reputación.

—¿Y entonces qué pasó?

—En principio mi hermana sería la sucesora en la presidencia, pero luego se esposó con un tipo de “clase social baja” digamos así. Mi padre la castigó desheredándola.

—¿Y tú no tienes miedo que haga lo mismo contigo?

—Pues entonces no le convendría, porque le obligaría a vender la empresa en acciones. Y sabes, entregar un imperio que tantos años te costó forjar, a un grupo de desconocidos, no es una idea tan atractiva que digamos.

—No le queda otra opción, ¿cierto?

—Tú lo has dicho. Es por eso que decidió dejarme entrar en el Banco como auxiliar de crédito. De forma indirecta me condenó a estudiar algo que no me agrada.

—¿Irás a la universidad entonces?

—Él ya se dio el trabajo de conseguirme un cupo en la escuela de negocios más importante del país. Iré definitivamente.

—Lo siento.

—Bueno, al final todos tenemos que adaptarnos, ¿no?

—Cierto.

Leonardo sirve otra copa de champán y esta vez brindamos por su carrera universitaria y su sueño roto.

—Y tú estudias, o solo te dedicas al negocio de Maga.

—Por ahora solo al negocio.

—¿No piensas entrar en la universidad?

—No es una de mis prioridades ahora.

—¿Piensas primero en hacer dinero?

—Algo así. Estoy harta de sobrevivir con lo justo. Ya mi abuela tiene suficiente con las deudas y la hipoteca. Yo no quiero convertirme, además, en un estorbo.

—Comprendo tu punto de vista, pero deberías escuchar sus consejos también.

—Lo sé. Pero no me puedo dar el lujo de ser un gasto adicional.

—Hemos vuelto al mismo mal rollo de antes. ¿Es que acaso nuestras vidas son sinónimos de desgracia?

—Supongo que es la cruz que nos ha tocado cargar.

Llenamos una tercera copa de champán y nos la terminamos. Continuamos el paseo por la orilla del río, mientras Leonardo intenta acercárseme para acariciar mi brazo desnudo. Me he quitado la chaqueta deportiva por el aumento de la temperatura y ahora mismo llevo solamente una blusa corta a rayas.

—¿Tuviste algún sueño de pequeña? No lo sé, algo así como ser profesora, ingeniera civil, diseñadora o modelo.




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