Un novio para Esther

7. Amenaza

e siento feliz como una perdiz. Anoche dormí tan plácidamente que esta mañana estoy llena de energía y vitalidad. Preparé el desayuno sin rechistar, he lavado los trastes y hasta arreglé la cocina, cosa que no suelo hacer frecuentemente porque de eso se encarga Maga. Abrí el negocio a las ocho (como nunca), me di el lujo de limpiar las vitrinas y las ventanas, además de que acomodé la mercadería que Maga trajo ayer. Tanta buena vibra estaba desprendiendo, que logré concretar varias ventas suficientes para no tener que trabajar el resto de la semana. Como decía mi madre mientras estaba con vida: “si así llueve que no escampe”.

Tan ocupada estuve hasta el mediodía, que apenas tuve tiempo para saludar a Leonardo, quien hizo su aparición en la tienda después de las diez, aprovechando el pequeño descanso que tenía para tomar un café.

—¿Quedamos por WhatsApp? —dijo guiñándome un ojo y mostrándome esa sonrisa que me derretía—.

—Sí, perdón…

Maga apareció con el almuerzo cerca de las dos, situación que no solía suceder frecuentemente. Para mi suerte, tenía reservado un par de frutas en mi bolso de mano, lo que me ayudó a mitigar un poco el hambre mientras venía el festín mayor.

—Perdón por el retraso cariño —exclama mientras me extiende las viandas—. Olvidé que hoy tenía cita con mi médico de cabecera, lo que me obligó a posponer la hora para preparar el almuerzo.

—Tranquila, no tienes de que preocuparte —contesto besando su frente—. ¿Todo bien con tu salud?

—De manera general sí. Tengo un poco elevado el colesterol, pero nada que un pequeño tratamiento pueda solucionar.

—Me alegra mucho.

Me acomodo en un banquito de plástico junto a la caja y abro las viandas, pues estoy hambrienta. El menú para hoy incluye sopa de fideos con atún y arroz con pollo. Se ve muy delicioso, así que no pierdo tiempo en devorarlo.

—¡Cielo Santo Esther! —grita Maga sorprendiéndome abruptamente—. ¿De dónde ha salido tanto dinero? ¿No me digas que has vendido todo esto en la mañana?

—Hoy me levanté con el pie derecho —bromeo—. Es suficiente como para darnos libre el resto de la semana.

—Increíble. ¿Me juras que esto es dinero legal?

—¡Por Dios abuela! ¿Me crees capaz de violar la ley?

—Bueno, no teníamos unas ventas así desde hace meses. Supongo que he perdido la buena costumbre de contar dinero a raudales.

—Pues disfruta de recordar aquellos buenos tiempos.

Maga sonríe de oreja a oreja, pero vuelve a colocar el dinero en caja para mi sorpresa. Toma una silla de madera y se sienta junto a mí, sin apartar la vista de la entrada del local.

—¿Cómo te fue anoche con Leonardo? Te escuché llegar temprano, pero no creí oportuno molestarte.

—¡Fue un paseo maravilloso! —digo con un brillo especial en los ojos—. Él es un caballero. No estuviste equivocada en eso.

—¡Lo ves! Te dije que simpatizarían. Él no tiene nada que ver con la imagen que proyectan en las redes sociales.

—Sí, algo de ello conversamos anoche. ¿Sabes que su sueño de toda la vida es el de convertirse en un científico reconocido?

—¿En serio? —pregunta curiosa—. ¿Y qué hace en el Banco como asesor de crédito?

—Digamos que su padre lo obligó. Lo considera el heredero único después de su hermana.

—¡Es cierto! La noticia de que Alicia Vásquez fue desheredada por su padre fue tendencia hace muchos años.

—Entonces recayó la responsabilidad sobre Leonardo directamente.

—Así funciona el mundo de los millonarios. ¡Qué lástima por él!

He acabado de almorzar rápidamente y he quedado satisfecha. Maga tiene una sazón muy deliciosa, que a veces creo que en verdad hace magia en la cocina. Le agradezco obsequiándole un beso en la mejilla y me dirijo directo al cuarto de baño para lavar los recipientes. Tomo el cepillo de dientes y me aseo la boca, además de lavarle las manos y la cara. Cuando regreso a la caja, me llevo una pequeña sorpresa. La persona que está merodeando ahora mismo el local es el chico nuevo que se mudó ayer al edificio de las telas.

—Todo tuyo —dice Maga escondiéndose en el cuarto de baño—.

Me acomodo el cabello y seco mis manos con una servilleta. Ensayo mi expresión más agradable antes de tener su presencia al frente. Debo ofrecer la mejor primera impresión, ya que podría convertirse en un cliente habitual si las cosas salen bien. Además, con toda la buena energía que desprendo hoy, no resultaría una sorpresa que podamos simpatizar en el primer contacto.

El chico inspecciona la sección de rock clásico, dejándose guiar por las portadas de los discos. No desperdicia más que un minuto de su tiempo para agarrar un CD de Pink Floyd y acercarse directamente a la caja con una expresión imperturbable.

—¿Tú eres la persona que atiende este cuchitril?

—¡Perdona!

—¡Vaya! Aparte de sorda, tonta.

Aquella palabra colmó mi paciencia. Aparte de irrespetuoso, soberbio. Todo el buen ánimo que tuve durante la mañana se esfumó en un par de segundos por su pésima consideración ante una dama.




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