Un novio para Esther

8. Idiota

eonardo estaba de viaje. Me enteré ayer en la noche cuando me escribió para disculparse por cancelar la caminata que queríamos repetir. Daba la casualidad que su padre había cerrado un negocio extraordinario con una institución financiera norteamericana, lo que lo obligó a realizar un viaje de improviso. Obviamente, siendo Leonardo el candidato a liderar la empresa en los años venideros, su padre consideró que esta sería una magnífica oportunidad para inmiscuirlo en aquel delicado mundillo de los negocios a gran escala. Su estancia en territorio gringo duraría cerca de una semana, además de que aprovecharían la travesía para disfrutar de unas pequeñas vacaciones relajantes.

—No pinta bien la cosa esta mañana —protesta Maga aburrida de contemplar sus huesudos dedos—.

—He tenido peores —contesto un poco agobiada—.

—¿Te ha escrito Leonardo desde tierras norteamericanas?

—Sí, me envió unas fotos en la madrugada.

Reviso los mensajes de WhatsApp y pulso en las imágenes que hubo de sacarse para mí en el hotel. En una de ellas aparece sentado en la barra del restaurante, gustando de un desayuno continental en compañía de su padre. En otras fotografías me muestra la enorme piscina del hotel, el salón de juegos, un museo de arte contemporáneo y la gigantesca habitación donde estará hospedado el resto de la semana.

—Ventajas de ser millonario —replica Maga extasiada, esbozando una sonrisa genuina—.

—El dinero no lo es todo abuela, lo sabes.

—Es verdad. Pero no me digas que alguna vez no has soñado con la posibilidad de vivir rodeada de tantos lujos.

—Y quién no lo querría… —sonrío nerviosa—.

—¿No has meditado sobre la posibilidad de que todo eso pudiera ser tuyo?

Maga ha lanzado un dardo envenenado, de esos que con solo rozar la piel te dejan marcas profundas. Y si bien por una parte me hace mucha ilusión considerar la propuesta de Leonardo (pensando más en el futuro de Maga que en el mío), por otro lado, todavía tengo dudas. Lo que leído en las revistas y en los medios especializados en farándula sobre las relaciones de los millonarios, me deja más interrogantes que certezas, para ser sincera.

—Si estuvieras en mi lugar ahora, ¿aceptarías enredarte con él aun sabiendo que solo lo consideras un amigo?

—Y quién te dijo que para enredarte con alguien hace falta estar enamorada…

Aquella faceta de Maga me está dejando perturbada. Si hasta ayer había escuchado de sus labios únicamente consejos para llevar una vida digna, hoy estaba desmontando todos los tabúes acerca del amor y el sexo.

—A veces hay que sacrificar ciertas cosas para obtener otras —continúa con voz y mirada tristes—.

—¿Incluso el amor?

—Cuando no tienes otra salida, sí.

A Maga se le forma un nudo en la garganta, que la presiona a confesar sus más íntimos secretos e intentar romper en llanto. Sin embargo, aspira un bocado de aire y se pone de pie, soltando un suspiro tan intenso que estuvo a punto de dejarme sin aliento. Era evidente que escondía algo, pero por ahora no siento la necesidad de presionarla por una respuesta que ahonde en algún dolor del pasado.

—Iré a casa a preparar el almuerzo —susurra—.

Asiento con la cabeza y le obsequio un tórrido abrazo. La acompaño a la puerta de entrada, vigilándola hasta que doble la esquina. Cuando me vuelvo hacia el otro costado de la calle, observo al chico de los rizos sentado cómodamente contra la pared, con un libro colorido en la mano y sus auriculares a todo volumen. Me le acerco indignada por el comportamiento de ayer, además porque sin nuestro consentimiento está invadiendo propiedad privada.

—Disculpa —presiono su hombro con el dedo índice, sin siquiera llamar su atención—.

Sé que me está provocando, pero yo ya perdí la paciencia hace rato. Si vuelvo a presionar su hombro y no tengo una respuesta favorable, voy a destruir sus auriculares. Lo prometo.

—¡Demonios! —tiro del cable hacia adelante y sus auriculares salen volando contra el libro—. ¿Qué rayos estás haciendo junto a mi local?

—Vas a tener que pagármelos si resultan estropeados. Estos me costaron un ojo de la cara.

—Me importan un bledo tus baratijas, quiero que desaparezcas de aquí inmediatamente.

El chico de los rizos se pone de pie y entonces me hace sentir insignificante. Es unos pocos centímetros más alto que yo, pero desprende un aire de grandeza que me pone nerviosa y frágil. Sus ojos cafés se clavan peligrosamente en los míos, a tal punto que me provocan mareos. Estoy a punto de desmayarme, pero él se percata de la situación y me ofrece ayuda.

—¿Estás bien? Por favor, responde.

Me ayuda a acomodarme en la silla, pero sin soltarme de los brazos.

—No me toques. No me toques —protesto—.

—Ok, ok, solo cálmate. Respira profundo y exhala.

—¿Puedes traerme un vaso de agua?

Esta sensación es parecida a la que me invadió la noche de la cena con Leonardo. La cabeza me da vueltas y siento unas náuseas desagradables. Todavía no pierdo el conocimiento, cosa que me indica que no pasará a mayores.




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