Un novio para Esther

11. Surrealista

Después de un fin de semana atípico, pude llegar a la conclusión de que los hombres son un mal necesario. Cinco días esperando una llamada de Leonardo y nada. Ni siquiera un mensaje de vox o un emoticón para saber que está vivo. La idea de las prostitutas, el licor y los cigarrillos se vuelve todavía más recurrente, mientras lucho por las noches para conciliar el sueño y permitirme no soltar un par de lágrimas.

—¿Sigue sin comunicarse? —Maga me observa apática desde la caja—.

—Sí —contesto concentrándome en el edificio de las telas—. No he sabido nada de él desde el pasado miércoles.

—Dijiste que estaría una semana fuera del país. Ya no falta mucho para que regrese. Sé paciente. Quizás el mundillo de los negocios es más complicado de lo que parece.

Ahora mismo me siento confundida. Leonardo ocupa un lugar en mis pensamientos gran parte del día y he soñado con él varias noches desde que partió. Sin embargo, al mismo tiempo, no puedo quitar la vista del edificio del frente. Siento la imperiosa necesidad de tener a Alejandro dentro del negocio con sus ocurrencias, su libro o sacándome de quicio con sus apuestas ridículas. Maga y yo no hemos hablado de eso aún, pero hasta donde sé, el chico de los rizos tiene permiso médico por un resfriado.

—Seguramente… —vuelvo a concentrarme en la conversación—.

—¿Qué tienes? —Maga se acerca a la puerta principal donde ahora estoy parada—. No has quitado la vista del edificio del frente.

—¿Recuerdas la primera vez que te enamoraste?

Maga sonríe porque ha pillado la indirecta.

—Tenía dieciséis cuando lo conocí. Era un compañero de la secundaria. Jugador de fútbol. Se llamaba Teo.

—¡Teo! —asiento con la cabeza—. Fue un buen chico, ¿verdad? Por eso todavía lo recuerdas con emoción.

—Sí, fueron unos años maravillosos. Él solía llevarme al cine cada fin de semana y yo a cambio lo acompañaba a todos partidos cuando la selección del instituto jugaba fuera de la ciudad.

—¿Mis bisabuelos lo permitían?

—Teo era un tipo bastante agradable y se ganó la confianza de mi madre desde que se lo presenté. Ya con eso bastaba para ser bien recibido en la familia. ¡Puedes imaginar que seis meses después le propusieron que se mude a nuestra casa! Por aquel entonces era costumbre que los padres eligieran a tu esposo, así que ellos estaban a gusto con Teo. ¡Hasta se comprometieron a costearnos los gastos en una hipotética boda de futuro!

—¿Qué pasó entonces? ¿Por qué no te casaste con él?

—En principio decidimos esperar, porque a Teo le llegaron varias propuestas para entrenar en clubes profesionales, todos ellos de fuera de la ciudad. Ambos comprendimos que aquella era una gran oportunidad para asegurar nuestro futuro económicamente, así que nos comprometimos a llevarlo todo con calma. Un año después nos graduamos y entonces decidimos dar el siguiente gran paso. Lo teníamos todo preparado: el salón de recepciones, los invitados, la fiesta. Nos mudaríamos a la ciudad donde él iría a firmar un contrato con un club importante y entonces formaríamos una familia. El plan perfecto…

Maga hace una breve pausa y enseguida noto que tiene los ojos aguados. No tengo que ser adivina para intuir el posible final de aquella trágica historia.

—¿Sufrió algún accidente?

—En realidad lo asesinaron.

—¿Cómo?

—Sucedió el día que firmó el contrato. Había recibido un adelanto de su sueldo para gastos de mudanza y transporte. Cerca de dos mil dólares. En aquel entonces se entregaba el dinero en efectivo, contante y sonante, pues no existían las transferencias bancarias. Fue interceptado por unos delincuentes de camino de regreso a casa y lo asesinaron porque se había resistido al atraco. Las respectivas investigaciones concluyeron que se trató de un delito planificado, aunque nunca se capturó a los responsables.

—Lo siento —agacho la cabeza desconsolada—. Debió ser muy duro para ti.

—Fue un punto de inflexión en mi vida. No volví a ser la misma desde entonces. Me convertí en una mujer fría, desconfiada y temerosa. Me prometí guardar su memoria por la eternidad y así lo hice. Pero la vida también enseña que el dolor no perdura para siempre. Que existen las segundas oportunidades.

—Aquí entra en escena Orlando, ¿cierto?

—Cierto. Pero lo novedoso es que a él lo conocí ocho años después de la tragedia con Teo.

—¡Ocho años después! —exclamé atónita—.

—Sé que suena surrealista, pero es la verdad. Durante todo ese tiempo tuve que librar una espantosa batalla con mis demonios internos, cosa que dejó varias heridas profundas en los pliegues de mi corazón, muy difíciles de reparar a corto plazo.

—Mi abuelo la tuvo complicado entonces.

—En realidad, fue él quien al principio estuvo a punto de arruinarlo todo.

—¿Qué quieres decir?

—Él y yo nos conocimos cuando trabajábamos en una empresa de seguros. Él hacía las veces de jardinero, mientras yo era una simple auxiliar de contabilidad, encargada de liquidar los sueldos al final de cada mes. Allá por mayo de 1979, recuerdo que él se acercó a mi oficina para sentar un reclamo relacionado con una rebaja de sueldo. Y vaya que no fue precisamente el tipo más amistoso posible.




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