Un novio para Esther

12. Animador

l final Alejandro nunca estuvo enfermo de nada. Maga lo llamó para que nos acompañara durante la tarde y él no dudo en asomarse cinco minutos después, rebosante de salud. Mi contacto dentro del edificio de las telas mintió, o quizá solo ya se había recuperado. Al final, la cuestión del resfriado puede tomar un día tranquilamente. Basta una deliciosa sopa de pollo, mucha hidratación y descanso.

—No ha sido una mañana productiva, ¿verdad? —dice Alejandro percatándose del letargo en nuestros rostros al entrar—.

—Así suelen ser los lunes cariño —responde Maga recibiéndolo con una amplia sonrisa—. ¿Cómo sigues con lo del resfriado? ¿Te sirvió la receta casera que te envié el sábado? ¿Ya te sientes mejor?

Corrección: mi contacto dentro del edificio de las telas siempre tuvo razón. Alejandro estuvo resfriado y yo solo soy una experta en el arte del melodrama.

—Sí, ya me siento mucho mejor Maga, gracias.

—Lo ves, te lo dije. Las recetas de nuestras abuelas son infalibles. Debería cobrarte por la consulta en tal caso…

—¡En serio! —Alejandro finge sorpresa—. ¿Aceptaría el pago con tarjeta de crédito o transferencia bancaria?

—Tarjeta de crédito —Maga se acerca a la caja y busca el lector desesperadamente—.

—Lo enviamos a reparar la semana pasada —digo con voz desabrida—.

—Es cierto…

—Entonces me salvé. ¡Qué suerte!

Ambos sonríen inocentemente, pero yo no le encuentro ninguna gracia. Enseguida se sientan a cotillear sobre lo que hicieron el fin de semana y puedo escuchar a Alejandro insistir con lo del bendito resfriado.

—Sentí que me iba a morir —dice haciendo el ademán de cortarse el cuello—.

—¡Eres un exagerado! —agrega Maga simpática—.

—Es en serio. Me dolía cada músculo de mi hermoso cuerpo. Incluso llegué a escribir un testamento por la desesperación.

—¿Un testamento? ¿A quién se supone que ibas a “heredarle” tus cosas?

—Buena parte quedaría para usted. Básicamente cosas como mi ordenador, ropa y pequeños enseres.

—Gran cosa —interrumpo inoportuna—.

—Estás celosa porque no te incluí en la lista, ¿verdad?

—Tu lista me importa un comino —sonrío irónica—.

—¿Siempre es así de amargada? —le pregunta desconcertado a Maga—.

—Prefiero ser amargada antes que un enfermero incapaz de curarse a sí mismo.

—Buen punto. Pero por si no lo sabías, los enfermeros también van al médico. Aunque suene irónico.

—Sí claro, como digas. Idiota.

—¡Bruja!

—Rata inmunda.

—¿Cómo?

—¡Ya basta muchachos! —interrumpe Maga—. ¡Pueden dejar de comportarse como niños!

Alejandro se pone de pie entonces y se acerca a la caja. O más bien dicho, se acerca a mí peligrosamente, con una expresión amistosa y su sonrisa coqueta.

—¿Hacemos las paces? —extiende su mano—.

Aquello me tomó por sorpresa. Era algo que no quería. Reconozco que aquella parte irritante de él me agradaba, porque le daba más picante a nuestra “relación”. El papel de caballero honorable, sabio y prudente ya le pertenecía a Leonardo, así que él estaba bien siendo el antagonista.

—¡Púdrete! —le respondí casi susurrándole. Acepté el darle la mano solo porque Maga me estaba vigilando—.

—Prometo no volver a comportarme como un idiota, niña tonta —esa última parte también lo susurró—.

Alejandro me aprieta la mano fuertemente entonces, a tal punto que estoy cerca de gritar. Después me guiña un ojo y vuelve a sonreír, satisfecho por su actuación. Agarro la calculadora por detrás de la vitrina y quiero arrojársela, pero me contengo por bien de Maga.

—Tengo una idea —dice él buscando dentro del local con la mirada—.

—¿Qué se te acaba de ocurrir? —Maga parece curiosa e intrigada—.

—¿Existe algún tomacorriente instalado cerca?

Maga le señala uno delante de la vitrina de la caja, otro debajo de la ventana principal y un tercero a pocos centímetros de la puerta de entrada.

—Perfecto —exclama corriendo hacia la salida—. Estoy de vuelta en cinco minutos.

Maga y yo nos quedamos mirando con expresión desconcertada, mientras veo al chico de los rizos correr hacia el edificio de las telas y entrar como relámpago.

Cinco minutos después, como lo había prometido, nos sorprendió vistiendo un elegante terno gris, zapatos cafés de suela brillantes y sus rizos perfectamente húmedos. En el hombro cargaba un parlante un tanto voluminoso y en sus manos traía un micrófono con su respectivo cable, así como una extensión para corriente eléctrica. Instaló esos equipos en la entrada principal y pidió que le deseáramos suerte.

—¿Tienes alguna idea de lo que estás haciendo? —pregunta Maga bastante escéptica—.

—No te preocupes —agrega Alejandro muy seguro de sus intenciones—. Solía trabajar como animador de ceremonias durante las vacaciones del instituto.




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