Un novio para Esther

18. Compras

Definitivamente tengo la memoria de un pescado. Y el tremendo sermón que me llevé de parte de Maga esta mañana lo confirmó. Resulta que íbamos a ocupar todo el sábado, en principio, para arreglar la casa y dejarla reluciente para recibir a Génesis y Samantha. Incluso habíamos decidido no abrir la tienda de discos este fin de semana y posponer para el lunes el pago a ciertos proveedores, todo para que al final nuestros planes se hayan visto estropeados por un tonto compromiso que cerré el miércoles por la noche y olvidé traerlo a colación para las actividades de hoy.

—¿No que tenías que encontrarte con tu “amiga” a las ocho en el Milenio Shopping? —replica Maga todavía decepcionada por mi desliz—. Faltan quince minutos y no querrás llegar atrasada.

—Mi “amiga” se llama Grace y es nueva en esta ciudad —me intenté excusar—. Ya te dije que la conocí por Leonardo y que me comprometí a llevarla al centro comercial precisamente hoy. Nada más que lo había olvidado.

—Claro, lo olvidaste —lo dice con ironía—. Prefieres quedar bien con una desconocida antes que con tu propia familia.

—Maga, por favor, me estás haciendo sentir mal…

Mi abuela coge su taza de chocolate que aún está a medio terminar y se levanta de la mesa, molesta. Exhalo un suspiro profundo y me froto la cara con las manos. Estoy a punto de coger mi teléfono móvil y llamar a Grace para cancelar el compromiso, pero de pronto a Maga se le pasa la ira y propone una solución que me parece perfecta.

—Voy a pedirle a Alejandro que me ayude —dice agregando más chocolate en la taza—.

—¡Genial! —exclamo recuperando el color en mis mejillas pálidas—. En serio lo siento. Te debo una.

—Será mejor que para mañana no se repita lo mismo. Eso sí no te lo perdonaría por nada en el mundo.

—¿Y perderme el primer encuentro con mi prima preferida después de tantos años? Por supuesto que no.

—Eso espero.

Me acabo mi taza de chocolate de un sorbo y me dirijo al lavaplatos para sorprender a Maga por la espalda. Pido perdón por enésima vez y le obsequio un cálido beso. Le acaricio las mejillas con ternura, mientras ella se defiende haciéndome cosquillas. Ambas nos deshacemos de nuestras tensiones a base de risas y yo no me canso de repetirle cuanto la quiero.

—Hoy no te preocupes en cocinar —digo para intentar compensárselo—. ¿Quieres que traiga las alitas de pollo del KFC que tanto te encantan?

—Me parece bien —añade todavía dudosa—. Pero debes prometerme que no lo vas a olvidar, ¿sí?

—Lo prometo.

Maga termina de lavar nuestros trastos, se seca las manos húmedas con una toallita y luego revisa los bolsillos del pantalón en busca de algo. Saca entonces un billete de diez dólares arrugado y me lo extiende.

—Quiero que compres unas alitas para Alejandro también —aclara—. Puedes quedarte el cambio.

—Él tendrá suficiente con un vaso de agua —bromeo inconscientemente—.

—¿Acabaste? —pregunta endureciendo la mirada—.

—Perdón —respondo con la cabeza gacha—.

Enseguida el insistente sonido del claxon de un coche nos saca de nuestro letargo y recibo una llamada de parte de un número desconocido. Contesto, y el peculiar tono de voz de Grace me alerta de que ya está afuera. Deslizo la cortina de la ventana y veo un taxi estacionado frente a la puerta principal. Es ella.

—¡Me tengo que ir! —exclamo agarrando mi cartera y despidiéndome de Maga con un beso—.

—Cuídate —responde acomodando mi cabello—. No te olvides de los almuerzos.

—No lo haré. Te quiero.

Atravieso la sala y el pasillo hacia la puerta principal en una sola carrera relampagueante, mientras Grace me hace señales con la mano desde la ventana del taxi. Agarro mis llaves y dejo cerrando la puerta nuevamente. Me froto las manos intentando controlar los nervios y me subo al taxi. Saludo al conductor con una sonrisa y luego a Grace con un beso en ambas mejillas.

—Creí que no saldrías conmigo de shopping —agrega moviendo los labios tan rápido que apenas podía entenderla—.

—¿Por qué? —fue lo primero que se me ocurrió preguntar—. Habíamos quedado el miércoles.

—Bueno, considerando que ese día apenas nos conocíamos, creí que…

—No te preocupes, soy una mujer de palabra.

—Gracias. Me alegra mucho que no me hayas decidido cancelar.

No cruzamos palabra alguna durante el trayecto al centro comercial, cosa que me puso incómoda. Yo nunca he sido tan buena para socializar con personas desconocidas o que no me inspiran confianza, pero al parecer ella también era tímida. Intenté formular preguntas en mi cabeza que tuvieran coherencia con la situación, pero me fue imposible concertar una. Al final llegamos al Milenio Shopping y ni siquiera pude conocer su apellido.

—Pago yo —dice sacando de su cartera un impecable billete de veinte dólares entre varios de ellos—.

—Gracias —respondo todavía sorprendida por la cantidad de dinero que traía encima, cosa que era demasiado peligroso en esta ciudad—.




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