El almuerzo, los bocaditos y el postre ya están preparados. Hemos colocado cuidadosamente en la mesa la vajilla para cada invitado y las botellas de champán están en su punto de temperatura. Faltan diez minutos para la una de la tarde y corro a mi habitación para tomar una ducha y alistarme. Me he pasado la mañana entera manipulando alimentos crudos, sazonándolos y colocándolos en el horno, que tengo toda la ropa, las manos y el cabello oliendo a ajos, pimientos y cebollas. Sin embargo, es el cabello el que ha sufrido más daño. Está grasiento, lleno de suciedad y malos olores, de tal suerte que me ha costado mucho desenredarlo. Utilizo el máximo de champú que puedo para devolverle el brillo y la suavidad, cosa que, afortunadamente, consigo sin mayor dramatismo. Recibo un mensaje de WhatsApp de mi enamorado diciéndome que llega en quince minutos y me apresuro. Seco mi cuerpo húmedo con la toalla y hago lo mismo con mi cabello. Corro desnuda hasta el armario y agarro un conjunto de ropa interior roja, unos pantalones de licra oscuros muy apretados y una blusa amarilla. Saco la mejor de mis fragancias del compartimento del maquillaje, un par de cremas humectantes y el resto de chucherías que necesito para resaltar la belleza de mi rostro. Mi teléfono suena de pronto, observo la pantalla y preciso la imagen de Leonardo que he puesto como fondo.
—Estoy afuera preciosa.
—Dame dos minutos, por favor.
—¡Hecho!
Doy un toque ondulado a mi cabello deprisa, lleno de fragancia la ropa y bajo las escaleras a la sala como relámpago. Busco a Maga en la cocina para informarle que Leonardo ha llegado y me llevo una sorpresa muy agradable cuando observo su outfit. En los casi cuatro años que llevamos viviendo juntas, nunca la había visto tan elegante y glamorosa. Lleva una gabardina caqui de botones oscuros, blusa blanca y jeans negros, que combinan con unos tacones café preciosos. El tono de su maquillaje es lo más cercano a la perfección. Se ha quitado involuntariamente unos diez años. Si a esta edad todavía luce como toda una reina, no me imagino cuando joven. Ahora se comprende de dónde heredaron tanta belleza sus hijas y nietas. No es de extrañarse que Teodoro y Orlando hayan caído rendidos a sus pies en su tiempo. No pudieron resistirse a sus encantos.
—Leonardo está aquí —digo todavía boquiabierta—.
—¡Qué esperas entonces para recibirlo!
—Te ves muy hermosa Maga. Estoy sorprendida.
—¿De dónde crees que mis hijas heredaron la belleza? —reconoció orgullosa—.
—Ahora puedo verlo…
Escucho el claxon de un vehículo y recuerdo que tengo a Leonardo esperándome. Atravieso el pasillo de la puerta principal corriendo, me detengo en el portal y no observo a nadie alrededor, ni Leonardo ni su coche. ¿Se habrá cansado de esperar y prefirió marcharse sin despedirse o simplemente fue a buscar parqueadero? Quise pensar que la segunda opción era la correcta. De lo contrario, ya se había ganado el primer coscorrón de la relación.
De pronto, alguien me pilla por la espalda en silencio, me cubre los ojos con las manos y me hace retroceder de forma cuidadosa. No tengo que ser adivina para saber de quien se trata.
—Leonardo por favor —digo intentando liberarme de su juego, sonriendo todo el tiempo—.
—Eso no tiene gracia —responde, pero sin quitar sus manos—. ¿Cómo lo supiste?
—Era predecible —aclaré—.
—¿En serio? Entonces tengo que mejorar mis tácticas para poder sorprenderte.
—Tonto…
—Tonta…
—¡Leonardo Vásquez! ¿Qué son esas formas de tratar a una dama? —digo pareciéndome a mi abuela—.
—¡Esther Villavicencio! ¿Qué son esa formar de tratar a un caballero? —contesta remedándome—.
Enseguida deja libre mis ojos, tira de mi brazo con delicadeza y me acerca a su pecho. Nuestras miradas se cruzan inmediatamente, dejando nuestros labios a pocos milímetros de tocarse. Percibo la fragancia cítrica y amaderada que se desprende de su ropa y no puedo evitar sentirme nerviosa. Me muerdo el labio inferior con coquetería, enredando mis huesudos dedos en su cabello sedoso. ¡No puedo seguir esperando el momento para empezar a comérmelo a besos!
—Hola bebé —añade con esa voz ronca que tanto me hace vibrar—.
—Hola —digo casi sin aliento—.
—¿Cómo va todo por acá?
—Mejor ahora contigo.
—Lo siento. Sé que han pasado un par de días, pero…
—¡No! —lo interrumpo colocando mi dedo índice entre sus labios—. No tienes que seguir justificándote.
Después de la visita del miércoles por la noche a la cabaña, donde nos habíamos convertido en pareja casi formalmente, no tuvimos la posibilidad de volvernos a ver y platicar. Resulta que su padre, después del último viaje de negocios a EE.UU., le empezó a cargar un mayor número de responsabilidades y trabajo. Ya no era simplemente un asesor de crédito auxiliar, ahora lo habían colocado como segundo presidente ejecutivo del Banco. Y si las cosas salían bien de cara a futuro con aquellos inversionistas gringos, en pocos años Leonardo se convertiría en el máximo accionista de la empresa, cosa que supondría alcanzar la cima del éxito con tan corta edad. Una locura. ¿Estaría yo allí acompañándolo en ese entonces? Sinceramente, lo tenía demasiado difícil, por no decir imposible. Su padre no lo aceptaría y simplemente se encargaría de eliminarme y buscarle otra mujer con “clase”. Por lo mismo, mi misión era disfrutar de él ahora, en este momento, de tal manera que cuando me abandone, por lo menos tenga el privilegio de presumir que fui una de sus aventuras amorosas.
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Editado: 15.04.2021