Un novio para Esther

22. Difícil

Mentí. Había prometido que pasaría toda la tarde platicando con Samantha, pero resulta que los planes se alteraron a última hora por un inconveniente que tuvo Leonardo. En principio, habíamos quedado por la noche para salir al cine y cenar, no obstante, le surgió una inesperada reunión de negocios con unos inversionistas locales, a la que no podía faltar por nada del mundo. Le platiqué de la situación a Maga en privado y ella lo supo comprender. Me aseguró que se las arreglaría con Samantha y Génesis para mantenerlas entretenidas u ocupadas. Le sugerí que las llevara a dar un paseo por la tienda de discos, como quien aprovechaba para cerciorarse de que todo estuviera en orden.

—Procura regresar pronto —dice acariciándome tiernamente las mejillas—. Te quiero aquí antes de las siete…

—¡Hecho! —me despido con un beso en su cálida mejilla—.

Leonardo quiere despedirse de mi abuela con un apretón de manos, pero ella va más allá y le regala un abrazo. Vuelve a darle la bienvenida a la familia y le agradece por su valiosa ayuda a la hora de servir el almuerzo. Él únicamente se limita a sonreír y asiente con la cabeza, cortés.

—¿Me da permiso para probar a su nieta? —agrega él bromeando antes de subirnos al coche, que sigue estacionado frente a nuestro portal—.

—¿Por qué no se le preguntas directamente a ella?

—Ya lo hice, pero se negó.

—Entonces yo también te la niego, ¿ok? Cuídala.

—¡Lo que usted ordene su majestad! —hace una reverencia divertida y se sube al coche—.

Yo me vuelvo a despedir de Maga agitando mis manos desde la ventana del copiloto, mientras Leonardo arranca el motor y emprende la marcha. Antes de salir a la avenida principal, se detiene a un costado libre de la carretera, sorprendiéndome a continuación con un apasionado beso.

—Creí que nunca lo harías —susurro agitada—.

—Ya no lo podía aguantar más tiempo…

Volvemos a fundirnos en un profundo y atrevido beso, pero esta vez él intenta levantarse de su asiento y apegarse contra mí lo que más puede. Siento las ásperas yemas de sus dedos clavándose en mi cintura, su aliento mentolado rondando mi boca y el aumento en la temperatura corporal. Enredo mis manos en su cabello, le clavo también las uñas en el cuello y jugueteamos con nuestras lenguas. Comienzo a sentir que en mi vientre revolotean mariposas y que una especie de descarga eléctrica tensa mis músculos desde la coronilla hasta la punta de los pies. Antes de que la situación se saliera de control con nuestros besos, tuve que detenerme abruptamente. No porque quisiera que la cosa terminara allí, sino porque no era el lugar adecuado.

—Leonardo, por favor, espera —digo esquivando sus labios con agilidad—.

—¿Sucede algo? ¿Estás bien? ¿Vamos muy rápido?

—No, no es eso —aclaro recuperando el aliento—. Es solo que no me siento cómoda aquí, varados a un costado de la carretera.

—Lo mismo estaba pensando —concuerda—. ¿Algún lugar en especial al que te gustaría que vayamos?

—¿Un hotel?

Enseguida observo como su expresión se suaviza y los ojos le brillan. Obviamente aún no quería acostarme con él, solo lo hice para conocer su reacción. ¡Hombres! ¡Tan básicos e irracionales como siempre!

—Bromeas, verdad —prosigue desconcertado—.

—Sí —lo beso en la punta de la nariz—. Pervertido.

—¿Pervertido yo? Mira quien lo dice. La jovencita que poco más y me arranca la lengua de la boca mientras nos besamos.

—¡Tonto! ¡Te odio!

—Y yo más, Esther Villavicencio. Te odio de aquí a la luna ida y vuelta.

—¿Qué? —pregunto fingiendo indignación—. Y yo te odio de aquí hasta Plutón ida y vuelta, como ves…

—Bien, pero no es suficiente distancia. ¿Qué tal si digo que te odio de aquí a la galaxia Andrómeda ida y vuelta?

Aquello me deja confundida. Sabía que el universo era muy extenso y vasto, pero lo máximo que conocía por la secundaria era el Sistema Solar y la Vía Láctea. De allí en adelante, era una completa ignorante del espacio.

—Yo te odio de aquí hasta la estrella… la estrella… ¡la maldita estrella más lejana que exista, demonios!

—Ok relájate, relájate —añade sonriendo—. Tú ganas. Tu odio por mí va de aquí a la estrella Ícaro, la más lejana que existe en el universo. ¿Sabías que su luz ha recorrido el espacio vacío durante nueve mil millones de años para llegar a nuestros telescopios?

—¿En serio? —pregunto ahora más calmada—. Pues entonces te odio nueve mil millones de años luz —añado torciendo los labios—. Ida y vuelta, por cierto.

—Por supuesto…

Leonardo enseguida vuelve a acomodarse en el asiento del conductor, pero antes se despoja de la chaqueta. Con el calor que hace a esta hora del día y la intensidad con la que estábamos besándonos, era normal sofocarse.

—Vaya calor, ¿no?

—Yo estoy tan fresca como una lechuga —miento. La verdad es que estaba empapada en sudor—.

—¿En serio? Entonces de qué es esa gotita que resbala traviesa por tu mentón. ¿Saliva?




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