Un novio para Esther

23. Advertencia

Tengo ochenta llamadas perdidas de Leonardo. Ha intentado contactarse conmigo desde la noche de ayer, pero estuve tan decepcionada que preferí no contestar y poner el teléfono en silencio para poder dormir en paz y despertar algo tranquila, cosa que, evidentemente, no sucedió a carta cabal.

—Has despertado temprano —dice Maga cuando nos encontramos en la cocina, a las seis de la mañana, todavía en ropa de dormir y bostezando—. ¡Eso es un milagro!

—Estoy dando vueltas en la cama desde las cuatro, así que preferí bajar a prepararme un café antes de volverme loca en mi habitación.

—¿Has estado aquí desde la madrugada?

Asiento con la cabeza, alicaída moralmente.

—Solo espero que la taza de café que tienes en la mano sea la única que hayas bebido desde entonces.

—Pues ahí te equivocas. Es la décima.

—¡Acaso te has vuelto demente! —exclama alzando la voz, olvidando que tenemos invitados en casa—.

—Shhhh. Que hay personas que duermen todavía.

—¿Es que quieres morir de una sobredosis de cafeína?

—No pasa nada —contesto con voz débil y las manos temblorosas—. Me siento de maravilla.

Maga se acerca a la mesa, molesta, agarra la taza de café y la derrama en el lavadero de los platos. Yo sonrío como una maniática, porque la he engañado fácilmente. La verdad es que me había levantado hace quince minutos y que la taza de café que tenía en la mano era la primera de esta gélida y triste mañana.

—Esther, esto no es gracioso —replica indignada—.

—Lo sé, pero es la única forma que encuentro para no pensar en el incidente de ayer con Leonardo. Anoche casi no pude dormir, aquella escena me daba vueltas en la cabeza con insistencia.

—¿Ha llamado para disculparse?

—Lo ha intentado unas pocas veces. Ochenta, para ser más exacta.

—¿Te parece poco? —dice Maga encendiendo con un cerillo la estufa—. Debe estar muy afligido y preocupado por ti…

—Eso debió pensarlo antes de desquitar su enojo conmigo y dejarme botada allí en la acera, como basura.

—Debes entender su situación. Tú más que nadie sabe que es un buen chico, pero que tiene un padre lo bastante exigente como para sacar de quicio a cualquiera.

—Lo sé, pero tampoco es justificativo.

—Seguramente irá desesperado a buscarte al local.

—Pues entonces no estaré.

—¿Segura? Porque te conozco, cariño. Tú también estás muriéndote de ganas por arreglar las cosas. Se trata de un malentendido simplemente.

—Pues te equivocas. Yo también tengo dignidad.

—¿Ahora le llaman así al orgullo?

—Tú hiciste lo mismo con mi abuelo en tu adolescencia, ¿recuerdas?

—Es diferente. Él se atrevió a llamarme víbora.

—¿Quieres saber como me llamó su padre? Prostituta, literalmente.

—Tampoco estaba hablando de ti, seguramente lo dijo por el calor del momento. Además, apuesto que él todavía no sabe de lo de ustedes. ¿O me equivoco?

Maga estaba en lo cierto. Si bien Don Gerardo se propasó con sus aseveraciones, estas no iban dirigidas específicamente a mí. Sin embargo, me dejaron un mal sabor de boca, pues eso quiere decir que Leonardo tiene un pasado algo oscuro, que evidentemente yo no conozco. Nadie en su sano juicio se atrevería a injuriar así a su propio hijo, mucho menos por teléfono. Es aquello lo que me ha dejado dudas, más allá del incidente en sí. Yo ya lo había perdonado, pero necesitaba explicaciones.

—No.

—¿Cuándo piensan decírselo?

—Maga, por favor, todavía no llevamos ni una semana juntos. Sería muy apresurado.

—Él no lo aceptaría tampoco, supongo que lo habrás imaginado.

Maga ha despertado más sincera de lo habitual. Desde el encuentro de ayer con Génesis, parece más sensible de lo esperado. Comúnmente suele ser muy prudente al emitir esa clase de comentarios, también es bastante delicada y optimista, pero hoy no se anda por las ramas. Yo nunca tuve la intención de causarle molestias con el regreso sorpresivo de su hija, aunque ahora pienso que no fue buena idea. Quizás el abrazo de reconciliación de ayer fue mero teatro, únicamente para quedar bien con nosotras. Como sea, no me gustaba que mi abuela esté tan tensa y nerviosa a estas alturas de su vida. Tenía que hablar seriamente con Samantha para solucionar las cosas antes de que estas pudieran salirse de control y nos trajeran problemas.

—No te entiendo Maga. Tú misma me aconsejaste que le diera una oportunidad a Leonardo. ¿Por qué este pesimismo ahora?

—Lo siento cariño —dice arrepintiéndose después—. No me hagas caso. Supongo que me estoy dejando llevar por mi falta de sueño.

—¿No pudiste dormir anoche?

—Al igual que tú, estuve dando vueltas en la cama…

—¿Es por lo de Génesis, cierto? —digo sincerándome, directa, como lo está haciendo ella—.




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