Un novio para Esther

28. ¡Bingo!

Son las once y media de la mañana y todavía estoy sola en el local. Maga no se ha hecho presente con la ropa que le pedí que trajera y ni siquiera Alejandro ha aparecido para requerir de su ayuda. Leonardo me acaba de escribir por WhatsApp para confirmar la salida y aún no estoy lista. Ya he empezado con el maquillaje y el cabello, pero falta lo más importante. Tampoco es que la ropa que traigo puesto ahora sea la de un vagabundo, solo que no corresponde con el momento y la persona.

Presa de la desesperación, se me ocurre una idea: si es que Maga no hacía su aparición en diez minutos, agarraría prestado algo de dinero de la caja y correría a la boutique de la esquina. ¿Qué pasaría entonces con la tienda de discos después del mediodía? ¿Tendría que cerrarla y perder ciertas ventas solo por dar prioridad a un chico? ¿Me atrevería a preguntar por Alejandro en el edificio de las telas para suplicarle que me cubriera la espalda? ¿O debería de una vez por todas cancelar la cita? Tantas opciones se me pasaron por la cabeza en ese momento, que estuve a poco de explotar en pedacitos y desaparecer de la faz de la Tierra sin dejar explicaciones. Afortunadamente, Maga y Samantha se hicieron presentes en el local solo dos minutos después de mi repentino ataque de pánico, cosa que agradecí profundamente porque era consciente del tipo de locuras que podía cometer sumida en la desesperación. No era precisamente la reina de la paciencia.

—Siento llegar tarde —se excusa mi abuela extendiéndome una funda plástica gruesa y transparente, con toda la parada de ropa dentro, bien planchada y pulcra—. Génesis tuvo un pequeño accidente en la casa y debimos llevarla con el doctor Peña.

—¡En serio! ¿Qué le sucedió? ¿Ella está bien?

—Se desmayó mientras tomábamos el desayuno —me responde Samantha, tranquila—. Y en la clínica el doctor nos dijo que solo se trataba de un bajón de azúcar. Enseguida le dieron el alta y regresó con nosotras a casa.

—Gracias al cielo que no se trató de nada serio.

—Afortunadamente. Pero nos dejó el susto del día.

—Lo importante es que se encuentra bien y en casa.

—Eso sí.

—¿No se supone que tienes una cita a las doce? Deberías apresurarte —agrega Maga interrumpiéndonos—.

—Es cierto —contesto entrando en angustia—.

—Tienes diez minutos prima, relájate. Son suficientes.

—Ya me encargo yo del resto —indica Maga—. Ve…

Corro desesperada al cuarto de baño con la parada de ropa en la mano y me cambio. El vestido que he escogido para esta tarde es una hermosa prenda de una sola pieza, ajustada, de mangas largas y minifalda, con lentejuelas estampadas y de tono verdoso azulado. Una preciosidad de exclusivo diseño que me costó un ojo de la cara.

—¡Buenas tardes! ¿Se puede?

Mientras estoy retocando mi maquillaje y eligiendo que fragancia me conviene usar, escucho la voz de Leonardo, lo que hace que me sobresalte. Tal fue el susto que me he llevado, que dejé caer por accidente el envase con mi fragancia favorita: jazmín. El cristal se hace pedazos al contacto con el suelo y yo suelto un grito. Intento taparme la boca con las manos para no llamar la atención, pero ya es demasiado tarde. En segundos tengo a Maga, Samantha y Leonardo llamando a la puerta del baño, preocupados.

—¿Qué ha sido ese ruido cariño? —pregunta Maga en franca desesperación—.

—Tranquilos, estoy bien —agrego tratando de recoger los pedazos de cristal esparcidos por el piso—.

—¿Necesitas ayuda prima?

—No, ya lo tengo todo controlado. En menos de diez minutos estoy con ustedes.

—Apresúrate, que tu novio ya está aquí.

—Lo sé, lo sé. Podrías decirle que me tenga paciencia, solo serán unos instantes.

—Él te está escuchando precisamente…

Sonrió tibiamente cuando me lo imagino parado detrás de la puerta, lleno de intriga por mí. Enseguida percibo el aroma penetrante a alcohol de mi fragancia y comienzo a marearme. Si bien, en pocas cantidades puede desprender un olor mágico el contenido de aquel envase, con todo el líquido derramado ahí se ha convertido en una sustancia tóxica. Tengo que abrir la ventana del cuarto de baño para ventilarlo y no morir asfixiada prematuramente, antes de proceder con la limpieza.

—Me temo que necesitas ayuda, preciosa —Leonardo llama a la puerta con golpes suaves—. Ábreme, por favor.

Le hago caso sin rechistar, con los ojos y la nariz llenos de lágrimas y mucosidad por la irritación. Apenas abro la puerta, el olor penetrante del alcohol se cuela también en la nariz de Leonardo, haciéndole estornudar.

—¡Demonios! —exclama Alejandro retrocediendo—. ¿Qué ha sucedido allí dentro?

—Ha sido el envase con mi fragancia favorita —señalo el lugar donde están los pedazos de cristal—. Se me cayó de las manos por accidente y desencadenó todo esto lío.

—Será mejor que nos vayamos de aquí sino queremos morir asfixiados —extiende la mano derecha—.

Agarro su mano intentando no perder el equilibrio, así aprovecho también para aferrarme a su brazo. Enseguida dejamos atrás el cuarto de baño y vamos a parar en la caja, donde se percibe un aire mucho más fresco que deposito en mis pulmones aspirándolo con algo de dificultad. Observo a Maga y Samantha venir a mi encuentro con cierto nerviosismo, todavía con los ojos húmedos y pegajosos.




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