El retocar mi maquillaje en el coche de Leonardo apenas me tomó un par de minutos. El resto del trayecto hacia la zona comercial de la ciudad no intercambiamos palabras o miradas, simplemente él se centró en conducir y yo en observar el hermoso paisaje urbanístico por la ventana. Tiendas y locales de todo tipo de productos lucían abarrotados, consecuencia de la llegada del fin de mes, cuando la mayoría de personas ya habían cobrado su sueldo y lo querían derrochar en chucherías. Debo reconocer que nuestra tienda de discos en el inicio de semana también había experimento un incremento en las ventas, pero esto no era comparable con lo que sucedía en estos meses en años pasados. Hoy en día los clientes ya no buscan un CD para tener a mano su música favorita, con el avance de la tecnología lo tenemos todo a un clic de distancia. Aplicaciones como YouTube, Spotify o Deezer solo requieren de una conexión a internet o espacio disponible en la memoria del móvil para ofrecer una extensa biblioteca digital con millones de canciones. De no ser porque el resto de mercadería todavía era apetecible para el público, estaríamos en la quiebra.
Nos detenemos justo al frente de una tienda autorizada de Apple, un edificio de tres plantas con una fachada majestuosa. Toda la elegancia y lujo que presume la empresa reflejado en sus instalaciones.
—Cuándo pensabas contarme lo de Alejandro —dice él apoyando sus brazos en el volante—.
—¿Es que acaso es mi obligación mantenerte al tanto de cada suceso en mi vida? —replico muy molesta, ya que me duele que empiece a desconfiar de mí cuando apenas llevamos saliendo una semana—. ¿Por qué de una vez no me consultas cuántas veces voy al tocador o sobre mi periodo menstrual? —eso no era realmente necesario traer a colación, pero lo solté indignada—.
—Dios, Esther, esa no era la intención. Solo quería…
—¿Querías qué? Averiguar si te estoy siendo infiel con Alejandro a pocos días de haber comenzado con nuestra relación. ¡Grandioso!
—No preciosa, por favor, no me malinterpretes —enseguida se gira hacia mí, se acerca e intenta acariciarme la mano, la cual aparto—. Siento haberte hecho sentir incómoda con mis ridiculeces.
—¿Y tú por qué? ¿Por qué no mencionaste que tú también lo conocías? —continúo echando leña al fuego, tan aturdida y nerviosa como nunca—.
—¿Acaso no nos escuchaste? —agrega él también algo molesto—. Nos hemos vuelto a encontrar después de varios años.
—¡Y es que acaso yo soy adivina! ¡Cómo podría haber sabido yo que Alejandro y tú fueron amigos en el pasado! Además, él y yo apenas nos conocemos. Y todo gracias a Maga, con quien es muy cercano.
En verdad, esta parte de mi personalidad no me ha hecho sentir muy orgullosa que digamos. Comúnmente soy reconocida por ser una chica dulce, simpática y agradable, pero cuando pierdo los estribos también puedo revelar el lado más oscuro de mi temperamento.
—Lo sé princesa, lo sé… —se excusa—. Olvídalo, ok. Lo siento. En verdad lo siento. No volverá a suceder.
No acepto sus disculpas de golpe. Al contrario, abro la puerta del copiloto y me bajo sin responderle. Lo veo que apoya la cabeza contra el volante y suspira. Luego cierro dicha puerta con fuerza y camino a la parte posterior.
—¡Por qué Leonardo! ¿Por qué?
Apenas transcurren unos segundos cuando escucho la puerta del conductor abrirse, cerrarse y a Leonardo acercárseme nuevamente. Viene sigiloso por la espalda, lo que me hace suponer que quiere arreglar las cosas a su estilo.
Y lo hace.
Ciñe mi cintura delicadamente, pega su cuerpo tonificado contra el mío y me besa en el cuello. El roce de sus dedos y lo cálido y húmedo de sus labios me vuelven otra vez a estremecer, cayendo como tonta en sus redes. Trato de liberarme, fingiendo que ahora su estrategia no le sirve, pero soy demasiado débil y él estúpidamente encantador.
Enseguida baja lentamente sus manos hacia mis muslos y los pellizca, sobresaltándome. Quiero gritar, pero me detengo porque me percato de que estamos en medio de la calle principal y la gente nos observa. Suelto un pequeño gemido sin intención y él se enciende todavía más.
—¡Dios Alejandro, este no es el momento! —digo intentando por enésima vez liberarme—.
—Pues no te dejaré ir hasta escuchar de tus labios que me perdonas…
—¡Suéltame ahora o juro que grito!
—Vamos princesa, sé perfectamente que esto te gusta. Puedo sentir los latidos de tu corazón y pulso acelerados, el aumento de tu temperatura corporal y lo agitado de tu respiración.
Odio ser tan obvia, especialmente con él, pues me deja en desventaja, me delata fácilmente. Sé que lo podré controlar con el paso del tiempo, pero ahora no me sirve.
—Además —dice él soltándome por fin, pero todavía sujetando mi mano izquierda—, te dije que te tendría una sorpresa. No querrás arruinar el momento, ¿cierto? Ven.
Me suelta completamente y camina hacia la entrada de la tienda de Apple, emocionado. Observo a mi alrededor para comprobar que nadie se haya quedado mirándonos, desconcertados por la escena, pero la gente camina por la calle sumida en sus propios problemas. Suspiro, tratando de recuperar la calma y el color natural de mis mejillas, en franco rubor todavía. Aprieto la mandíbula, suelto un bufido breve y le sigo los pasos. Si les hubiese hecho caso a todos los que me advirtieron que tener una relación es un asunto complicado, ahora mismo estuviese de lo lindo en la tienda de discos disfrutando de mi soltería.
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Editado: 15.04.2021