Un novio para Esther

30. Equivocación

Quizá mi prima Samantha sea un tanto atrevida, liberal y coquetona con los hombres, pero de que posee un buen corazón eso no me cabe la menor duda. Luego de la segunda discusión fuerte de ayer con Leonardo, ella ha estado ahí en todo momento para ser un consuelo y mi pañuelo de lágrimas. No me ha salido con sermones baratos sobre dignidad o me ha juzgado por haber cometido errores, al contrario, me supo aconsejar. Como muestra de agradecimiento, decidí contarle toda la verdad acerca de lo maravilloso que se ha comportado Leonardo conmigo desde que nos conocimos aquella tarde en la barra de una fiesta y el montón de desilusiones que se llevó

por culpa de mis celos, exageraciones y soberbia sin sentido.

—Quiero que me digas la verdad —añade mientras estamos sentadas en la acera, frente al local, contemplando a la gente pasar—. Leonardo es tu primer novio, ¿cierto?

Asentí con la cabeza. Quería desaparecer o morir.

—Me mentiste…

—No lo hice —replico intentando defenderme—.

—Me presumiste que tenías más experiencia que yo en temas de hombres, amor y esas cosas…

—¡Nunca dije eso! Tu lo supusiste porque soy mayor.

—Buen punto.

Mi prima sonríe entonces, aprieta mis manos con delicadeza y juega con ellas.

—¿Crees que me perdone? —pregunto sin pensar en otra cosa que no sea en Leonardo—.

—Seguramente —responde convencida—. Recuerdas cuando te dejó abandonada en media carretera el día que llegamos a la ciudad.

—Su padre me llamó prostituta, por cierto…

—Obviamente no lo dijo por ti. Fue un ataque de ira.

—Pues no eran formas…

—¡Ambas sabemos que Leonardo es un buen chico! Y se nota que te quiere mucho, además.

—Claro que me quiere mucho. ¡Pero llevar a la cama!

—¿Por qué lo dices? —pregunta curiosa—.

Sinceramente no tenía una respuesta plausible, solo estaba siendo paranoica y repitiendo todo lo que había leído en internet de otras mujeres.

—Me lo imaginaba. Todas son meras especulaciones.

Vuelvo a asentir con la cabeza.

—Sabes una cosa… —añade ahora liberando nuestras manos—. Eres muy afortunada si Leonardo acostumbra a seducir así a sus víctimas. ¡Te estaba regalando una maldita MacBook Pro Esther! ¡Una maldita máquina ensamblada por la mismísima Apple! ¿Puedes imaginarte el precio de esa bestia? Y si fue por un acostón, déjame decirte que valía la pena. ¡Cada penetración, por más dolorosa e incómoda que esta fuese, justificaba esa inversión!

Tal es el ataque de emoción de Samantha, que ha olvidado que estamos en media calle, bajo la mirada atenta de un pequeño grupo de personas que empiezan a tacharnos de “locas”.

—¡Sam, por favor, baja la voz! —replico colocando mi mano derecha sobre su boca, como último recurso—.

Mi prima abre los ojos como platos cuando se percata de la escenita vergonzosa que ha montado y se le pone el rostro colorado como el de un tomate. Me hala del brazo con fuerza enseguida y volvemos al interior del local, entre risas exageradas y comentarios divertidos.

—¡Dios, que vergüenza! —replica Samantha agitando las manos para aliviar el sofocón en su cara—.

—¡Tú y tu gran boca! —protesto—.

—Perdón. Me excité.

Noto que a Samantha no se le quita el rubor del rostro y corro por un vaso de agua al bidón. Se lo acerco, ella lo agarra desesperada y lo bebe en un par de bocados.

—¡Gracias! —exclama con un suspiro profundo—. Le acabas de salvar la vida a esta pobre alma descarriada.

—¿Siempre te pones así cuando hablas de sexo Sam?

—Esa no era yo, te lo juro.

Me vuelvo a tranquilizar cuando observo que mi prima ha recuperado el tono natural de su rostro. Luego regreso a la entrada del local para cerciorarme de que ese grupito de personas ya no esté ahí y para nuestra fortuna las calles han vuelto a quedar vacías como suele suceder frecuente-mente. Samantha me pregunta desde el interior si todavía existe peligro afuera y yo niego con la cabeza, aliviada.

—¿Ya no hay moros en la costa? —pregunta echando un vistazo rápido a todos lados—.

—Tal parece que no… —contesto aún nerviosa—.

—¿En qué íbamos entonces?

—Rayos Samantha, ¿acaso no aprendiste la lección?

—¿Qué lección?

—Olvídalo…

—Descuida, ya lo recordé —sonríe pícara—. Te decía que no haber aceptado el obsequio de Leonardo fue una completa equivocación. ¿Quieres que te cuente como me intentaban seducir a mí para llevarme a la cama?

—Es evidente que no con osos de peluche, chocolates o una MacBook Pro —suelto sin miramientos—.

—Efectivamente. Digamos que el modus operandi de muchos hombres consistía en invitarme a un bar o discoteca, ofrecerme cerveza o licor barato hasta ponerme cachonda y luego llevarme a un hotel o departamento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.