Un novio para Esther

35. Golpes

Estoy sudando de nervios. He devorado todas las uñas de mis dedos y tragado algo de cabello también. Los latidos de mi corazón están a tope y si todavía no se me ha escapado del pecho es porque tengo suficiente músculo para contenerlo. A pesar de que llevo aquel vestido sexy que Samantha me regaló para la ocasión (que es bastante cómodo, por cierto), siento mucho calor. Las luces de la cabaña están apagadas y nosotras aguardamos la llegada de Leonardo en un pequeño escondite que improvisamos a un costado de la sala. El silencio es tan aterrador que estoy a punto de desmayarme, sin embargo, el escuchar el ritmo de nuestras respiraciones me tranquiliza un poco. No tengo ni la más remota idea de cómo diablos mi prima se las arregló para conseguir acceso a la cabaña, pero estoy agradecida por su gesto. De no ser por su perspicacia y solidaridad, nada de esto estuviera ocurriendo.

—Vas a terminar arruinando el bendito vestido —dice mi prima al escuchar el roce de mis dedos sobre él—. Me costó un ojo de la cara, ¿recuerdas?

—Lo sé, lo siento —respondo intentando controlar de mejor manera el movimiento de mis manos—. Estoy nerviosa… muy nerviosa la verdad.

—Lo sé… yo también lo estoy. Pero no me vas a negar que es una experiencia cargada de intensidad.

—Es cierto. ¡Dios, cómo me hierve la sangre! —añado alzando un poco la voz, liberándome de la presión—.

—Shhhh. Lo vas a arruinar.

—Pero si estamos las dos solas.

—Leonardo debe estar por llegar —enciende la pantalla de su móvil y mira la hora. 20:29—.

—Tengo que preguntártelo por enésima vez Samantha de mi corazón. ¿Cómo demonios hiciste todo esto en una sola tarde?

—Un mago nunca revela sus secretos…

—Nunca te lo voy a sacar, ¿cierto?

—No —la luz de la pantalla de apaga—. Ahora te pido que nos mantengamos en silencio, vale.

—Ok…

En adelante, y para mí, los segundos empezaron a convertirse en minutos. La ansiedad estaba generándome una serie de dolores en la cabeza, cuello y espalda, y qué decir de mi estómago y mi vejiga. De repente me entraron unas ganas ridículas de ir al baño.

Para mi fortuna, la espera concluyó cuando escuché el sonido del motor de un auto acercándose a la cabaña. Un trago de saliva quemó dolorosamente mi garganta y pude contener la respiración para no echar un gemido.

—Es él —susurró Samantha cuando el motor del auto se apagó y oímos el repicar de unas llaves—.

La puerta de madera se abre con un chillido y las luces de toda la cabaña se encienden. Escucho unos pasos que merodean la sala que está preparada para la ocasión y con un movimiento sutil de mi mano derecha remuevo la tela que nos mantiene camufladas para crear un pequeño orificio por donde puedo observar el exterior. Y lo primero que logro observar es a Leonardo vestido de traje gris. El cabello luce engominado, con un peinado hacia atrás y se ha dejado crecer la barba. Veo sus músculos tan ajustados a su traje como se tensan y se suavizan al estirar y contraer con cada movimiento y trago saliva. No me puedo creer cómo es que tengo todo eso para mí y no lo sé aprovechar al máximo. Me muerdo el labio inferior con total sensualidad y aprieto los puños. ¡Quiero hacerlo mío hoy mismo y no dejarlo escapar jamás!

—Pasa…

De pronto, el corazón me da un vuelco y se detiene de golpe. ¿Acaso estoy alucinando? ¿No se supone que él es solamente mío y yo solamente de él? ¿Quizás son los nervios los que me están jugando una mala pasada y empecé a escuchar cosas absurdas?

—Vamos, con confianza, siéntete como en casa.

Dirijo mi mirada confundida hacia Samantha y ella luce la misma expresión. Escuchamos el sonido de unos zapa-tos de tacón al contacto con el piso de madera y mi corazón golpea fuertemente los músculos de mi pecho intentando escapar. Vuelvo a tragar saliva, tomo un bocado de aire y contengo la respiración unos segundos.

—¿Qué te parece? —pregunta Alejandro con voz bastante dulce, poco común en él cuando está conmigo—.

—Es un sitio muy elegante —responde aquella voz femenina que me parece estúpidamente conocida—. Debo reconocer que me gusta, aunque no tanto como tú…

Una palabra más de aquella maldita descarada y tendré que salir de mi escondite a defender lo que es mío. Nadie puede hablarle de esa manera a mi novio. ¡Nadie!

—Gracias —añade con una risa cómplice—. ¿Quieres que te sirva algo de beber? ¿Vino? ¿Whisky? ¿Agua?

—Whisky está bien, si no es mucha molestia.

—Sus deseos son órdenes, mi reina…

Los latidos de mi corazón han recuperado su ritmo habitual, pero ahora siento un retorcijón mortal en el estómago. Este sube por mi espina dorsal como una descarga eléctrica y me oprime el pecho, haciéndome temblar. Un segundo después estoy ahogada en llanto. ¡Esto no puede estar ocurriendo con Leonardo! ¡Ese chico que ahora está con esa maldita en la sala no es mi novio! ¡No es él! ¡Qué no es él! ¡Qué no es él! ¡Es una pesadilla! ¡Es una pesadilla!

—No tenemos mucho tiempo —dice la voz femenina con ansiedad, consciente de su delito—.

—Me dijiste que te quedarías conmigo toda la noche…




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