Leonardo
Los sábados suelen ser para mí días sagrados, de aquellos en los que me puedo permitir dormir hasta tarde, salir de paseo con mi motocicleta o disfrutar simplemente con mi círculo más íntimo de amigos. De esos en los que no tengo que soportar las estúpidas órdenes de mi padre, la presión de los inversionistas o los reclamos permanentes de los empleados bajo mi responsabilidad. De esos en los que puedo saborear la comida, un vaso de cerveza o mi pastel de vainilla preferido sin tener que justificarme u ofrecer explicaciones. El único día que tengo la posibilidad de tomar mis propias decisiones, asumir mis propios riesgos y ser feliz verdaderamente.
Eso no quiere decir que entre semana dejen de suceder cosas interesantes. Por ejemplo, el acostón de anoche con Génesis, una de las hijas de Maga, fue algo absolutamente inesperado. De esos acontecimientos extraños que suelen presentarse una sola vez en la vida, y que, dadas todas las circunstancias que lo rodearon, no pude dejar pasar. ¿Qué cómo se alinearon las cosas para terminar revolcándonos apasionadamente sobre la alfombra de aquella cabaña que suelo frecuentar para estar a solas? La historia es un poco larga, pero la puedo resumir en dos afirmaciones: mi gran debilidad son las mujeres y a veces puedo ser un maldito degenerado. ¡Acostarme con la tía de mi ahora ex enamorada con pretexto de querer tomar revancha! Cosa de locos. ¡Haber tenido la experiencia más excitante de mi vida sexual con una mujer que quizás esté alcanzando los cuarenta! Definitivamente no se puede descartar nada. ¿Qué cómo quedarán las cosas con Esther en adelante? Sospecho que van a terminar peor de lo que imaginaba. He cometido el error más tonto del mundo y seguramente ella no me lo perdonará cuando se entere, porque se llegará a enterar más temprano que tarde, de eso no hay duda.
El tono de llamada entrante en mi teléfono me vuelve a la realidad y me sobresalto cuando veo el nombre en la pantalla.
¡Rayos, es Maga!
El corazón me da un pequeño vuelco en el pecho y no me atrevo a contestar. ¿Será que Génesis no pudo aguantar más y terminó confesando sus pecados? Hay algo que me dice que la tormenta está cerca y que resultaré herido de muerte.
—Sí, buenos días —digo intentando sonar lo más formal y natural posible, como cuando estoy en el banco—.
—Leonardo, gracias a Dios —contesta Maga dejando escapar un pesado suspiro—.
—¿Todo bien? —pregunto conteniendo la respiración para intentar no decir nada extraño—.
—En realidad no…
Apenas escuché llorar desconsoladamente a Maga por el otro lado de la línea estuve a punto de apretar el botón de finalizar la llamada. Me hizo sentir fatal, un verdadero monstruo. No podía concebir el haberle hecho semejante daño a una mujer que siempre ha sido toda bondad conmigo y que me ha apoyado en mis tiempos difíciles. Todo por culpa de mis malditos arrebatos hormonales y querer satisfacer mis más bajas pasiones.
—Maga yo… yo…
—Dime que Esther está contigo, por favor.
—¿Esther? —cuestiono ahora más confundido—. No Maga, no la he visto desde el día de nuestra última discusión. ¿Sucede algo con ella? ¿Está bien?
—En realidad Esther y mi sobrina Samantha, han desaparecido…
Aquellas palabras me dejan en estado de shock. Nunca creí que algo tan grave como eso sucedería. Yo podía habérmelas arreglado tranquilamente con la cuestión de Génesis y la traición, pero no me esperaba lo de Esther. Porque, aunque no parezca, en verdad me ha afectado. Puede que no sea el hombre más perfecto del mundo, tengo mis propios demonios a los cuales debo enfrentar, pero aquello no quiere decir que Esther no sea especial para mí. En realidad, es lo mejor que me ha pasado últimamente. Quizás he cometido un error al dejarme llevar por el arrebato o los deseos de venganza por la forma que me trató aquella vez cuando le obsequié el ordenador, pero a veces nos puede más el instinto primitivo del apareamiento que las absurdas lógicas de la razón. Sé que tampoco es justificativo para mi comportamiento, pero la vida a veces puede ser así de cruel. Lo sé yo por experiencia propia.
—Esto es una broma de mal gusto, ¿cierto? —digo enseguida como intentando seguirle el “juego”—.
—¡Leonardo por Dios! ¡Esto es una situación seria! Se trata de mi nieta y mi sobrina. ¡De tu novia!
—Esto no puede estar pasando —digo casi con un susurro—. ¿Llamaron a la policía? ¿Intentaron comunicarse con Esther o Samantha?
—La policía viene en camino y las muchachas traen los teléfonos apagados. Ninguna ha contestado.
—¿Está en su casa ahora?
—Sí… ¡Dios!
—Ahora mismo me cambio de ropa y enseguida estoy con ustedes, ¿vale?
—Apresúrate, tengo mucho miedo.
—Descuide, iré como un relámpago.
—Dios, a mi niña no le puede estar pasando esto…
La llamada se da por finalizada con ese lamento como fondo y enseguida voy por un conjunto de ropa cómodo al guardarropa, bastante nervioso. Me desvisto y vuelvo a vestir de un solo tirón, entro al baño para lavarme la cara, los dientes y me peino. No me da tiempo a desayunar, así que voy directo al garaje para agarrar mi carro. Me desespero cuando no lo encuentro y me imagino que mi padre fue quien lo tomó. Él tiene un hermoso BMW convertible que suele utilizar cuando se moviliza dentro de la ciudad, pero al parecer hoy ha tenido que realizar un viaje de muchos kilómetros y se ha tomado el atrevimiento de coger mi coche. Eso significa que yo también puedo montar en el suyo, así que voy por la copia de la llave que guardo en mi habitación. Regreso, saco el BMW del garaje y voy directo a casa de Maga, a toda velocidad y sin respetar las señales de tránsito. Afortunadamente por las mañanas no existe mucha congestión en las calles, así que no me toma más de diez minutos el trayecto.
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Editado: 15.04.2021