Un novio para Esther

38. Policía

ALEJANDRO

El policía me sorprendió cuando desenfundó su arma de repente y apuntó en dirección a Leonardo. Yo no pretendía acusarlo o hacerle responsable del secuestro, solo estaba dando una pista válida para empezar la búsqueda. Si Maga lo había mencionado era por el simple hecho de que Esther lo comentó, no porque Leonardo fuera el supuesto autor material.

—¡No, por favor, baje eso! —digo intentando no acercármele mucho, por si acaso—. Yo conozco a este tipo y sé que sería incapaz de hacer algo así…

—Mencionaste una cabaña de su propiedad, eso es un indicio más que suficiente para detenerlo e interrogarlo… —refuta el policía algo nervioso—. No es la primera vez que trato con esta clase de delincuentes astutos.

—Escúcheme atentamente —replico mientras intento entrometerme entre el arma y Leonardo, con cuidado—.  Él es inocente y yo confío absolutamente en su palabra…

—¡Eres su cómplice entonces!

Me sorprende que el policía esté actuando por impulso y no se detenga un momento a meditar la cosa. Solo está limitándose a intimidarnos con el arma y creer que somos cómplices. Una salida fácil para un problema difícil.

—¿Quién de los dos cometió el delito? —pregunta levantando el arma y poniendo el cañón en mi frente—. Lo van a confesar de una vez por todas o le disparo…

—¡No, no lo haga por favor! —exclama Maga desde la puerta de entrada a la casa, ahora aterrorizada—. Está cometiendo un terrible error señor agente. Ninguno de ellos es el enemigo.

Maga no duda un segundo en ponerse delante de mí y pedirme que ayude a Leonardo a reincorporarse. Echo un vistazo al policía por encima del hombro de Maga y miro que todavía sigue apuntándonos. No tiene intenciones de bajar la guardia en absoluto y me imagino que será capaz de disparar si percibe algún movimiento sospechoso. Entonces llego a la conclusión de que no pondré mi vida en riesgo por culpa de Leonardo y peor aún la vida suya, así que niego con la cabeza y me quedo quieto.

—El policía tiene motivos para sospechar de nosotros —digo intentando convencer a Maga de que no actúe con el mismo impulso irracional de aquel uniformado—. Solo intentemos ceñirnos a su procedimiento, ¿vale?

Maga niega con la cabeza también y se da por vencida. Vuelvo mi mirada hacia el policía, analizo la situación con detenimiento y decido sacrificar mi libertad para salvar la integridad del resto. Trago saliva con dificultad y ruego al cielo que tenga compasión de mí, que me envíe una señal.

Para mí sorpresa, mis súplicas son escuchadas con una rapidez casi divina, pues un teléfono empieza a timbrar.

—¡Usted no se mueva! —exclama el angustiado policía dirigiéndose a Leonardo, de quien procede el ruido—.

—¡Tranquilo, solo es una llamada! —agrega Leonardo levantando las manos en señal de inocencia—. De seguro es mi padre con sus tonterías…

El teléfono timbra tres veces más y luego hace silencio. No obstante, cinco segundos después vuelve a chillar con más fuerza, como si pidiera a gritos que le prestaran atención. La persona al otro lado de la línea debe estar desesperada por comunicarse con Leonardo, porque al ser ignorada por segunda vez lo intenta una tercera. El policía pierde la paciencia entonces y le pide al muchacho que se digne en contestar, aunque con el altavoz encendido.

—¿Papá? —pregunta Leonardo tratando de transmitir seguridad en su voz, pues está a punto de quebrársele—.

—¡Leonardo, por favor, ayúdame!

Fue escuchar la voz angustiada de Esther para que todos nos pusiéramos en alerta. Maga exhaló un suspiro lo suficientemente potente como para dejarnos sin aliento y mi corazón empezó a latir a mil por hora, presintiendo la siguiente escena. Actúo por instinto antes que, por lógica, así que me acerco a Leonardo ignorando que el agente de policía tranquilamente podría arremeter con su arma.

—¡Esther, gracias a Dios! —exclama Leonardo con un suspiro de alivio temporal—. ¿Estás bien preciosa?

—No, no lo estoy. Tienes que ayudarme por…

Entonces Esther rompe en llanto y enseguida se escucha un sonido como el de una bofetada. La llamada nunca se corta y ahora es la voz ronca de Samantha la que interviene suplicando compasión. No hay que ser adivino para suponer que el secuestrador las está torturando y maltratando, los siguientes gritos de Sam lo dejan claro. Génesis no puede creer lo que está escuchando y rompe en llanto también, pero no dice nada, se queda en estado de shock.

El agente policial por fin deja de apuntar, es consciente de que se convirtió indirectamente en un testigo primario de la escena del crimen, así que ahora se limita a escuchar la llamada y tomar algunos apuntes en su cabeza.

—Señor Vásquez, está usted ahí —dice enseguida una voz masculina agitada, tragando saliva con dificultad—.

—¿Quién demonios eres? ¿Por qué lo estás haciendo? ¿Qué quieres?

—Mi identidad y los motivos de mis actos no deberían ser importantes para usted. Lo que le debería importar es lo que espero a cambio.

Leonardo levanta la cabeza y dirige su mirada hacia mí. Luego me hace señas con la mano para que me acerque y apenas me arrodillo junto a él me pide el teléfono. Frunce el ceño intentando transmitirme que tiene un plan ideado y que requiere de mi ayuda, pero yo no estoy en plan para obedecerle. El maldito orgullo no me permite reaccionar y es Maga quien toma la iniciativa entregando el móvil.




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