Llevo despierta alrededor de veinte minutos y no me he atrevido a abrir los ojos por miedo a un próximo ataque de nuestro verdugo. Durante este tiempo Samantha ha permanecido despierta y no parece haber recibido ninguna agresión física, porque no la he escuchado llorando, gimiendo o suplicando por piedad. Algunas veces se ha limitado a susurrar mi nombre y suspirar cuando no le contesto, pero tampoco ha montado un drama por ello. Algo me dice que Sam es completamente consciente de que solo estoy fingiendo para mantenerme a salvo y que ella no es el objetivo principal del acosador, así que intenta seguirme el juego y no complicar las cosas más de lo que ya están.
En cuanto al maldito de mi padrastro, solo le he escuchado caminar alrededor de la habitación, maldecir y mover objetos sin sentido de un lado al otro. Algunas veces se me ha acercado para corroborar que sigo dormida, sin embargo, sus intentos por pillarme desprevenida han fracasado. He sentido el filo metálico y frío de aquel cuchillo merodeando por cada curva prohibida de mi cuerpo y ni siquiera me he permitido estremecerme. Tan concentrada estoy en el papel que he elegido, que merezco un Óscar a la mejor actriz de cine de suspenso y drama.
—Esther, sé que estás despierta —susurra mi prima en el momento en que el maldito parece alejarse—. Háblame por favor. Necesito saber que estás bien…
Aguardo unos segundos para comprobar que ya no escucho aquellos horribles pasos y en un ataque de adrenalina y explosión logro liberarme de las ataduras en las muñecas. El dolor y el rechinar de los huesos fue tan intenso que no puedo evitar derramar unas cuantas lágrimas, pero aun así logro contener un grito. Afortunadamente descubrí que las esposas no eran tan pequeñas como aparentaban y eso redujo drásticamente mis posibilidades de sufrir una posible lesión.
—¡Gracias a Dios! —exclama Sam exhalando un profundo suspiro de alivio—.
—Sam, por favor, guarda silencio —susurro mientras intento soportar el horrible hormigueo en las manos—.
—¡Ya quiero que acabe todo esto! ¡Quiero salir de aquí inmediatamente! ¡Quiero ir a casita, tomar una ducha, comer bien e ir a dormir!
—Yo también lo quiero —digo agachándome para recoger las esposas—, pero ahora debemos resistir. ¿Vale?
—Vale… —Sam vuelve a romper en llanto—.
—Saldremos de esta, te lo prometo —digo—.
Me dispongo a liberarme de las cadenas que aprisionan mis tobillos, pero entonces se me ocurre una idea. Vuelvo a tomar asiento, coloco las esposas sobre mi regazo y empiezo a forzarlas. A pesar de que tengo los dedos todavía entumecidos por el dolor, consigo estropear aquel mecanismo para manipularlo a mi antojo. Ahora puedo apretar y liberarme de aquellos aparatos sin necesidad de tener la llave al alcance. Definitivamente el maldito de mi padrastro es un completo inútil en estos asuntos.
—Quiero que me vuelvas a esposar, ¿vale? —le digo a Sam sin apenas comentarle lo que tengo en mente—.
—¿Acaso te has vuelto loca? —cuestiona ella absoluta-mente confundida—.
—Tengo un plan.
—¿Qué?
—Tú solo confía en mí, ¿ok?
Samantha asiente todavía escéptica, pero obedece. Entonces volvemos a escuchar aquellos pasos espantosos en el exterior y regresamos a nuestras posiciones originales para continuar con el espectáculo. Veo que Sam procede a agachar la cabeza fingiendo estar exhausta y yo hago lo mismo con lo de mi sueño profundo. Ahora las benditas esposas cuelgan holgadamente de mis muñecas y tengo el presentimiento de que la suerte va a soplar a mi favor.
—¡Aquí vamos! —me digo inhalando mucho aire—.
El maldito degenerado ingresa nuevamente en la habitación, pero esta vez lo hace con el chirrido espantoso de una cadena que arrastra por el piso. No logro imaginar el tamaño o el grosor de dicha cadena, aunque el sonido me hace pensar lo peor. Estoy esperando que se acerque y no dude un segundo en empezar a manosearme, pero asombrosamente no lo hace y simplemente se detiene.
—Tic, toc… tic, toc —canta el sujeto con aquella voz tan ronca y desafinada que tiene—. ¡La hora del sacrificio humano se acerca! Vamos Sam… ¡despierta!
No me puedo creer que hayan transcurrido ya dos horas desde que Leonardo acordó conseguir el dinero. Empiezo a ponerme todavía más nerviosa porque Samantha no se merece sufrir por mi culpa, y al mismo tiempo, odio al maldito de Leonardo por ser traicionero y cobarde. No devolver la llamada para por lo menos dar señales de vida y mantener en nosotras la esperanza, es despreciable.
—¡No debí confiar nunca en ese imbécil! —se lamenta el degenerado soltando la cadena con un estruendo—. Es imposible encontrar personas decentes en estos días. No obstante, yo sí soy un hombre de palabra… y como hombre de palabra, cumpliré mi parte del trato.
No me atrevo a abrir los ojos todavía, pero por los lamentos y súplicas de Samantha puedo reponer que quiere empezar a hacerle daño. La desesperación me hace presa suya y calienta la sangre en mis venas, pero me concentro en revisar el plan que tengo y esperar el momento preciso para ejecutarlo. Cuento los latidos de mi corazón para detenerme cuando llegue al número sesenta, y si después de ese minuto no llega la respuesta de Leonardo, tendré que arriesgar y proceder.
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Editado: 15.04.2021