Un novio para Esther

44. Fracasado

ALEJANDRO

Estoy desesperado. El plan que tenía en mente al principio, se vio truncado cuando me encontré que aquella puerta que permitía el acceso al interior de la zona de fábricas estaba cerrada por dentro con un enorme candado y asegurado con cadenas. Han transcurrido dos horas desde que el secuestrador nos dio órdenes para entregar el dinero y aunque nos hayamos desecho del policía, todavía nos queda la tarea más importante y riesgosa de la jornada: rescatar a Esther y Samantha sanas y salvas antes que se nos agote el tiempo.

—¿Algún problema? —pregunta Leonardo con ironía, cruzando los brazos evidentemente cabreado—.

—Estoy pensando… —digo mirando desesperado los alrededores, en búsqueda de alguna rendija por donde me podría colar—.

—Pues piensa rápido 007.

Estoy a punto de responderle con una palabra grosera, pero mi ímpetu se ve interrumpido cuando de repente su teléfono móvil comienza a timbrar y nos provoca un vuelco al corazón.

—¡Contesta! —exclamo sin poder contener el nerviosismo, olvidando que Leonardo y yo ahora mismo seríamos capaces de matarnos a puñetazos—.

Afortunadamente Leonardo está más concentrado en encontrar el bendito móvil y apenas presta atención a mis palabras. De lo contrario, me habría molido a golpes.

—Eh… hola…

Entonces Leonardo pone la llamada en altavoz.

—Creí que habías desistido de nuestro trato.

—Los Vásquez somos hombres de palabra…

—Estuve a punto de proceder con Samantha. Afortunadamente llamó el policía y me puso al tanto del dinero entregado. Buen chico.

—Quiero hablar con Esther.

—¿Tienes el dinero que falta?

Leonardo alza su mirada y la clava con fuego en la mía. La impotencia me invade de pies a cabeza, pero no queda tiempo para rodeos. Sin saber como mismo proceder, me armo de valor y asiento con la cabeza, esperando el milagro.

—Lo tengo…

—Espero que sea así por el bien de estas hermosas señoritas.

—¿En dónde debemos encontrarnos?

—Los he visto por las cámaras. Solo espero que no se les ocurra intentar forzar la entrada. En media hora estoy con ustedes. ¿Has entendido?

—Sí, señor…

—No te escucho.

—Sí señor…

—Perfecto. Eres un tipo inteligente Leonardo. No me equivoqué contigo.

La llamada se corta y apenas Leonardo guarda el móvil, se abalanza con violencia sobre mí y me arrincona contra la puerta oxidada. Siento un golpe seco en las costillas que me deja sin respiración unos segundos y luego el apretón de sus manos sobre mi cuello sofocándome.

—¡Qué demonios pretendes imbécil! ¿Ah? ¡Responde!

Quiero quitármelo de encima con un par de puñetazos en el estómago, pero la presión en mi cuello es tan fuerte que lo único que ordena mi cerebro a los músculos es que intenten moverse al azar. Siento que mis dedos sujetan su ropa y la pellizcan, pero no es suficiente. La vista empieza a nublarse y mi cuerpo a temblar. Mis extremidades están dormidas y los ojos se me quieren salir de sus órbitas. Las lágrimas corren por mis mejillas a raudales y por primera vez en la vida me tomo el atrevimiento de rezar.

—Esther… cuídala…

Mis músculos se tensan por la falta de oxígeno y ya no tiemblan. Observo una luz blanca acercarse sigilosamente hacia mí y sonrío al ver la figura de una hermosísima mujer que me extiende la mano y me mira cariñosamente. Su mano está a punto de rozar con la mía, pero es entonces cuando un subidón de oxígeno me devuelve a la realidad.

—¡Imbécil! ¡Siempre has sido un maldito imbécil! —lo dice Leonardo con tanta furia que su garganta parece desprendérsele de la piel—.

Recupero el aliento con dificultad, revolcándome en el suelo polvoriento como un pez recién sacado del agua.

—¡Debí dejarte morir como el animal que eres!

Me vuelvo a poner de pie apoyándome contra la puerta metálica y apenas lo vuelvo a mirar a los ojos incrementa nuevamente su furia.

—¡Vamos! ¡Confiesa! ¿Estás enamorado de Esther?

Aquella pregunta me toma desprevenido, sin embargo, la respuesta definitivamente es un rotundo sí. Me gustaría restregárselo en la cara como venganza de lo sucedido en el pasado, pero no la quiero liar aún más y solo me limito a negar con la cabeza, para bajarle los humos.

—¿De dónde sacas esas conclusiones estúpidas? —me atrevo a contestarle con la voz todavía ronca—.

—He visto como la miras —añade encarándome—.

—La ira está consumiendo Leonardo. No sabes lo que dices…

—Tú nunca, pero nunca, le pondrás una mano encima a Esther… o te juro que la próxima vez…

—La próxima vez estaré preparado —le advierto—.

—¡Tú nunca serás competencia para mí! Para lo único que sirves es para ser un fracasado. ¡Y más te vale que sea verdad aquello de que tienes el dinero, de lo contrario, no vivirás mañana para contarlo! ¡Te lo juro!




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