Definitivamente la suerte nos sonrió en el último suspiro. Cuando estuve a punto de ponerme de pie de un brinco y embestir al sujeto, sonó su teléfono celular como una señal enviada del cielo. No hube de gritar o soltar un pequeño suspiro que me delatara, solo me estremecí sobre mi asiento y apreté la mandíbula unos instantes. También me hice daño en las muñecas al abrir los brazos inconscientemente por el susto, pues había olvidado que las tenía esposadas.
A pesar de todo esto, me mantuve firme en mi convicción de liberarnos y escapar de allí ya sea con la ayuda de Leonardo o sin ella. Si él no era la persona que atendía al otro lado de la línea para interceder por nosotras, entonces me daba a entender que se trataba de un oportunista. Otro hombre más del montón que lo único que busca en la mujer es satisfacer sus deseos sexuales. ¡Lamentable!
Para nuestra fortuna, se trata de Leonardo. Escucho su voz claramente al otro lado de la línea y toda la conversación que mantiene con nuestro verdugo. Él dice que tiene el dinero a disposición para entregárselo una vez que haya comprobado que estamos ilesas y que ya entregó la mitad al policía. Nuestro verdugo le advierte que no intente ninguna maniobra extraña para entrar a la fuerza, porque de lo contrario, habría consecuencias. Le promete que todos nos encontraremos en media hora en la explanada que da a la puerta principal y que, si todo marchaba conforme al planteamiento inicial, nadie saldría perjudicado.
—Así que después de todo el bastardo si se preocupa por su noviecita. ¡Qué tierno! —dice agarrándome del cabello con fuerza y levantando mi cabeza—. Ya es hora de que vayas despertando cielo, no querrás que tu noviecito te vea en esas fachas…
Hago como si recién acabara de despertar de un sueño profundo y apenas logro divisar su expresión jocosa, paso escupirle en la cara. Enseguida me doy cuenta de que cometí un error estúpido y espero con nerviosismo el golpe de gracias, pero, para mi fortuna, él solo se limita a sonreír y desaparecer tras la puerta.
—Esther, Leonardo ya consiguió el dinero —añade mi prima exhalando un suspiro de alivio—. Pronto seremos libres…
—Sí, lo escuché Sam —contesto desconfiada—. Igualmente, esto no ha acabado todavía. Debemos mantenernos alerta en cada movimiento, vale.
—Entiendo…
Nuestro verdugo vuelve a entrar en la habitación, pero esta vez trae en la mano dos sacos de yute negros junto a una enorme tijera para jardín. Arroja un saco frente a cada una de nosotras y se dirige con la tijera hasta el asiento de Samantha, quien vuelve a romper en llanto al escuchar el horroroso sonido de los cortes al aire.
—Voy a prepararlas para la ocasión…
Vuelvo a colocar lentamente las esposas en la punta de mis dedos para liberarme de ellas en el caso de que necesite defender a Sam y con los puños cerrados me limito a callar y observar.
—¿Tienes novio? —le pregunta el maldito mientras se arrodilla ante ella y coloca la tijera entre sus piernas—.
Sam lógicamente no responde y el tipo sigue sonriendo como si todo esto se tratara de una comedia. Luego cierra las tijeras sobre la tela de su vestido y pieza a pieza pasa a recortarlo hasta dejarla en ropa interior.
—Las malas lenguas decían que eras la perra en tu colegio y por eso los chicos no te tomaban en serio. Lástima que semejante cuerpo haya ido a parar a manos de tantos niñatos.
A Sam esta vez le ofenden aquellos comentarios y con un arrebato de furia se le abalanza. Olvida que está atada a su silla con cadenas y cae violentamente de bruces, pues el sujeto a logrado esquivar su cuerpo con agilidad. Él se levanta enseguida ignorando el dolor de la muchacha y se dispone a caminar hacia mí, porque su intención es arrancarme el vestido también. Obviamente conmigo él tendrá un motivo más para descargar su morbo y estoy dispuesta a soportarlo todo con tal de que deje de acosarme de una vez por todas y me deje en paz para siempre.
—Sea lo que sea que quieras hacer, hazlo rápido —me limito a decirle obligándome a no mirarlo a los ojos—.
—No te hagas la valiente conmigo —responde él arrojando la tijera a un costado y metiendo su mano entre mis piernas, tocándome mi sexo—. Sé que me repudias…
Lloro, no por el coraje o la repulsión, sino por el hecho de que sigo sin entender cómo es que mi fallecida madre se pudo haber fijado en este cobarde. Él había mostrado sus malas intenciones conmigo desde que nos conocimos y ella simplemente se limitó a hacerse la de los ojos ciegos y negarlo. Eso no quiere decir que no la haya amado, pero solo ahora puedo comprender que hasta las personas más excepcionales cometen errores.
De pronto, vuelvo a rememorar la última vez que Carlos (como se llama este degenerado), intentó ponerme las manos encima a escondidas de Natalia.
—No se supone que habías llegado para protegerme… —digo entre sollozos, dejando hablar a la niña vulnerable que creí enterrada en este cuerpo de mujer—. Para eso te escogió Natalia…
—¿Qué? —responde él deteniéndose, confundido—.
—Venías a suplir el puesto de mi padre.
—Yo… ¿qué?
—Iba a ser como una hija para ti.
Me sorprendo al saber que mi plan está funcionado de maravilla. Él ha mordido el anzuelo fácilmente y ahora se muestra muy desconcertado y nervioso.
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Editado: 15.04.2021