Han pasado dos horas desde que llegamos al hospital y no tenemos noticias de Alejandro y su posible estado de salud. Desde que lo encerraron en el quirófano hemos visto a un montón de enfermeras y médicos entrar y salir, pero ninguno nos da pista de lo que está sucediendo adentro. Sam y yo estamos sentadas en un cómodo sillón en la sala de espera, aguardando con angustia por la llegada de Maga y Génesis, quienes apenas se enteraron de que aún seguíamos con vida exhalaron un suspiro de alivio, agradecieron a Dios y emprendieron camino veloz con rumbo al hospital.
En cuanto a Doña Beatriz, la madre de Alejandro, Sam y yo no teníamos claro que debíamos hacer. No sabíamos en qué términos referirnos para hacerle llegar tan lúgubre noticia, así que decidimos que Maga sería la persona indicada para hablar con ella, ya que se conocen de años.
Yo estoy a punto de quedarme dormida sobre el hombro de Sam, pues estoy exhausta. Dentro del hospital nos permitieron tomar una ducha de agua fría y nos regalaron ropa limpia, así que eso ayudó para que ambas nos pudiéramos relajar. De pronto, la voz ronca de un hombre pronunciando el nombre de Alejandro me vuelve al mundo real y me quita el sueño.
—¿Familiares del señor Alejandro Delgado?
—Somos nosotras —decimos al unísono, levantándonos de un brinco y olvidando el cansancio—.
El doctor que nos atiende no debe tener más de treinta años. Es jovencísimo, bien parecido y tiene la sonrisa más brillante del hospital. Apenas se da cuenta que somos los familiares de la persona que nombró, saca un teléfono inteligente enorme y nos explica la situación del paciente.
—Su hermano es un tipo muy afortunado —agrega el médico con profesionalismo y voz seria—.
—No es nuestro hermano —digo aclarándome la garganta—. Es mi no… no… nomás… amigo…
La boca casi me juega una mala pasada y no puedo evitar sonrojarme por lo que digo. Sam me observa de reojo y sonríe, de tal suerte que hasta el doctor lo nota. Definitivamente soy una estúpida.
—En fin —continúa el doctor con complicidad—. Lo que les decía es que el paciente es muy afortunado. Recibió dos disparos a quemarropa a la altura del pecho y ninguno de ellos resultó mortal. Estuvo a punto de perder la vida por hemorragia, pero llegó a tiempo para salvarlo.
—¡Gracias a Dios! —exclama Sam con un suspiro—.
—¡Cielos! —exclamo recuperando el aliento—.
—La cirugía para extraer los objetos metálicos fue bastante peligrosa, requirió de mucha paciencia y tiempo. Así que al final fue una misión exitosa.
—Gracias doctor —digo, aliviada—.
—¿Qué pasará con él? —pregunta Sam curiosa—.
—Ahora será trasladado al área de cuidados intensivos hasta que sus heridas cicatricen completamente. Luego, y dependiendo su recuperación, le daremos el alta.
—¿Por cuánto tiempo? —pregunto—.
—Alrededor de diez semanas si siguen las indicaciones al pie de la letra y no surge ningún inconveniente externo.
—Le agradecemos mucho doctor —acoto, sincera—.
—¿Podemos pasar a verlo? —pregunta Samantha—.
—Por el momento no, pues todavía esta dormido. De seguro lo podrán hacer mañana en hora de visita. Les recomendaría que vayan a descansar, que aquí estará al cuidado de buenas manos.
—Gracias doctor —repito para desviar la atención—.
—Muchas gracias —añade Samantha—.
—Un placer…
El doctor desaparece al doblar el pasillo y nosotras nos abrazamos en señal de alivio. Alejandro no iba a partir de este mundo anticipadamente y tenía como recompensa la oportunidad de seguir vivo, ante semejante sacrificio.
—Te gusta, ¿cierto?
La pregunta que hace Samantha me deja desorientada durante unos segundos y me pone nerviosa. ¿Acaso estoy teniendo alucinaciones y empezando a escuchar cosas absurdas?
—¿Decías?
—Por lo menos podrías disimular, ¿no?
—En serio Sam, no sé a qué te refieres.
—¡Deja de hacerte la desentendida Esther! ¡Está claro que a ti te gusta Alejandro! ¡No sigas negándolo más!
No entiendo cómo Sam puede sacar esas conclusiones tan espontáneamente, pero debo admitir que en el fondo algo me dice que es así. Bueno, en realidad es así, pero no era mi intención delatarme tan fácilmente.
—¡No puedo crees que hayas estado con otra persona siendo consciente de tus verdaderos sentimientos! —dice Sam sin tener conocimiento de todo el contexto—.
—No Sam, ahí te equivocas. A mí Leonardo verdaderamente me gustaba. El tiempo que estuvimos juntos fue muy especial para mí, pero debo reconocer que Alejandro me movió el mundo de una forma que no puedo explicar cuando lo conocí. Es… confuso y complicado.
—Lo sé, yo también me he sentido así alguna vez…
—¿Y cómo lo solucionaste?
—No querrás saber la respuesta —agrega nerviosa—.
—Sí, será mejor así —contesto, algo incómoda—.
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Editado: 15.04.2021