Tres meses después
Hoy es un día muy especial para quienes hemos acompañado a Alejandro en su proceso de recuperación. Luego de permanecer noventa días internado en una incómoda habitación de hospital, esta noche por fin podrá retornar a su vida cotidiana. Y para celebrarlo, Doña Beatriz, Maga, Samantha y yo hemos decidido prepararle una fiesta muy emotiva como bienvenida en el departamento donde viven.
La hora del comienzo de la celebración se acerca inevitablemente y la comida, la bebida, el pastel y la vajilla están listos. Los globos y los adornos de colores ponen vida al lujoso salón y estamos a menos de diez minutos de que el invitado de honor nos ilumine con su presencia.
Sam me ayuda con los últimos toques de maquillaje en el rostro, mientras Maga prepara el vestido que luciré esta noche. Ellas me han comprado un atuendo bastante sexy que el día que lo probé me lució fantástico y ahora mismo estoy bastante nerviosa porque presiento que a Alejandro de seguro le encantará y aprovechará la ocasión para atiborrarme con halagos.
—Dios, Esther, ¡te ves divina! —exclama Sam una vez estoy lista—.
—¡Luces como una verdadera diosa! —añade Maga en una especie de alabanza exagerada—.
Sam me lleva al espejo para que yo misma compruebe lo que ellas están insinuando y apenas miro la figura de la mujer que se refleja, quedo boquiabierta. El color del maquillaje, el peinado, el vestido ceñido de tono vino tinto y los tacones han convertido a una muchacha vulgar y poco simpática en una reina de la belleza y la seducción.
—¿Qué más podría pedir un simple mortal como Alejandro? —pregunta Sam muy vanidosa—.
—Definitivamente él y tú harán bonita pareja —añade Maga con una sonrisa de satisfacción, dando por sentada una relación que todavía ni siquiera existe—.
—Dios, ya por favor… cuantas veces les he dicho que él y yo solo somos amigos —contesto para desviarme del tema—.
—Amigos, ¿en serio? —pregunta Sam pícara, regalándome un pellizco en las costillas—.
La verdad es que, durante el tiempo de la recuperación de Alejandro en el hospital, él y yo habíamos cultivado un sentimiento bastante confuso y controvertido. Unos días simplemente nos sentábamos a comer en su habitación y terminábamos platicando hasta la madrugada como unos verdaderos amigos, pero en otras ocasiones nos permitíamos dejar llevar por la pasión de la carne y terminábamos besándonos con desenfreno o regalándonos caricias atrevidas. Unas mañanas él me despertaba con el calor de sus besos y otras ni siquiera se atrevía a llamarme por el nombre. Ciertas noches yo me daba el permiso para consentir sus caprichos y otras simplemente lo ignoraba. Sea lo que fuese lo que estuviésemos sintiendo ambos, era lo menos cotidiano que cualquiera esperaba en una pareja. Además, él nunca se había atrevido a declarárseme y yo nunca empecé a considerarlo mi novio, por lo que, en definitiva, lo nuestro podía considerarse una “amistad con derechos”.
—¡Sam, la ventana! —exclamo al escuchar que un auto se detiene frente a la tienda de discos—. Pueden ser ellos.
—¡Son ellos! ¡Son ellos! —exclama ella apenas verifica que tengo la razón—.
Maga corre a apagar las luces del salón y nosotras nos escondemos tras la mesa para aparecer por sorpresa. Una vez Alejandro gira la cerradura con su llave y escuchamos abrirse la puerta, Maga enciende de nuevo la luz y salimos de nuestro escondite gritando llenas de emoción.
—¡Sorpresa!
Alejandro en principio se lleva un pequeño susto y no le parece gracioso el recibimiento, pero luego se da cuenta de que somos nosotras y ríe avergonzado. Beatriz no para de sonreír por la reacción de su hijo y se acerca a él para estrujarlo en un abrazo. Él empieza a llorar de la emoción y Maga se le acerca enseguida para consolarlo y felicitarlo. Luego es Sam quien toma la posta y lo primero que puedo notar es que ambos tienen una actitud sospechosa. Se comienzan a pedir perdón insistentemente y luego él le sonríe con complicidad. Ella acaricia tiernamente sus mejillas y termina abrazándolo con pasión, pero luego se aleja con resignación y se acerca a mí para explicarlo, porque estoy muriéndome de celos y coraje.
—Alejandro y yo tuvimos… un pequeño incidente. Tú tranquila, no quiero que malinterpretes las cosas.
Yo asiento más tranquila y luego me doy cuenta de que soy la siguiente en la lista de quienes lo van a felicitar. Es entonces cuando la piel se me pone de gallina y comienzo a temblar. Él se convierte en el centro de atención de mis ojos y puedo fijarme nítidamente en la forma que va vestido y arreglado. Lleva chaqueta de cuero negra, pantalones caqui y zapatos de zuela ébano. No ha tenido tiempo para mirarse al espejo pues lleva el cabello alborotado, sin embargo, todavía me parece más atractivo al natural.
Apenas me mira, sus ojos se funden con los míos y no puedo evitar sofocarme. Las manos me sudan y siento un cosquilleo en el estómago que me revuelve las tripas. Soy incapaz de dar el primer paso y me quedo como estúpida inmóvil en mi posición. Es él quien toma la iniciativa para acercárseme y apenas siento que su perfume se cuela por mi nariz, me derrito.
—¡Hola! —dice en una especie de susurro—.
—¡Hola! —respondo sonriendo como una tonta—.
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Editado: 15.04.2021