Samuel revisaba el teléfono por tercera vez en cinco minutos. No es que esperara mensajes, pero con un niño en edad escolar, el WhatsApp podía transformarse en una línea directa con el apocalipsis: fiebre repentina, tarea olvidada, pelea por una goma de borrar con forma de donut… Uno nunca sabía. Por suerte, no había notificaciones. Ni de la escuela, ni del grupo de padres, ni del mundo en general.
Justo entonces, reconoció el auto de Jonathan estacionándose frente al edificio.
Guardó el teléfono, bajó las escaleras y se subió al vehículo con una sonrisa tranquila.
—Te ves relajado —comentó Jonathan al saludarlo, echándole una mirada rápida.
—Fue un buen día en el trabajo —respondió Samuel mientras se abrochaba el cinturón—. La clase de día en que las cuentas cierran solas y no tengo que romperme la cabeza buscando décimas perdidas en una planilla infernal.
Jonathan sonrió con ese gesto ladeado tan suyo y puso el auto en marcha.
—Me alegra. Mi día fue… un asco.
Samuel giró el rostro, curioso.
—¿Asco como en "estresante" o como en "algo literalmente asqueroso"?
—Literal. Un conejo me orinó.
Samuel parpadeó. Luego se rio.
—¿Tanto te orinó?
—Saltó. Me salpicó hasta la cara. Tuve que salir antes para darme una ducha. No es exactamente la imagen glamorosa que uno espera cuando estudia medicina veterinaria.
Samuel se echó a reír, imaginando la escena.
—Podrías haber cancelado si te resultaba complicado venir —comentó, aún divertido.
Jonathan lo miró de reojo con picardía.
—Ni lo sueñes. Sé que te encantaría escapar de mí, pero ya es demasiado tarde.
—¿Así que estoy secuestrado aquí en tu auto? —bromeó Samuel.
—Puede que sí, pero con almuerzo incluido —rio Jonathan.
Avanzaron unos metros más en silencio antes de que Jonathan preguntara:
—¿Ellie está en la escuela?
—Sí, los lunes tiene natación —respondió Samuel, dejando escapar una pequeña sonrisa—. Quiso anotarse en algo extracurricular.
—¿Natación? Eso es muy bueno.
—Estaba entre eso y teatro. Pero eligió el agua. Y, sinceramente, estoy encantado. Nada como un niño que no le teme a nadar. Además, le hace bien canalizar tanta energía.
—Cierto —asintió Jonathan—. Qué bueno que algo le haya interesado.
Samuel se apoyó ligeramente en el respaldo del asiento.
—Ellie es muy entusiasta. Tuve miedo cuando las clases comenzaron. Fueron demasiados cambios en muy poco tiempo: conocerme a mí —señaló hacia sí mismo con fingida solemnidad—, la persona más intensa del sur de Inglaterra…
Ambos rieron.
—Luego vino la mudanza de Manchester a Oxford, y después adaptarse a la escuela. No sé cómo serán los niños hoy en día en clase, pero en mi época… eran pequeños dictadores sin alma. Temía que la molestaran por haber sido adoptada por un gay.
Jonathan frunció los labios, como evaluando la situación.
—Es una posibilidad. Pero creo que eso se combate desde casa. Si le enseñas que eso no es un problema, nadie podrá convencerla de lo contrario.
—Lo sé —asintió Samuel—. Y por suerte, Ellie lleva con orgullo lo de ser adoptada. Y tener un papá gay no le parece una carga… de hecho, quiere otro.
Jonathan giró la cabeza con sorpresa.
—¿Otro papá?
—Textual. "Un novio que te trate bonito y sino, zas".
Jonathan soltó una carcajada.
—¿Zas?
—Palabras de ella, no mías —dijo Samuel, alzando las manos como si jurara en un juicio—. Es una amenaza bastante clara, eso sí.
—Eleanor es digna hija tuya —rio Jonathan—. Ya quiero que me cuentes cómo fueron sus primeros encuentros. Si quieres, claro.
—¡Yo muero por contarlo! —exclamó Samuel—. Soy ese padre insoportable que necesita compartir cada anécdota como si su hija fuera un cruce entre Mozart y Da Vinci.
Jonathan rio por lo bajo, aún con la mirada en el camino.
—Por cierto… ¿Adónde vamos? —preguntó Samuel, notando que no reconocía la ruta.
—Se llama The Folly —respondió Jonathan—. Es un lugar acogedor junto al río. Ideal para almorzar. Si no te apetece, cambiamos sin problema.
Samuel sonrió, complacido.
—No, suena perfecto. Oxford tiene tantos rincones bonitos que no me importaría descubrir uno nuevo.
—Excelente —dijo Jonathan, y se lo notaba genuinamente feliz—. No tienes idea de cuánto he esperado poder hacer algo contigo.
Samuel lo miró de reojo.
—Esto no es una cita —declaró, cruzándose de brazos con fingida seriedad.
Jonathan puso cara de ofendido y abrió la boca en una mueca dramática.