Un novio para mi papá

~6~

The Folly, con sus vistas al río y su aire de postal otoñal, era el lugar perfecto para fingir que uno no tenía preocupaciones. Jonathan eligió una mesa junto a la ventana, porque claro, si iba a tener una no-cita con Samuel, al menos que el escenario estuviera a la altura de sus intenciones ocultas.

Samuel se sentó frente a él, se quitó la bufanda con elegancia y abrió el menú.

Lo estudió con la misma seriedad con la que Jonathan lo imaginaba revisando informes en su escritorio. Profesionalismo puro.

—¿Te vas a pedir eso? —preguntó Samuel con una ceja alzada cuando vio que Jonathan señalaba un plato contundente que involucraba carne, salsa, papas y básicamente media granja.

—Claro —respondió Jonathan, cerrando el menú con determinación—. No podría seguir trabajando si no tuviera el estómago contento.

Samuel soltó una risa suave mientras hojeaba la sección de ensaladas como si le doliera en el alma.

—Yo no puedo con algo tan pesado, luego me pasa factura. Me fui por lo liviano, como un señor sensato y saludable.

—Tú y tus decisiones razonables —bromeó Jonathan, justo cuando la mesera se acercó con una sonrisa amable y una libreta en mano.

—¿Ya tienen decidido? —preguntó ella.

—Sí —dijo Jonathan—. Para mí el estofado de ternera con papas asadas y pan de masa madre.

—Y para mí la ensalada con salmón grillado, por favor —añadió Samuel—. Ah, y té helado.

—Lo mismo para beber —dijo Jonathan, entregando el menú.

La mesera asintió, anotó con rapidez y se marchó con la misma eficacia con la que había llegado.

Jonathan volvió la vista a Samuel, le dedicó una sonrisa ladeada y, como quien lanza una bomba con sutileza, preguntó:

—¿Y bien? ¿Cómo fue que llegaste a Ellie… o cómo fue que Ellie llegó a ti?

Samuel se acomodó en la silla, sonrió como quien abre un álbum de fotos querido, y respondió:

—Creo que fue la mejor llamada de mi vida. Estaba en la oficina, revisando presupuestos, y me llamaron para decirme que había una niña que podía ser la indicada para mí… y que, con suerte, yo podía ser el indicado para ella.

Jonathan sintió que algo en su pecho se apretaba un poco.

—Me dijeron que debía viajar a Manchester. Así que se lo conté solo a Brooke y a mis padres, porque… no sé, tenía miedo de que no sucediera. Pedí días en el trabajo y me instalé allá toda la semana. Después pedí vacaciones. Necesitaba que vieran que yo estaba comprometido.

Jonathan lo miró, genuinamente admirado.

—Wow. Empiezo a entender tu misteriosa desaparición.

Samuel asintió.

—Me volví un poco paranoico, lo admito. Temía que si volvía a Oxford y me veían saliendo o viviendo demasiado normal, dijeran que no era apto. Tonterías que en su momento me aterraban.

—No son tonterías —dijo Jonathan con suavidad—. Es amor. Y responsabilidad. Una mezcla muy tú.

—Gracias —murmuró Samuel, bajando la mirada con una sonrisa antes de agregar—. ¿Quieres saber cómo fue conocer a Ellie?

—Obvio —respondió Jonathan, apoyándose en la mesa con los codos y cara de niño esperando un cuento.

Samuel se iluminó.

—Fue divertido. Yo estaba hecho un manojo de nervios. Ella, en cambio, estaba relajada como si me conociera de toda la vida. Lo primero que me dijo fue: “Me gusta que me llamen Ellie”. Y ahí, me derretí. A leguas se notaba su carácter.

Jonathan rio encantado.

—Eso suena a la Ellie que conocí. ¿Puedo saber por qué estaba en adopción?

Samuel asintió, sin perder la sonrisa, aunque sus ojos se volvieron un poco más serios.

—Por fortuna, Ellie no sufrió maltratos. Su situación fue triste, pero no cruel. Vivía con su abuela materna, una mujer mayor, adorable, que la crió con todo el amor del mundo. Pero cuando la abuela falleció, Ellie se quedó sin ningún familiar directo que pudiera hacerse cargo. Su madre había muerto cuando ella tenía un año. Así que entró al sistema.

—Pobrecita… —murmuró Jonathan, genuinamente conmovido—. Qué suerte que tú llegaste a ella.

—Bueno —dijo Samuel encogiéndose de hombros—. No soy el mejor padre del mundo. Probablemente me equivoque, mucho. Pero intento que sea feliz.

—¿Ella sabe toda su historia o era muy pequeñita? —preguntó Jonathan, interesado.

—La sabe. Podría haberle cambiado el nombre, pero no me pareció correcto. Eleanor es bonito. Era el nombre de su abuela. No quiero que olvide de dónde viene.

Jonathan asintió, impresionado, y Samuel añadió con una sonrisa tímida:

—¿Te cuento algo?

—Por favor.

—Averigüé dónde descansaba su abuela y fui a llevarle flores. Me paré frente a su lápida y le prometí que, si nos ayudaba desde donde estuviera a que todo saliera bien, yo iba a cuidar de su nieta con todo mi corazón. —Hizo una pausa, recordando—. En ese momento las cosas estaban... estancadas. Mucho papeleo, muchas demoras, muchas respuestas vagas. Y no sé si fue casualidad o intervención celestial, pero a partir de ahí todo empezó a avanzar como por arte de magia. Obviamente, cuando Ellie se convirtió en mi hija legal, volvimos juntos a llevarle flores.




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