Samuel aún estaba tratando de recuperar el sentido en las piernas luego de estar casi dos horas sentado en las gradas cuando Eleanor apareció con una bolsa que le llegaba hasta los tobillos y una sonrisa tan enorme como si el Manchester United le hubiese ofrecido un contrato vitalicio.
Jonathan, claro, iba detrás de ella, tan campante como si no acabara de gastar medio sueldo en merch oficial.
—¿No es un poco mucho? —le había preguntado Samuel mientras salían del museo del club, tras un recorrido que a él le pareció eterno.
—Ella quería conocer todo —respondió Jonathan con una sonrisa cómplice—. Y si mi compañera de estadio quiere introducirse al mundo del Manchester, yo se lo obsequio con gusto. Consideralo una inversión a largo plazo.
Samuel había querido discutirlo, por supuesto. Él era el padre, y si alguien iba a derrochar dinero en camisetas, bufandas, llaveros, medias y hasta una taza con la cara de Marcus Rashford, ese debía ser él. Pero Jonathan se había negado tan firmemente, que solo le quedó resignarse.
El asunto era que Jonathan estaba consintiendo a Eleanor de una forma que rozaba el límite de lo razonable. Y Samuel sabía que era una buena persona, sí, lo sabía. Pero no podía evitar preguntarse si toda esa dulzura no era parte de una estrategia. Porque si Jonathan creía que podría conquistarlo usándola a ella... eso sería imperdonable.
Pero luego Eleanor le dio un abrazo a Jonathan y le dijo al oído: "Gracias, este fue el mejor partido del mundo", y Samuel vio cómo a él se le iluminaban los ojos de verdad. Tal vez no era una estrategia. Tal vez simplemente le importaban los dos.
Después del museo (donde Samuel casi murió de aburrimiento viendo trofeos, camisetas antiguas y videos históricos que no entendía), decidieron que todavía tenían energía para una última parada: Namco Funscape. Un lugar donde el ruido, las luces y el entusiasmo eran suficientes para resucitar a cualquiera.
—¡Quiero ir al juego de básquetbol! —dijo Eleanor apenas cruzaron la puerta. Ni siquiera miró las otras atracciones. Lo tenía muy claro.
—Vamos allá, entonces —dijo Jonathan.
Samuel iba detrás, sonriendo por la emoción de Eleanor.
Cuando llegaron al sector de básquetbol, Eleanor eligió la máquina del medio, Jonathan se puso en la de al lado y Samuel, ocupó la otra.
—Lo mío no es el deporte, pero lo voy a intentar —advirtió, estirándose como quien está a punto de escalar el Everest.
Jonathan tomó una pelota y, sin mucho esfuerzo, lanzó. Encestó de inmediato.
—¿Qué fue eso? —preguntó Samuel, frunciendo el ceño.
—Estuve en el equipo de la escuela. Hace mil años, pero creo que todavía tengo el toque —respondió Jonathan con una sonrisita arrogante pero encantadora.
—¡Jonathan, eres increíble! ¡Tienes que enseñarme! —exclamó Eleanor, fascinada.
Samuel le sonrió de lado.
—Y yo que ya te admiraba por salvar la vida de animalitos indefensos. ¿Tienes algún otro talento oculto que deba conocer?
Jonathan se acercó un poco y le susurró:
—Luego te lo enseño.
Samuel entornó los ojos, conteniendo una sonrisa, y luego simplemente se rio. Ese hombre era un caso perdido.
—¡Papá! ¡Voy a lanzar! ¡Mírame! —gritó Eleanor, alzando la pelota por encima de su cabeza.
—¡Vamos, Ellie! ¡Tú puedes! —la animó Jonathan—. Pon las manos así, justo debajo del balón, y mantén los pies separados —añadió, agachándose a su lado como si fuera un entrenador profesional.
Samuel también prestó atención. No porque le interesara mejorar su rendimiento deportivo, sino porque de alguna forma, observar a Jonathan siendo tan dedicado le resultaba... irresistible.
—¿Así? —preguntó Eleanor, ajustando la postura.
—Perfecto. Ahora lanza con fuerza, como si quisieras alcanzar las estrellas —dijo Jonathan, sonriendo.
Eleanor lanzó. No encestó, pero la pelota rozó el aro.
—¡Casi! —gritó emocionada.
—Ya vas a lograrlo —le dijo Samuel, abrazándola por los hombros—. ¡Tienes buena puntería!
—¡Sí, pero me falta altura! —se quejó Eleanor.
Samuel se rio.
—Ya vas a crecer más.
—Eso espero —resopló ella, mientras Jonathan le alcanzaba otra pelota.
Siguieron así un rato, entre risas, lanzamientos fallidos y alguna que otra encestada épica cortesía de Jonathan. Samuel terminó tan metido en la competencia que ni se dio cuenta cuándo dejó de quejarse por ser pésimo.
De pronto, Eleanor encestó con un grito triunfal y los brazos en alto.
—¡Papá! ¡Jonathan! ¡Encesté!
—¡Bravo! —dijeron Samuel y Jonathan al unísono, aplaudiendo como si acabara de ganar el campeonato nacional.
Samuel se acercó, le dio un beso en la mejilla y dijo:
—Eres la estrella de este equipo.
Jonathan agregó, sonriendo con orgullo: