El aroma a café llenaba la sala de Brooke, mezclándose con el sonido suave de los niños jugando en el jardín. Desde el ventanal se los podía ver: Harry perseguía a Eleanor, Ava cantaba algo incomprensible mientras agitaba una rama como si fuera una varita mágica. Y detrás de ellos, corriendo con más entusiasmo que sentido, iba Sandwich, el fiel compañero peludo de los Montgomery, quien no sabía si estaba jugando, siendo convocado por hechizos o simplemente participando porque correr siempre es buena idea.
Dentro de la casa, en cambio, reinaba el contraste: una calma tibia, perfecta para una tarde de conversación y cafeína. Chloe, la hija más pequeña de Rebecca, gateaba por el suelo con la concentración de una científica en miniatura. Se detenía cada tanto a inspeccionar una pelusa invisible, una hebra suelta del tapete o simplemente a contemplar sus propias manos con el asombro de quien acaba de descubrir que tiene diez dedos… y todos le pertenecen.
—Bueno, bueno —dijo Brooke, sirviendo una primera ronda de café—. Cuéntanos del partido. ¿Cómo sobreviviste al estadio?
Rebecca rio por lo bajo.
—Sí, danos los detalles. Te juro que aún no me creo que hayas ido, pensé que ibas a inventar una buena excusa.
Samuel resopló, aunque sin negar la teoría.
—Eleanor estaba demasiado emocionada como para negarme, y Jonathan… bueno, él ya había ideado todo el plan desde antes que yo supiera que existía un plan.
—Pero no estás arrepentido —murmuró Brooke con una sonrisa.
—En resumen —dijo Samuel, tomando un sorbo de su taza—, sí, fui al partido. Sí, me puse una bufanda y un abrigo del Manchester. Sí, Jonathan me disfrazó. Y no, no me arrepiento. La verdad lo más difícil fue otra cosa.
Rebecca levantó una ceja, interesada.
—¿Qué cosa?
—Separar a Eleanor de Jonathan —dijo Samuel, apoyando el codo en la mesa—. No quería que se fuera. Literalmente intentó convencerlo de quedarse a dormir en casa.
Brooke soltó una carcajada.
—Ay no. Es mi ahijada, ¿qué puedo decir? Tiene buen gusto.
—¡Le cayó tan bien que anotó su nombre en una hoja que tituló “Lista de posibles novios para mi papá”!
Las carcajadas inundaron la sala.
—¡No puede ser! —dijo Rebecca entre risas.
—Ahora Jonathan quiere que tengamos una cita. Solo él y yo —respondió Samuel, cruzando los brazos—. Y obvio que le dije que no.
Rebecca hizo un puchero como si acabara de presenciar una tragedia griega.
—¿Y eso por qué?
—Porque con Jonathan puedo salir mil veces como amigo, pero no voy a tener citas. Me rio con sus coqueteos y me parece obscenamente lindo, pero... es hetero.
Brooke y Rebecca se miraron.
—¿Estás seguro? —preguntó Rebecca.
—¿Ya le preguntaste si alguna vez salió con hombres? —añadió Brooke—. Podríamos simplemente no saberlo.
Samuel negó.
—Eso significaría que es un gay de clóset. Y no quiero eso tampoco. Ya lo dije. ¿No me escuchan cuando hablo?
Rebecca le acarició el brazo con dulzura.
—Creo que estás apresurándote. Tal vez sí podrías ser su primer hombre pero no por ello hay que catalogarlo de curioso.
—No quiero ser su experimento —dijo Samuel—. He pasado por eso desde la universidad. Fui el único abiertamente gay en mi grupo, y fui el conejillo de indias de más de uno. Todos muy dispuestos a explorar... hasta que lo conseguían y me bloqueaban de todas partes.
—Eso suena espantoso —murmuró Rebecca, arrugando la nariz.
—Estoy traumatizado.
Brooke entonces se irguió, como quien tiene una revelación.
—Bueno, para quitarte el trauma… podrías tener una cita de prueba. ¿Por qué no me dejas a Eleanor el sábado por la noche? Ethan está libre, podemos cuidar a los niños. Harry está más que invitado, esos tres son como los mosqueteros.
Rebecca levantó la mano.
—Voy a consultar con Harry. Si acepta... les armo un altar a ti y a Ethan.
Brooke rio.
—¿Y si te cuidamos también a Chloe? Tomas un sábado libre. Ethan quiere más hijos, y yo quiero ver si realmente puede con más de uno a la vez.
Rebecca se llevó la mano al pecho.
—¿Qué tan mala madre sería si digo que sí?
—Cero —dijo Samuel de inmediato—. Ya haces bastante cuidando a dos niños y a tu padre.
—O sea, tres niños —dijo Rebecca—. Porque si no vigilo a mi papá, come porquerías.
Brooke levantó su taza.
—Entonces, pijamada oficial. No creo que los niños se opongan. ¿Y tú, Sam? ¿Dejas que Ellie se sume?
Samuel suspiró.
—A estas alturas, es Ellie quien decide. Pero eso no significa que voy a tener una cita con Jonathan.
Brooke hizo una mueca dramática.