Un novio para mi papá

~15~

Jonathan supo desde el primer segundo que su hermano tramaba algo. Lo supo con la certeza con la que uno sabe que lloverá justo después de lavar el auto o que un niño pequeño jamás dejará una pared blanca intacta si tiene un marcador en la mano. Todo comenzó con una llamada. Ethan usó esa voz misteriosa, con aire de conspiración, como si estuviera a punto de revelar el lugar exacto donde descansaba el Santo Grial. Solo le faltó hablar en susurros y pedirle que se encontraran en un estacionamiento vacío al anochecer.

—Tenemos que almorzar. Yo invito. Es urgente —dijo.

Jonathan aceptó la invitación, no porque estuviera especialmente hambriento, aunque si había comida gratis, ¿quién era él para despreciarla? Pero lo que realmente lo empujó a decir que sí fue la curiosidad. Cuando Ethan ponía ese tono, significaba que había chismes en el aire, y si había algo que Jonathan disfrutaba más que una buena hamburguesa, era un buen chisme.

Llegó al lugar pactado (una hamburguesería con decoración de los años ochenta y una ligera obsesión por las luces de neón) y divisó a su hermano junto a la ventana. Ethan agitaba la mano con tanto entusiasmo que parecía que temía no ser visto. Jonathan cruzó la tienda con paso tranquilo, con esa sonrisa ladeada que usaba siempre que se sabía en ventaja, aunque no tuviera idea de qué estaba ocurriendo.

—¿Qué ocurre, doctorcito? —dijo al llegar, dándole una palmada en el hombro.

Ethan sonrió como quien tiene una bomba informativa a punto de estallar.

—Me vas a amar —anunció.

Jonathan arqueó una ceja.

—Ya te amo. ¿Lo olvidaste? Eres mi hermanito pequeño, mi orgullo, mi dolor de cabeza favorito.

—No seas ridículo. Hablo en serio. Tengo información sobre Samuel.

Y ahí estaba. El nombre. El detonante. Jonathan se sentó al instante.

—Te escucho.

—Pero si te lo cuento, jamás lo escuchaste de mí. Esto es información clasificada. No quiero que Brooke piense que soy un chismoso.

Jonathan soltó una carcajada breve.

—Claramente eres un chismoso.

—Un chismoso generoso —corrigió Ethan, con dignidad fingida—. Un mártir emocional dispuesto a sacrificar su reputación por tu felicidad.

Antes de que Jonathan pudiera replicar, una mesera apareció con una bandeja cargada. Dejó una Coca-Cola frente a Ethan, una Sprite delante de Jonathan, y una tabla de madera que podría haber alimentado a una familia de seis. Hamburguesas, papas fritas, hot dogs, y toda clase de bocados que decían "no contar calorías".

—Veo que no perdiste el tiempo —dijo Jonathan, inspeccionando la comida con aprobación.

—Tengo que volver al hospital pronto —replicó Ethan, ya echando mostaza sobre una salchicha—. Y esto es efectivo. Así que dime: ¿quieres o no saber lo que sé?

Jonathan tomó una hamburguesa, le dio un mordisco y asintió.

—Por supuesto. A menos que me digas que Samuel está saliendo con otro hombre. En ese caso, mejor ahórrame el corazón roto.

Ethan rio con ganas.

—Nada de eso. Escucha bien: este sábado, Eleanor se queda con nosotros. Brooke y yo la cuidaremos. Así que Samuel va a tener la noche libre.

Jonathan se quedó con el vaso a medio camino. Eso sí que era un dato valioso. Era una ventana abierta, una posibilidad. La noche libre de Samuel era como encontrar un boleto dorado.

—La información me sirve —dijo con una sonrisa—. Lo invitaré a cenar, pero… Samuel ha dejado muy claro que no está listo para una cita. Está decepcionado de los hombres.

Ethan alzó las cejas mientras se llevaba una papa frita a la boca.

—Brooke estaba decepcionada de mí. Y míranos ahora: con fecha de boda.

Jonathan abrió los ojos.

—¿¡Tienen fecha!?

Ethan asintió con media sonrisa y dijo:

—El doce de julio. En el Ashmolean Museum.

—¡Felicitaciones! —exclamó Jonathan, con genuina alegría—. Me alegro mucho por ustedes dos. ¿Ya se lo dijeron a mamá y papá?

—Se los contaremos el viernes. Así que, por favor, finge sorpresa.

—Fingir sorpresa es una de mis grandes habilidades —bromeó Jonathan, levantando el vaso como si brindara por su propio talento actoral.

—Gracias. Y volviendo a tu vida amorosa: usa el viejo encanto Montgomery. Si algo nos enseñó papá es que las flores funcionan. Siempre.

Jonathan sonrió. Lo recordaba perfectamente. Su padre llegaba con flores incluso cuando no había ninguna ocasión especial. Tulipanes, lirios, girasoles, lo que fuera. Su madre decía que era su manera de pedir perdón por adelantado, pero todos sabían que lo hacía simplemente porque le nacía. Era una tradición familiar, como los abrazos apretados o las sobremesas interminables.

—Clásico gesto Montgomery —murmuró Jonathan, pensativo—. Claro que lo voy a usar. Pero no sé si Samuel sea del tipo que se derrite por un ramo de rosas y una sonrisa encantadora.

—Entonces demuestra que vas en serio. Que no estás jugando. Que eres confiable —aconsejó Ethan, en modo hermano mayor sabio, aunque fuera dos años menor.




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