Luana:
Cuando te digan que tu vida no puede cambiar de un momento a otro, que aunque tú creas o pienses que tu futuro está completamente decidido y que nada ni nadie lo va a cambiar, permitete dudar.
Por un segundo.
Y si aún no me crees, escucha mi historia.
Me llamo Luana, tengo 20 años y toda mi vida he vivido en Argentina, tengo un hermanito de 3 años y dos padres que aunque tienen sus defectos los amo con todo mi corazón.
Amo con mi corazón el baile, creo que es una de las primeras cosas que aprendí a hacer desde chica—luego de caminar, por supuesto—, y que está en un lugar seguro en mi vida, me relaja y me saca el estrés cada vez. . . . . Que lo necesito, debo admitir que tengo preferencia por el estilo urbano, pero el clásico no me sale para nada mal.
Me gustan las cosas dulces, más aún cuando son tortas con mucho dulce de leche.
Mi perdición.
Y otra de ellas pero de la que no me siento para nada orgullosa es fingir que todo está bien cuando no lo está.
Puedo fingir perfectamente, más aún cuando mis papás me piden que cuide a mi hermanito, Michael—que lo quiero mucho no se enojen, pero también me gusta mi espacio y con un nene chiquito eso es imposible—, o cuando me contaron que me mudaría de país de un día a otro sin ni siquiera pensar en lo que yo pensaba al respecto.
Todo lo que pensé que haría se fue al tacho.
No supe a ciencia cierta desde que empecé a fingir, supongo que entre los doce o trece años, no estoy segura, lo único que tengo bien claro es que fingir ser perfecto para que mis papás estén orgullosos de mi.
Que nunca veas decepción en sus ojos es una de mis principales metas.
Son exitosos, tienen un negocio que les va bien y que siempre presumo y yo quiero sentir ese éxito, por ende intento siempre dar lo mejor de mí y que ellos estén contentos con ello. Tanto en lo académico, social y en el baile.
—Hija tenemos que contarte algo muy importante— el recuerdo volvió a mi mente como si de verdad fuera de mi presente —Conseguimos trasladar nuestra empresa a Nueva York.
Los miré sin expresión alguna, ¿Qué me afectaba a mi esto? Me pregunté a mi misma sin interés .
Los miraban sin emoción con los apuntes de la escuela en mi regazo, estaba estudiando porque es mi último año y debía sobresalir.
Como todo en mi vida,
Mi papá me miró como si me estuviese leyendo la mente, agregó:
—Nos mudaremos allá en una semana—dijo con toda la emoción que yo no tenía.
Mi cara fue digna de admirar, primero abrí la boca en forma de "o" sin saber que hacer ni qué decir.
Porque a decir verdad para cualquier persona que vive en un país tercermundista en donde no hay tantas oportunidades—o las hay pocas—esta es la señal perfecta, pero para mi fue todo lo contrario.
Como siempre antes de responderles medito unos segundos mi respuesta, porque podía hundirme todavía más si no lo manejaba bien,
—Pero...yo en una semana tengo mi presentación...
La presentación que haría que un importante productor que iría ese día a vernos a mí ya las demás chicas.
—En Nueva York habrá millas de oportunidades Luana—me dijo mamá restándole importancia, trayéndome la realidad, intentando de que su sonrisa no se convirtiera en una mueca luego de que no me pusiera feliz como lo estaban ellos.
¿Pero es que nunca piensan en lo que yo quiero?
—Ustedes saben que es muy importante esa presentación, ensayé muy duro, yo...—Intenté con un hilo de voz.
—No estamos pidiendo tu aprobación Luana por favor—dijo papá interrumpiendo lo que quería decir—Es una oportunidad que no podemos dejar pasar, ahora iremos a reservar los vuelos.
—¿Y la escuela?—los interrumpí antes de que se fueran, a modo de excusa para no mudarnos tan pronto.
—Eso ya lo arreglamos—dijo papá entusiasmado—, vas a estudiar con una maestra particular y ella te dará tu título de la secundaria—dijo ya yéndose en dirección a la puerta—Solo intenta mirar el lado positivo.
Sonreí levemente, finciendo que todo lo que cambiaría mi vida no me importaba en lo absoluto.
—Lo haré—di je asintiendo, tragándome toda la ira que estaba saliendo de mi estómago pero que intentaba callar.
Ellos al verme más tranquila me sonrieron con aprobación y me dejaron nuevamente sola en mi cuarto.
Volviendo a la realidad luego de ese recuerdo de cómo mi vida cambiaria sin que yo pudiese evitarlo La tarea que reposaba en mi regazo no la toqué más, estuve por un momento en blanco, hasta que escuché el auto arrancar y supe que estaba sola en casa .
Mi cabeza supo que tenía vía libre para sufrir y sacarlo todo.
Solté lágrimas que simbolizaban toda la rabia que estaba sintiendo y que no podía decir, era una buena oportunidad para ellos, no para mí.
Me apretaba las manos, como para intentar olvidar todo lo que me ocurría con dolor.
Pero no era suficiente.
Me levanté decidida de mi cama para ir en dirección a la cocina, agarré un paquete grande de snacks que había en la despensa y una gaseosa y lo llevé todo a mi cuarto, cuando llegué a mi pequeña habitación cerré la puerta con un portazo, como para que los fantasmas de mi casa se enteraran que estaba en medio de una crisis.
Deje todo en un pequeño banco que estaba en el piso y me senté enfrente, hice lo que siempre hacía cuando mis papás me decían algo que no me gustaba pero que no tenía las pelotas para enfrentar.
Comer y encerrarme en eso.
Es un feo hábito, lo admito, sé que como bailarina es aún peor, pero qué puedo decir, no puedo parar.
Cuando empiezas es difícil parar.
Es rica y sobre todo a mi me ha hecho olvidar, olvidar que vivo finciendo para quedar bien y tener la aprobación de mis papás, que al estar en los medios de comunicación le servía tener los contentos.