Estoy afuera sentada en un escalón esperando a que Sebastián llegue por mí.
Mi mente se encuentra apagada y la verdad en estos momentos es lo mejor, ponerla en pausa es la mejor opción, veo donde llega apaga la moto yo me levanto de una vez para no darle tiempo de que se baje, llego donde está él me mira inspeccionándome a ver si me encuentro bien, yo solo lo miro y le sonrío sin gracia; me entran unas ganas incontrolables de querer abrazarlo y sentirme protegida, querida, sentir que me encuentro en un lugar seguro donde a pesar de que ocurran tormentas sea mi ancla y me sostenga, donde ningún mal me haga daño, donde sea el mi escudo contra toda batalla; sin poder contenerme más me lanzo hacia él y lo abrazo con fuerza, aferrándome a él así como un árbol se aferra a su raíz cuando hay una tormenta, se mantiene firme luchan, se estremecen, pero nunca se suelta, asimismo siento este abrazo, Sebastián no se lo esperaba, pero aun así corresponde de igual forma abrazándome con mucha fuerza y dándome besos en cien.
Después de unos minutos, nos separamos, lo miro y le sonrío e igualmente él; se sube a la moto, la enciende y acto seguido me subo en ella, a lo que arranca a dirección hacia su casa.
A los veinte minutos llegamos a su casa, me bajo de la moto y la aparca al frente del garaje, espero que él la estacione., terminado eso llega donde estoy me toma de la mano y subimos los escalones de su casa y llegamos a la puerta; saca las llaves la inserta en la cerradura, se hace a un lado para que yo pase, entro con un poco de recelo espero encontrarme al papa, pero no lo veo por ningún lado, llego al sofá y me siento
—Sebastián: ¿quieres algo de tomar? — pregunta.
—Reachel: sí, agua, por favor— le digo y él asiente, se dirige a la cocina.
Después de unos minutos llega con el agua, me lo entrega y se sienta en la mesa pequeña que está en el centro de los sofás para quedar cerca de mí y poder verme con mayor detenimiento, espera a que yo termine de tomar el agua, estiro el brazo para colocar el vaso en la mesa, para acomodarme mejor.
Ahora entra la parte que menos me gusta, las preguntas, siento su mirada en mí como un águila mirando fijamente su presa, él está esperando a que sea yo la que empiece hablar, pero aún no me animo, no sé por donde empezar.
—Sebastián: ¿me contarás que te sucedió? — inquiere con un poco de curiosidad, levanto la mirada para enfrentarme con sus ojos, los cuales están pidiendo una respuesta, yo solo suspiro armándome de valor para poder contarle todo.
—Reachel: ¡no sé por dónde empezar! — digo afligida.
Estoy afuera sentada en un escalón esperando a que Sebastián llegue por mí.
Mi mente se encuentra apagada y la verdad en estos momentos es lo mejor, ponerla en pausa es la mejor opción, veo donde llega apaga la moto yo me levanto de una vez para no darle tiempo de que se baje, llego donde está él me mira inspeccionándome a ver si me encuentro bien, yo solo lo miro y le sonrío sin gracia; me entran unas ganas incontrolables de querer abrazarlo y sentirme protegida, querida, sentir que me encuentro en un lugar seguro donde a pesar de que ocurran tormentas sea mi ancla y me sostenga, donde ningún mal me haga daño, donde sea el mi escudo contra toda batalla; sin poder contenerme más me lanzo hacia él y lo abrazo con fuerza, aferrándome a él así como un árbol se aferra a su raíz cuando hay una tormenta, se mantiene firme luchan, se estremecen, pero nunca se suelta, asimismo siento este abrazo, Sebastián no se lo esperaba, pero aun así corresponde de igual forma abrazándome con mucha fuerza y dándome besos en cien.
Después de unos minutos, nos separamos, lo miro y le sonrío e igualmente él; se sube a la moto, la enciende y acto seguido me subo en ella, a lo que arranca a dirección hacia su casa.
A los veinte minutos llegamos a su casa, me bajo de la moto y la aparca al frente del garaje, espero que él la estacione., terminado eso llega donde estoy me toma de la mano y subimos los escalones de su casa y llegamos a la puerta; saca las llaves la inserta en la cerradura, se hace a un lado para que yo pase, entro con un poco de recelo espero encontrarme al papa, pero no lo veo por ningún lado, llego al sofá y me siento
—Sebastián: ¿quieres algo de tomar? — pregunta.
—Reachel: sí, agua, por favor— le digo y él asiente, se dirige a la cocina.
Después de unos minutos llega con el agua, me lo entrega y se sienta en la mesa pequeña que está en el centro de los sofás para quedar cerca de mí y poder verme con mayor detenimiento, espera a que yo termine de tomar el agua, estiro el brazo para colocar el vaso en la mesa, para acomodarme mejor.
Ahora entra la parte que menos me gusta, las preguntas, siento su mirada en mí como un águila mirando fijamente su presa, él está esperando a que sea yo la que empiece hablar, pero aún no me animo, no sé por donde empezar.
—Sebastián: ¿me contarás que te sucedió? — inquiere con un poco de curiosidad, levanto la mirada para enfrentarme con sus ojos, los cuales están pidiendo una respuesta, yo solo suspiro armándome de valor para poder contarle todo.
—Reachel: ¡no sé por dónde empezar! — digo afligida.
—Sebastián: por lo fácil— me dice y vuelve hablar— ¿Cómo te sientes? — pregunta— puedes empezar por ahí es más fácil— agrega y yo centro mi mirada en la suya, tengo un nudo en la garganta que no me deja articular las palabras, aunque suene fácil responder esa pregunta no lo es, ¿Cómo me siento?, gran pregunta.